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Abandono y asombro

¿Qué es lo que todavía nos asombra, ahora que ya nada nos asombra? A las ocho de la mañana de uno de estos días de fiesta, un BMW negro se incrustó en la puerta impasible de una casa del barrio de Villa Crespo.

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¿Qué es lo que todavía nos asombra, ahora que ya nada nos asombra? A las ocho de la mañana de uno de estos días de fiesta, un BMW negro se incrustó en la puerta impasible de una casa del barrio de Villa Crespo. El hecho en sí mismo no sorprende demasiado: lo que para muchos es la mañana, para otros es el final de la noche, y la turbiedad mental que es propia del cierre de farra reduce en gran medida la pericia para el manejo en la ciudad.
Es así que los falsos tuercas pistean y patinan: es cosa de todas las noches y todas las madrugadas. Se ha vuelto ya casi una rutina, y sin embargo en esa rutina hay algo que llamó poderosamente la atención. Fue esta conducta: los cuatro ocupantes del BMW se bajaron y se fueron, dejando el auto ahí, empotrado en el acceso de una casa de la calle Jufré. ¿Cómo entender esta desidia, esta despreocupación, este insólito desprendimiento? Primero se pensó en la delincuencia, en la necesidad que muchas veces tienen los malvivientes de deshacerse del objeto robado. Pero estos cuatro no se deshicieron presurosamente del auto, más bien lo dejaron ahí con enigmática tranquilidad. Entonces se barajó otra hipótesis, que era no solamente distinta a la anterior, sino incluso contraria: si dejaron el auto ahí, no es porque no les perteneciera, sino por lo mucho que les pertenecía. Fue un alto sentido de la propiedad, y no algún desafío a ese sentido lo que inspiró tal dejadez. No era la rabia del desposeído lo que afloraba en esta historia, no era la furia del que nada tiene, sino la disipada levedad del que tiene mucho, del que tiene más, del que tiene y sabe que tiene.
¿No fue ese acaso el primer misterio de los muchos de la valija de Antonini Wilson: la pasmosa soltura con que dejó los 800.000 dólares y se fue? Ya nadie se azora con las valijas que van y vienen en nuestros aeropuertos; fue el abandono displicente de ese montón de plata lo que dio comienzo al asombro. Y no es para menos: estamos educados para anhelar hasta una valija llena de dólares, estamos educados para la ambición desvelada de un BMW. Se entiende mejor de esta forma el asombro que suscitan estas historias de desgano y de renuncia: es todo un régimen social de deseo el que trastabilla y se confunde.