El Salon du Livre es, como todo lo francés, una delicatessen: es pequeño y dura pocos días, los suficientes. Además de las grandes editoriales con stands muy discretos, también hay lugar para las editoriales independientes. Un espacio que subvenciona el gobierno francés y les permite tener su lugar, visible y lindo. En estas editoriales pequeñas también podíamos encontrar libros de autores argentinos. La editorial Attila, que es la primera en traducir a Alberto Laiseca, publicó dos cuentos suyos en una versión de las cartoneras latinoamericanas (aunque sin cartoneros ni cooperativismo) y la novela Aventuras de un novelista atonal. Y la editorial Asphalte, con novelas de Leandro Avalos Blacha y de Leonardo Oyola.
El stand de la Argentina estuvo acorde a la discreción y el buen gusto francés: con distintos espacios tanto para sentarse a tomar un café como para asistir a las mesas redondas y conferencias (siempre llenas de gente), con una librería muy completa con títulos en español y traducciones al francés, con un mural en homenaje a Cortázar que Rep fue pintando y completando en vivo durante esos días. La venta de libros argentinos fue muy exitosa y con largas colas para que los autores firmaran ejemplares.
Fue una experiencia divertida y de mucho trabajo al mismo tiempo (mi novela El viento que arrasa acaba de salir en Francia y tenía actividades organizadas por la editorial, además de las de la delegación argentina). Nunca había estado antes en París. La Torre, Notre Dame, los barcitos, el Pont Neuf… pero lo que más me gustó de París fueron los cuervos