Veía a Diego al borde del campo del Stade Velodrome de Marsella y me preguntaba si es posible no quererlo. Quiero decir, si es posible no emocionarse viéndolo con la campera de la Selección o con cualquier otro elemento que lo vincule a la Selección. Tal vez pueda odiarlo la clase media cacerolera de Santa Fe y Callao, que desprecia casi todo lo que tiene un origen humilde, como Maradona. O los grandes cráneos de este cáncer moderno que padecemos, entre otros, los periodistas profesionales: los foristas de Internet. Dicen cosas tremendas de Maradona, pero ninguno de esos cobardes se las diría en la cara. No sirven para nada, son opiniones sin fundamento, llenas de odio y resentimiento. Y, sobre todo, de ignorancia.
Ver a Diego vinculado a la celeste y blanca hace que ya mismo al equipo nacional le vaya mejor que en el ciclo anterior.
Hay un costado emocional imposible de esquivar. Es esa famosa arenga de Diego y los carteles en el vestuario con frases menottianas. También, hay una actitud entre paternal y profesional en esa charla afectuosa y contenedora con Carlos Tevez para explicarle por qué no sería titular. Pareció un detalle, casi una nimiedad, pero no lo fue. Estos jugadores sufrieron serios problemas de comunicación con el técnico anterior, que se mencionaron en este espacio y que ahora van diluyéndose. Tevez fue al banco en la fría noche marsellesa, sabiendo perfectamente por qué jugaba Agüero y no él.
Por supuesto, Mascherano y Gago saben de sobra a qué entran. Ambos forman una dupla de volantes centrales que debe estar entre las mejores del mundo. La decisión de darle la cinta de capitán al ex River fue un gran acierto, en virtud del lógico recambio generacional, y Mascherano es un claro referente de las nuevas camadas. En cada pelota le va la vida, es quien mejor representa el pensamiento maradoniano de que “no hay amistosos”. Francia fue superado por un conjunto argentino grande, serio, decidido, compacto. Fue un equipo “amigo”. Por cada futbolista celeste y blanco superado por un “bleu”, había dos o tres compañeros para recuperar esa pelota, cuya posesión se hizo complicada en los primeros minutos.
Gago fue el ladero indicado, jugó un segundo tiempo impresionante. Francia no remató al arco en todo ese período; apenas tuvo un mano a mano de Anelka, que Carrizo tapó maravillosamente. La presencia de Gago, junto a Mascherano, hizo diferencia ante la soledad de Diarrá. Ribery fue por la derecha, Gourcuff por la izquierda y Toulalan fue insuficiente como auxilio del moreno del Real Madrid. En este movimiento de Mascherano y Gago, Argentina empezó a ganar el partido.
Maradona corrigió un problema que Argentina arrastraba desde los tiempos de Pekerman: cada centro aéreo que llegaba a los dominios del arquero y los defensores nacionales, eran un problemón. En Marsella no lo fueron. Demichelis y Heinze se mostraron firmes, aún ante delanteros notables como Anelka (actual goleador de la Premier League, 14 goles en 25 partidos), Henry, Benzema (figura del Lyon multicampeón francés) o Ribery (jugador genial, clave en el Bayern Munich). Verlo al Gringo Heinze como central da tranquilidad. Y ese es otro acierto. Diego recurrió a Emiliano Papa, un jugador “local”, para ocupar un puesto en el que no hay demasiadas variantes. Dirán que Heinze fue lateral en el Manchester United y en el Real Madrid y tendrán razón. Pero allí, Heinze se queda atrás salvo excepciones. Y en la Selección, en Eliminatorias, ante rivales que se refugian, está obligado a subir y, en muchos casos, a llevar la pelota. No es su fuerte. Heinze está para encargarse del rival que vaya de punta. Fue y ganó casi todas sobre Anelka y también se ocupó con eficiencia de Henry, cuando el delantero del Barcelona se acercó demasiado a Carrizo. Demichelis derrochó una vez más categoría y sobriedad.
La imagen de equipo fue muy clara en los costados, donde hubo tándems de contención que cerraron a la perfección los accesos franceses.
¿Está bien pedirle a Messi que baje, tome la pelota, haga jugar a los demás, gambeteé a muchos rivales y convierta? No, él es un delantero; no un enganche ni armador. Es un punta extraordinario, de los mejores del mundo. Entonces, es lógico que no toque la pelota todas las veces que se supone –equivocadamente– que la tiene que tocar. En el primer tiempo, una jugada elaborada con el Kun Agüero casi termina en gol y en el segundo metió el golazo que definió la historia. Cuando aparece, genera algo importante. En una, Messi estuvo a punto de abrir el marcador en una combinación con Agüero. En la otra, cerró el partido tras ir a buscar una cesión de Tevez. Lo que en la teoría siempre daba resultado perfecto, ahora se hizo realidad. Los famosos “chiquitos” llegaron jugando “por abajo”.
Como concepto final, esta victoria es significativa porque se le ganó a un gran rival. Pero más que nada, porque el equipo argentino fue “equipo”. Cada jugador se sintió identificado con la línea bajada por el técnico al llevar a la práctica lo que tenía que hacer. Y cuando no se pudo, siempre hubo un compañero para ayudar. El resultado llegó casi como una consecuencia lógica de lo que en estos tiempos se llama actitud.
Dieron ganas de volver a ver a un equipo celeste y blanco, después de un tiempo largo y oscuro. Es la mejor noticia.