A Donald Trump no le gustan los latinoamericanos y promueve la construcción de un muro para separarlos de Estados Unidos. Como suele suceder con tales desaires, los latinoamericanos tienden a corresponder el sentimiento, al igual que los musulmanes y otros que se sienten ofendidos por el candidato a presidente nominado por el Partido Republicano. Sin embargo, muchos de quienes no gustan de Trump comparten su pasión por las políticas restrictivas con respecto a la inmigración.
Probablemente son pocos los ámbitos de la política pública en los que algo que es tan bueno para la sociedad se pinta como tan malo. Desde luego, proyectar los problemas de una sociedad sobre chivos expiatorios extranjeros es una táctica política muy antigua. Sin embargo, resulta sorprendente el grado en que la hostilidad hacia la inmigración va en contra de la evidencia de lo beneficiosas que son sus consecuencias.
Investigaciones recientes sobre la inmigración muestran sus enormes efectos positivos sobre el bienestar de la población nativa. Bill y Sari Kerr demuestran que, si bien los inmigrantes representan alrededor del 13% de la población estadounidense, dan cuenta del 26% del total de emprendedores, y en el equipo de liderazgo de cerca del 36% de las empresas nuevas se encuentra por lo menos un inmigrante. Esto sugiere que la inmigración constituye parte importante de la vitalidad económica y de la creación de empleo en Estados Unidos.
Este fenómeno no es exclusivamente estadounidense. Por el contrario, es bastante universal. En Chile, es cuatro veces más probable que inmigrantes de países no vecinos sean emprendedores de que lo sean los nacidos en el país. En Venezuela, los inmigrantes italianos, españoles y portugueses que llegaron principalmente en las décadas de 1950 y 1960 se dedicaron al emprendimiento con una probabilidad diez veces mayor que la de la población local, a pesar de tener un nivel educativo formal menor. Hoy día, los albaneses que han regresado a su nación desde Grecia luego de la crisis de 2010 se han transformado en emprendedores y han aumentado el empleo y las remuneraciones de quienes nunca salieron del país, según lo señala Ljubica Nedelkoska, de la Universidad de Harvard.
En un estudio todavía en curso, con Juan José Obach hemos encontrado que los panameños que trabajan en industrias y regiones que tienen un mayor número de extranjeros reciben remuneraciones significativamente más altas que quienes lo hacen en combinaciones de industria/región donde los extranjeros son menos prevalentes. Ello indica que es de beneficio para los locales tener más extranjeros a su alrededor. Dany Bahar, de la Brookings Institution, y Hillel Rapoport, de la Universidad Bar Ilan, han descubierto que la ventaja comparativa de los países evoluciona hacia las naciones de origen de sus migrantes: el nuevo país se vuelve bueno en producir lo que el viejo fabrica con éxito.
La diferencia es que, en general, las políticas de inmigración y de empleo de extranjeros que implementan muchos países en desarrollo son más restrictivas que las estadounidenses. Estas políticas también tienen mayores consecuencias negativas para la inmigración, ya que dichos países no representan destinos muy atractivos.
Consideremos a Chile, el país más rico y discutiblemente de mayor éxito de América Latina, al cual le gusta compararse con Australia, Nueva Zelanda y Canadá, países bien administrados y que poseen abundantes recursos naturales. Pero en este momento Chile se encuentra estancado: se está quedando atrás con respecto a países más ricos y le está resultando difícil diversificar su economía.
Mientras estudia el porqué, le sería beneficioso compararse con sus modelos en términos de la proporción de población nacida en el extranjero. En Chile, es menos del 2%. En Australia, Nueva Zelanda y Canadá, es el 27%, el 28% y el 20%, respectivamente, lo que obedece en parte a que estos países cuentan con políticas activistas respecto de la inmigración.
Políticas activistas también se encuentran detrás de casi el millón de judíos soviéticos que Israel atrajo a comienzos de la década de 1990, que representan el 12% de la población de ese país. Hay estudios que muestran que este enorme experimento tuvo repercusiones muy positivas para la economía en general, como también para la población nativa con capacidades similares a las de los inmigrantes.
La falta de inmigrantes en Chile puede explicar parcialmente la escasez de emprendimiento, innovación y diversificación. Los pocos coreanos a quienes se les permitió la entrada contribuyeron a revivir la industria textil chilena.
La situación de Colombia en este ámbito es mucho peor que la de Chile. En dicho país, los extranjeros representan menos del 0,3% de la población; además, hay más de 15 colombianos que viven en el exterior por cada extranjero que reside en su país.
¿Son los extremadamente bajos niveles de inmigración en Chile y Colombia un problema de poco interés por parte de los extranjeros o de fuertes barreras domésticas? Es posible responder esta pregunta estudiando un triste experimento natural que ocurre en este momento: la masiva emigración desde Venezuela debida a la catastrófica implosión económica y social del país.
Los venezolanos, incluso los de mayor talento, han estado tratando de encontrar lugares adonde ir. Sería errado imaginarse que los burócratas de Chile y Colombia tienen cosas más importantes que hacer que restringir la inmigración. Los dos países han estado permitiendo la entrada de muy pocos venezolanos, en proporción menos que Costa Rica, Panamá, Canadá, España, Australia y Estados Unidos, países que se encuentran en ambos extremos de Chile y Colombia en términos de ingreso o de nivel de formación.
Colombia, por ejemplo, ha suspendido un mecanismo, basado en el
Mercosur, para otorgar visas a países miembros bajo el pretexto de que Venezuela no corresponde de manera similar. Esta decisión no es sólo cruel: evidentemente es autodestructiva, puesto que presume que Colombia intercambia el acceso a su país por parte de venezolanos por acceso a Venezuela por parte de colombianos. Pero los beneficios para Colombia provienen de las habilidades, el emprendimiento y la diversidad que atrae, no de aquello que deja ir. Y, por cierto, ¿quién querría ir a Venezuela en estos momentos, de todos modos? Invocar la reciprocidad es un absurdo digno de Trump.
El problema de malas políticas de inmigración no se limita a América Latina. Sudáfrica, por ejemplo, se beneficiaría enormemente si relajara las restricciones de capacitación y emprendimiento e implementara políticas de inmigración más liberales. Sin embargo, este país se ha movido exactamente en la dirección opuesta.
Las políticas de inmigración que Trump desea para Estados Unidos tienen un parecido escalofriante con las que han adoptado los países que a él no le gustan y donde él tampoco gusta. De ser implementadas, lo más probable es que Trump busque otros chivos expiatorios. Pero los actuales deberían aprender a sentir hacia sus propias políticas de inmigración la misma aversión que parecen sentir hacia Trump.
*Ex economista jefe del BID. Copyright Project-Syndicate.