COLUMNISTAS

Actualidad literaria

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Pocas cosas me interesan menos que la actualidad. Aquí, en mi torre de marfil, el mundanal ruido no sube, o sube muy lentamente y con retraso (según me cuentan, la convertibilidad estaría a punto de explotar). En especial me es ajeno el circuito de cobertura (en el sentido de encubrimiento, por supuesto) de la actualidad cultural, o más aún, literaria: se edita un libro, sale a la venta, se envían ejemplares de prensa y rápidamente se comentan en el suplemento cultural de turno. ¿Le importa a alguien eso? Sí, a escritores, editores, encargados de prensa, críticos literarios (también llamados reseñistas) y a encargados de suplementos culturales. Después de publicada la nota en cuestión, la editorial (o el propio autor o ambos) se encarga de subir el artículo a Facebook, a Twitter, a un blog, y luego, como corresponde, acontece el olvido eterno. Pero como yo no soy escritor, ni editor, ni reseñista, no pertenezco al campo editorial ni literario, sino que apenas soy alguien que vio luz y subió (en esa época todavía estaba Maxi Tomas, que en el ascensor me dijo: “Che, ¿por qué no te escribís algo?”) no tengo porqué respetar la cruel ley de la actualidad. A todo llego siempre demasiado tarde o demasiado temprano, a destiempo; en fin, como la literatura misma. Digo esto porque hace un rato, en una librería de Palermo en la que me encontraba comprando libros importados, di con un folleto de la editorial argentina El cuenco de plata, en el que anunciaba entre los títulos de 2013 dos de Hilda Hilst, que no salieron todavía. ¡Perfecta oportunidad para hablar de ellos! Son La obscena señora D. y Cartas de un seductor, ambos breves y hermosos.

Hilst es una de las mejores escritoras brasileñas del siglo XX (muerta en 2004). Dramaturga, pero sobre todo poeta y narradora, el suyo es un mundo en el que la intimidad –su gran tema– aparece siempre como un espacio de tensión entre preocupaciones oníricas, casi metafísicas; y la materialidad del deseo y la sexualidad. En algún poema escribe “La mesa de escribir es hecha de amor/y de sumisión”, frase que encierra, de algún modo, la doble pertenencia de su escritura, tanto a la dulzura, a la melancolía, a la suavidad, como a la perversión, e, incluso, al roce con la pornografía. Conocida en Brasil como anfitriona –en su casa de las afueras de Campinas– de artistas y escritores (Caio Fernando Abreu escribió una crónica muy divertida de la estadía que pasó en esa casa, y luego una reseña de La obscena señora D.) su obra tardó en hacerse lugar en las bibliotecas en portugués. Hoy ya no es el caso: Editorial Globo (que integra el inmenso multimedio hegemónico brasileño, pero con buenos editores literarios) publicó su obra completa, y la casa es hoy una fundación cultural que lleva su nombre.

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En un pasaje de La obscena… escribe: “me vi a mí misma alejada del centro de algo”, como si la obscenidad, o la escritura o la intimidad, o más aún, como si las tres cosas a la vez, fueran modos de distanciarse de uno mismo, maneras de perderse, de errar, de sospechar de la propia identidad. El distanciamiento también es textual: libro que a veces parece una novela, otras poesía, otras meditación filosófica, no habría que leer a Hilst como alguien que mixtura géneros, sino más bien como quien los lleva al extremo, los pone a prueba, los desquicia.