Se acaba la rabia porque el causante, Martín Redrado, apunta a un destino inevitable entre Esquilo y Charibdis. O sea, ahorcado o ahogado, con pocas voluntades para defenderlo. De ahí que opte, con alguna certeza, por anunciar su renuncia al BCRA cuando asista al Parlamento –siempre y cuando se reúna la comisión, ya que el Gobierno podría no dar quórum a ésta si observa que no satisface sus propósitos–, aunque su salida ocurrirá una vez que se completen las instancias legislativas y judiciales. No hay despido, como se sabe, sin telegrama. Tiempo y fango.
Y su despedida, se supone, estará al margen del resultado (a favor o en contra) al que llegará la comisión ad-hoc que habrá de interrogarlo sobre su pasada gestión y el rechazo que les plantó a los Kirchner cuando, automáticamente, éstos pretendieron distraer reservas del Banco Central para mantener el nivel del ávido gasto público.
Lo que estaba previsto ocurrirá. Pero habrá que aguardar: antes que decapitar a Redrado, a quien no quieren oposición y oficialismo, tal vez se imponga discutir la naturaleza del decreto por la transferencia de reservas.
Finalmente, ese instrumento fue el inicio de la crisis. Negociación y fango.
Y si en la Inquisición se fingían ciertos juicios con pruebas arrancadas con tormentos para prevenir y alertar inconductas de los creyentes, en este caso nadie cree que se llegue al fuego reparador de almas a través de cuerpos calcinados: al Gobierno le alcanza con la partida del funcionario y, por parte de Redrado, sólo exige el cumplimiento de los trámites establecidos, la formalidad de las normas, impedir en todo caso ser sometido a la ocurrencia de los mandaderos de turno, sea ministro, legislador o gobernador.
Para él, tarea cumplida, aguantó más de lo que se esperaba, dedicarse luego a la actividad privada, difícilmente como decano en la UCA, como se había dicho, ya que esa organización también es previsora. Para el Gobierno, fin de la rabia, aunque resta, claro, el DNU de las reservas y lo que éste esconde: el grave problema fiscal, la madre de todas las batallas, como diría un periodista con escasa imaginación.
Mientras, queda pendiente el proceso, la intervención de otras fuerzas políticas, el Parlamento –donde no importan las razones, sino la mayoría– al que Cristina debió acudir por la resistencia de Redrado y del cual se puede apartar si el panorama se le complica, imputaciones, agravios, respuestas, algún test match técnico entre el cuestionado titular y Alfonso Prat-Gay en la comisión, la eventualidad también de que suba la temperatura por el progreso mediático y judicial de ciertas acusaciones.
Por ejemplo, en un rubro de personal doméstico, tan afín al Gobierno, en que lo sindican por abusar de gastos menores (una partida para títeres, por ejemplo), algo así como los cargos que los militares le hicieron a María Estela Martínez de Perón cuando, al echarla, le cuestionaron la compra de 200 gramos de jamón. Pero, como esa nimia responsabilidad le corresponde al directorio de todo el BCRA, puede haber devoluciones: trascender, por ejemplo, la lista de las primeras cien personas físicas (equivalentes a US$ 474.509.498) y jurídicas (US$ 1.683.729.111) que remitieron fondos al exterior. Procedimiento legal, obvio, aunque tal vez cuestionable en la propia óptica oficialista –al margen de otras suspicacias que genere– si en la hilera aparecen no sólo personajes de la derecha, sino connotadas figuras o empresas vinculadas a lo que se llama el capitalismo de amgios, todos prósperos y habitualmente testigos fervorosos cuando la Presidenta se desgarra la camiseta a favor de “la profundización del proyecto”.
Una lista que degustarían Elisa Carrió y, naturalmente, el abanico de la izquierda. Pasto escenográfico quizá para la canosa verba de Pino Solanas, quien puede alimentarse con esos movimientos en lugar de objetar que se gasta el doble de lo que se recauda. Porque ése, por lo visto, es el problema: faltan, aseguran los expertos, tres Fondos del Bicentenario, no uno solo.
Aunque la Administración plantea –como forma de escaparse del corralito en el que se encerró con Redrado– que la culpa de las desgracias argentinas provienen de un Julio Cobos que abandonó sus vacaciones para regresar y averiguar si la crisis era más honda que la predicada por los diarios.
