COLUMNISTAS
miedo a la disidencia

Acerca del amor

|

Que un censor confeccione listas negras es una tradición de la que se hacen cargo las secretarías de cultura y los medios de comunicación de las dictaduras. Pero que esta modalidad de la inquisición sea una práctica de intelectuales que se dicen resistentes a los monopolios, a los poderes discrecionales del dinero y a la reacción conservadora de la nueva derecha, nos coloca a los seres libres en un nuevo escenario. La palabra “ser libre” no es un angelismo ni una alusión a pájaro alguno. No se trata de volar, sino de una práctica social bien concreta. Es aquella que realizan los que llevan a cabo hace años producciones culturales colectivas que aúnan voluntades de distinta procedencia, ideología variada y posiciones políticas disímiles. La elección de esta modalidad para el trabajo en común no es el resultado de una moral de la tolerancia. Es algo mucho más decidido y ambicioso. Se basa en la idea y la creencia de que la polémica es necesaria para producir pensamiento nuevo. No se trata de discutir o estar en contra los unos de los otros, sino de confrontar posiciones personales, ideas propias, para que la dificultad ante la que nos pone un contradictor enriquezca nuestro pensamiento. Es posible que cambiemos de idea, o que maticemos la que ya tenemos, en todo caso, quien se dedica a un trabajo intelectual –en realidad, a cualquier oficio– se supera a sí mismo con los obstáculos y, además, la curiosidad casi instintiva por saber más e inventar nuevas formas nos conduce a buscar verdaderas alteridades.

No hay peor medicina para el espíritu débil que refugiarse en la cama y arroparse con mil frazadas. La intemperie fortalece. Ciertos intelectuales y promotores culturales oficialistas, por el contrario, han hecho un listado de los enemigos, de los sospechosos, los volátiles, los inconvenientes al poder de turno, y no comentan sus libros ni sus obras de teatro, ni sus trabajos; no los invitan a sus espacios culturales, los ningunean lo que pueden, y cuando los nombran es para difamarlos. Tienen miedo de la disidencia. Podrán llamarlos gorilas, conservadores, miembros de la derecha, neoliberales, agentes de la izquierda paleolítica; cualquier apelativo sirve para el espíritu sectario que se sostiene sobre la base de las excomuniones.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Hay que tener coraje para invitar al recinto propio a contradictores, darles el espacio, la libertad para expresarse y –por qué no– trabajar con ellos. Para tener una actitud así hay que tener buena fe, es decir fe en que el objetivo del trabajo intelectual es pensar y no ceder en la búsqueda de la verdad, en no eliminar información inoportuna, en no pensar en términos de vestuario, en no dejarse llevar por una política del odio, de la venganza, de las ambiciones por escalar posiciones.

No se trata de pluralismo ni de tolerancia, como dije antes, ni de liberalismo ni de diversidad cultural, no porque estas posturas ético-políticas sean deficientes de por sí, sino porque lo que se juega es más fuerte; es una cuestión de honestidad intelectual, y para usar un término filosófico, de voluntad de vivir.

No vale la pena dedicarse al arte, a las letras, al pensamiento, con la finalidad de ser un publicista o un comisario cultural. O sí lo debe valer para los que piensan en términos de “poder”, ese totem tras el cual corren todos los figuretis para obtener algún momento de fama o retratarse al lado de un poderoso, como lo hacen tantos dichosos con cámara, micrófono y teclado.

Por supuesto que esta forma de ser y de actuar no es patrimonio exclusivo de las sectas kirchneristas; la peste totalitaria no mide banderas. Los odiadores profesionales y vocacionales de este gobierno tampoco pueden consigo mismos. Todo es corrupción, todo es mentira, todo trampa, no hay nada que se haya realizado en estos últimos siete años que no sea la avanzada del mismo diablo. Y si hay una Carta Abierta, inventan un grupo Aurora, o lo que venga, para regar la trinchera y que brote la flor de la mediocridad como enseña nacional.

Si alguien cree que éste es un pedido de paz, me parece que va por mal camino. La batalla cultural no sólo existe, sino que es necesaria. Por el contrario, esta batalla no existe en nuestro medio. Lo que hay es botonería, búsqueda de expedientes, chismes de paparazzi, desprecio por un lado y adulación por el otro. Pasiones viles.

¿Por qué ocurre esto? No creo que su causa provenga del Imperio Romano ni de la Jabonería de Vieytes, de Catón el Censor o de su homónimo aquel –Tato– que perseguía a Armando Bo y a Torre Nilson, ni de la naturaleza humana. En realidad, no tiene causa, sólo tiene consecuencias. ¿Cuál es la solución? Ninguna. Es posible que no la haya. No hay por qué ser optimista. Tampoco pesimista. No hay nada que esperar. Ni nada que ceder. No todo es racional. Es absurdo crear un comité de reconciliación cultural y programar mesas redondas para congregar fanáticos de distintas especies. Como dice el maestro Gilles Deleuze: no se trata sólo de buscar, hay encuentros. Se pueden dar o no. Si se dan, durarán o fracasarán en el intento. El azar existe. Puede cambiar el clima o no. ¿Indiferencia? ¿Entusiasmo? Nos conminan a elegir entre el gran Bien o el gran Mal. El pensamiento binario que sólo quiere juzgar es el que busca un atributo mayúsculo. Necesita una verdad y un juicio para llevar a casa.

Cuando se habla de risa no estamos diciendo hacer un chiste. Cuando se dice sentido del humor, no nos referimos a ser sarcáticos. Cuando Rorty dice contingencia, o Judt y Saïd, posición tangencial respecto de nuestras posiciones, no se refieren a la vida líquida, a que todo se evapora en el aire, a una bizquera rara o a un mambo de curda. Es más simple y contundente, dicen libertad, con todas las intoxicaciones del caso, para recordar la obra de Mario Trejo.

El otro día en el Seminario de los Jueves, un grupo de aficionados a la filosofía que se reúne hace veintisiete años leíamos El banquete, de Platón. Entre trotskistas, simpatizantes de PRO, kirchneristas y otros de identidad política desconocida escuchábamos a los panelistas –en este caso, un padre y su hijo, ambos miembros del Seminario– hablarnos del discurso que Sócrates pone en boca de Diótima. Ella les enseñó al fundador de la filosofía y a su discípulo Platón qué es el amor.

Eros, nos dice la mujer sabia, es ignorante, pero no del todo, porque sabe que no sabe. Le falta lo que no tiene. No sabe, carece de saber. Por eso desea. Mientras que aquel que sabe, posee. El sabio no desea. Goza en su contemplación de la verdad eterna y tiene la misión de adoctrinar. Quien ignora, por su lado, nada posee, pero tampoco carece de nada ya que no tiene idea de su ignorancia. Vive, hace y cumple. El que ignora y cree saber, bueno, ése es el necio. Por lo general, es un fanático o un fundamentalista. Sólo el amor carece de algo, porque nada posee, y quiere. Es un mediador, un intermediario, ni humano, ni divino, un puente. Desea, quiere, busca. Por eso, Eros, el amor, es filósofo, dice Diótima.

Linda palabra, amor. El otro día en un programa de televisión, un periodista, luego de escucharme un rato y seguir con más claridad mis rechazos y con dificultad mis adhesiones, sin entender al parecer cómo se podía no estar del todo en contra de este gobierno y a la vez en nada a favor, me preguntaba si “había algo que, finalmente, me gustara”. Me gusta la vida, contesté. “No, agregó, no me refería a eso, sino a algo que te guste de la política”. La verdad que no sé. No lo ignoro, pero no lo sé.


*Filósofo www.tomasabraham.com.ar