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¿A mí me van a venir con ferias?

¿Todas las ferias del libro son iguales? No, claro que no. Es decir, a mí me parece que no. Pero hay que ver que yo no he ido a todas las ferias del libro que se han hecho en todos los tiempos en todas partes, así que mal puedo juzgar. Eso sí: a una le gusta dar este tipo de opiniones, así, tajantes, absolutas, irremediables.

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¿Todas las ferias del libro son iguales? No, claro que no. Es decir, a mí me parece que no. Pero hay que ver que yo no he ido a todas las ferias del libro que se han hecho en todos los tiempos en todas partes, así que mal puedo juzgar. Eso sí: a una le gusta dar este tipo de opiniones, así, tajantes, absolutas, irremediables. Después se arrepiente y empieza a darle un tono más gris y no tan negro o blanco a lo que dijo. Bueno, bueno, a todo el mundo le pasa, no es para tanto. Empiezo de nuevo para ver si puedo hacerme perdonar la soberbia. Supongo que todas las ferias del libro no son iguales. Estuve en la Feria de Guadalajara, que se parecía bastante bastantísimo a la nuestra y que si en algo se diferenciaba era en que había un gran salón abierto por uno de los lados largos, que parecía un bar. No era un bar. Tenía mesitas redondas con sillas no muy cómodas alrededor pero no había barra ni mozos ni platos ni copas ni servilletitas de papel porque era el lugar de los business: uno se sentaba ahí y compraba y vendía derechos de autor, traducciones, ediciones y esas cosas. Los autores y las autoras ni se acercaban al lugar: iban todos señores y señoras de negocios con caras adustas de “a mí no me vas a correr con la vaina, che”. Interesante, ¿no? También se diferenciaba de la nuestra en que no tenía pabellones de colores sino un solo, uno nomás, grande, laberíntico, ruidoso, por el que discurrían las multitudes. Y en que cada diez pasos había una especie de escritorio chiquito alrededor del cual mariposeaban chicos y chicas que evidentemente eran alumnos de Letras en la Facultad de Humanidades o como se llame por ahí si es que con motivo de la gripe porcina no le han cambiado el nombre. Esos chicos y esas chicas se encargaban de guiarla a una por el laberinto enorme. Y el escritorito nunca estaba desierto: siempre había dos, tres, cuatro y hasta cinco ejemplares de la juventud dorada listos para llevarte hasta el volumen del señor Josefzs Khwaltrzwckz publicado en 1928 acerca de los dialectos turcos del siglo XVII. En fin, si era Rayuela de Cortázar, mejor, más fácil. Y también había gente que hablaba en mexicano. Los mexicas son encantadores. Por lo menos a mí, me gustan. Me gusta el cantito, me gusta que se rían, que sean amables y que tomen tequila. Y Chavela Vargas es mexicana aunque sea costarricense, así que todo está bien.

También estuve años y años ha en una Feria del Libro feminista en Barcelona, y ésa sí que fue distinta de todas las demás. No sólo porque iba derechito a su finalidad ideológica sino porque había muchos varones, cosa que una no espera de una feria de minas para y por y acerca de las minas. Bueno, que era distinta pero no mucho porque en la de Buenos Aires hay muchos señores, niños y adolescentes del sexo llamado fuerte. Claro que los temas de las mesas redondas eran todos de, por, para, etc. mujeres. ¿Y? ¿Por qué no? Ahí la conocí por ejemplo a Clara Coria y le oí una conferencia sobre lo que después fue su libro El sexo oculto del dinero. Y además se hacía en el Museo Naval y estaba todo lleno de barcos, qué maravilla.

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Y ya que estamos, estuve hace mucho mucho tiempo en una Feria del Libro Internacional en Bogotá y la pasé magníficamente, entre otras cosas por algo ajeno a la feria: en el grupo de argentinos estaba el Negro Fontanarrosa. Y Luis Tedesco. Y entre los dos me llevaron a una cancha de fútbol, primera y última vez que ando en esas aventuras, lo juro. Pero fútbol aparte, la feria se parecía bastante a la nuestra. Lo único malo fue que en ese momento yo no lo conocía a Celso Román, un escritor colombiano que le recomiendo calurosamente, a quien encontré después no en una feria del libro y sí en un programa internacional para escritores en el gran país del norte.

Estuve en una Feria del Libro en La Paz, Bolivia, cuando Evo todavía no era presidente y me enfermé por la altura y masqué coca pero no hubo caso y me encontré con un montón de amigas de esta América latina porque era (la feria) de mujeres de América del Sur. Creo que fue una feria preciosa. No muy grande pero preciosa. No me acuerdo mucho pero sí me recuerdo a mí misma leyendo una conferencia con el tubo de oxígeno conectado a una bigotera espantosamente incómoda pese a la cual dije todo lo que quería decir.

Ahora, hay que ver que además estuve no digo que en muchísimas pero sí en varias humildes, modestas ferias del libro en ciudades chiquitas y aun en pueblos, de la Argentina y de otras partes, y que si bien no las puedo describir, sí puedo decir que me resultaron conmovedoras, útiles, familiares, fervorosas y dignas de repetirse todos los años.