Los amigos de la UIA y los compañeros de la CGT, de pronto, han descubierto que el INDEC nos miente y que la inflación, medida en los precios al consumidor, está más cerca de algún número entre el 25 % y el 30% anual que levemente por debajo del 10%, como nos quieren hacer creer la Presidenta, el jefe de Gabinete, el ministro del Interior y el nunca suficientemente ponderado Guillermo Moreno. Bienvenidos, eran los últimos que faltaban en la lista, ya que el resto de los argentinos lo sabíamos desde hace rato.
Pero el problema, o en todo caso el problema más grave, no es que el INDEC mida mal la inflación. El problema es la inflación.
Resulta al menos paradojal que un país que ha vivido el período de alta inflación más prolongado de la historia mundial y sufrido casi dos hiperinflaciones hace menos de veinte años, desprecie tanto los efectos de vivir en alta inflación, a tal punto que ni el Gobierno ni la oposición hayan presentado, hasta ahora, un programa antiinflacionario concreto. O al menos un debate serio en torno a qué se debe hacer para bajar la tasa de inflación en la Argentina.
Es cierto que se ha sugerido la renuncia del secretario de Comercio o se han propuesto cambios institucionales en el INDEC. Cambios que son, en efecto, necesarios e importantes.
Pero no sólo hay que arreglar el termómetro, sino también bajar la fiebre. Fiebre que se está comiendo la competitividad cambiaria de la industria, vía el aumento de los costos, en especial los laborales. Que impacta en el poder de compra de los asalariados, desacelerando el consumo. Afecta a los depósitos bancarios, por la tasa de interés negativa, reduciendo el crédito disponible. Además de generar disrupción social y de ser, como siempre se menciona, altamente regresivo como mecanismo de recaudación, dado que quienes lo pagan más son los que tienen menos.
¡Sí, existe! Resulta interesante, sin embargo, que en estos días el ministro del Interior ensayara un diagnóstico acerca de las causas de una inflación que para el Gobierno no existe pero que, si acaso existiera, sería culpa de los empresarios oligopólicos que se aprovechan de la gente.
Curioso diagnóstico, dado que no sólo les pasa la pelota a los empresarios que acaban de descubrir que el INDEC falla, sino que, además, reconoce la incapacidad del Gobierno para enfrentar a los monopolios y oligopolios privados dado un Estado débil y destruido. Pese a que han pasado largos cinco años de gestión kirchnerista, al frente, precisamente, de ese Estado destruido. La idea detrás de este diagnóstico es que, en todo caso, el Gobierno, junto al pueblo, es una víctima de la inflación y no una causa.
Y no es una causa, porque tiene superávit fiscal y reservas en el Banco Central.
Ignoro en qué universidad estudió Randazzo macroeconomía, pero espero que no haya sido en la universidad pública argentina, donde yo estudié, y le recomiendo, humildemente, que si fue en una universidad privada se apure a pedir que le devuelvan la plata, antes que la inflación se la licue.
La inflación argentina, más allá del “problema global” de los alimentos y la energía, es un problema de exceso de demanda, generado por un gasto público descontrolado, una política de ingresos permisiva, y una política monetaria acomodaticia a ese descontrol. Los oligopolios y monopolios, en todo caso, también existían en el 2005, 2006, cuando la tasa de inflación era más o menos la mitad que la actual.
De manera que, en este tema, estamos al menos frente a tres problemas: el INDEC y su destrucción institucional; la inflación en sí misma, y un gobierno que tiene un mal diagnóstico respecto de la eventual existencia de inflación. Está claro, entonces, con este panorama, que las probabilidades de que la tasa de inflación baje ordenadamente son muy pocas, por no decir nulas.
Pero si la inflación no baja, las consecuencias negativas de convivir con alta inflación, que recién estamos empezando a sentir, se irán profundizando.
Y eso es lo que hoy están “descontando” la mayoría de los ciudadanos argentinos y del resto del mundo que tienen algún interés en nuestro país.
La buena noticia es que, si el Gobierno admitiera que hay un problema serio y se decidiera a encarar un programa integral contra la inflación, todavía estaríamos a tiempo de superar esta coyuntura, gradualmente, y sin elevados costos en materia de actividad y empleo.
Obviamente, para eso sólo falta que, ahora que ya se “avivaron” los amigos de la UIA y los muchachos de la CGT, alguien le informe a la Presidenta que en la Argentina hay inflación y que el Gobierno, lejos de ser una víctima, puede ser parte de la solución.