Una revista argentina de reportajes largos e ideas cortas acaba de sacar un número especial sobre la leyenda de Kurt Cobain, el hermoso cantante de Nirvana que se suicidó pegándose un tiro. Está bueno el número para los fans de Cobain. El músico tenía suicidas en su familia de los cuales había heredado una profunda vocación tanática. Pero no es necesario eso o una vida de mierda para pensar en tomárselas. Escribió Albert Camus en El mito de Sísifo: “No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: juzgar que la vida vale o no vale la pena que se la viva es responder la pregunta fundamental de la filosofía”.
Algo empezó a andar mal en el niño Cobain cuando sus padres se separaron. De ser un chico fresco y divertido pasó a ser metido para adentro y hosco. Esto lo llevó derecho al punk. Bleach, el primer disco de Nirvana, es para mí un gran fresco del punk antes de ser comercial. About a girl es una joya incrustada en medio de canciones metálicas, repetitivas, en la línea de los insufribles Melvins. Mil veces Cobain se hizo la pregunta de Nietzsche: ¿qué vamos a hacer cuando termine la música? Si el mundo no tiene Dios y es un lugar carente de sentido, ¿cómo lo hacemos habitable? Eso se planteaban la teodicea y Richard Wagner a la hora de escribir El anillo de los Nibelungos (un antepasado de Tolkien y El Señor de los Anillos).
Cobain se había atado al mástil para no escuchar el canto de las sirenas de MTV, pero alguien lo desamarró y él le vendió su alma al Señor de abajo. Creo que nunca se pudo reponer de eso. El quería ser como los Pixies, que su música no fuera una mera mercancía.
Pero Nirvana no es pixies, Nirvana es la forma que tuvo el capitalismo de derrotar a los Pixies. Y escucharlos es escuchar canciones hermosas que denotan ese duelo con final cantado.
Es probable que Kurt Cobain se haya suicidado para no tener que pasar el futuro escuchando a Foo Fighters.