Merecedor también de pedidos de renuncia, aunque él es un hueso más arduo que Redrado, dimisión que reclama la propia Presidenta y un coro de flagelantes que han descubierto el apotegma “Quien traiciona una vez...”. Como si la traición del vicepresidente hubiera sido su voto no positivo en la l25 y no cuando se apartó de la UCR por las mieles transversales prometidas por Néstor Kirchner, como si el verbo “borocotizar”, tan injustamente acomodado a un apellido, fuera obra de la Academia de la Lengua y no del laboratorio que formaba la trilogía Néstor-Cristina-Alberto Fernández. Por Cobos, dijo la mandataria, suspendió un viaje de Estado a China (ni los chinos entienden esa actitud), supuso –o al menos ésa es la pretensión– que se quedaría sin la silla de Rivadavia por esa temporal ausencia.
Nadie, en su sano juicio, puede sospechar que al tímido ingeniero mendocino se le ocurran esos dislates, menos que sea capaz de un alboroto semejante (una digresión aparte sobre la falta de respeto internacional: como el enfrentamiento con Redrado no ofrece límites, la Cancillería abortó un acuerdo ya conversado con China sobre cuestiones genéticas en el que había participado la propia esposa de Redrado, Ivanna, defensora de una entidad protectora de animales).
Una fuga hacia adelante del kirchnerismo, esta maniobra, tan característica del universo castrense en el medio de las batallas y cuando están en inferioridad.
¿O habrá más confianza de la pareja en José Pampuro que en Cobos, si el médico y senador bonaerense ya no goza de las simpatías de antaño –cuando era el único ajeno, con su mujer, que asistía como espectadora a la mesa de Olivos– y, por supuesto, a él le cabe la máxima reveladora con la que se descalifica al vice?
¿No fue él quien vino al mundo político de la mano de otro matrimonio, el de los Duhalde, quienes en materia de deslealtades lo ubican en el primer lugar?
Curioso el código moral de los santacruceños: ahora hasta ensalzan la conducta en la función del número dos que les tocó en tiempos de Néstor, Daniel Scioli, al que se propusieron sin éxito hacer dimitir con artillería propia y prestada, personalmente y con la ayuda de otros servidores mediáticos –etapa igualita a la de Cobos–, enrostrándole faltas personales, incluyendo a su mujer, desalojándolo de la Casa Rosada o martirizándolo con la quita pública del saludo, entre las bellezas a las que son propensos. Hoy, como entonces, está reclutado: imperó sobre él la política de los “quebrados”, tan desagradable término que proviene de la misma época –como reconoció hace poco Cristina– de los “desaparecidos”.
La fuga hacia adelante, se debe convenir, no sólo alcanza al Gobierno. También a Mauricio Macri, alentado por asesores, quien ya discurre como candidato presidencial olvidándose de los embargos políticos que padece en la Ciudad (y que los Kirchner se los habrán de recordar).
Cree, gracias a su colabordor Jaime Durán Barba, que finalmente él llegará triunfador a la instancia presidencial de 2011, dirimiendo con Cobos en la segunda vuelta (ya se descarta, como se ve, al dúo santacruceño de cualquier rol decisivo en esa etapa).
Para esa fecha, entienden, él avanzará como un Ominami –el chileno que amenazó terciar en la última elección de su país– al revés y que, debido a los nuevos vientos, será más potable que el actual vicepresidente para el voto de la sociedad. De ahí que, en su esfera ideológica, ya comenzó a confrontar con Francisco de Narváez, otro que se tira a la pileta si Carlos Reutemann permanece en silencio.
Muestrario de la pelea: uno ya dijo que Macri servía como titular de Boca, nada más; el otro sostiene que De Narváez no puede ser candidato porque es de origen colombiano.
Reyertas internas como parte de un festín del cual el oficialismo no es comensal.
Ni hablan del problema, el fiscal, tanto que las provincias –si nada cambia– tampoco podrán opinar vía Senado sobre Redrado y, especialmente, el decreto de las reservas. Lo que constituye, claro, un desatino antifederal.
Algunos postergados, entonces, otros en calma (una diputada que entrevistó a Redrado dijo: “Este muchacho debe aplicarse botox, lo vi tan plácido”, opositores tan en ascenso que se dañan por las migajas (casi risueño es el conflicto de la Carrió con Cobos, o el de algunos radicales entre sí), hasta los sindicalistas de cualquier sector se quejan y presionan porque denuncian persecución judicial contra su colega Juan José Zanola (a quien le niegan la prisión domiciliaria a pesar de la edad). No reconocen que el juez Oyarbide ni siquiera convocó a otros dirigentes gremiales por esa causa de medicamentos truchos, negocios sorprendentes y carpetas falsas en las obras sociales con la cura oncológica. No es, claro, de la única causa que se olvidó.
Todos para sacar, ninguno para dar, como lo revela el rostro compungido de la mandataria, cada vez más sufriente cuando habla, quien ya puede sospechar que sus padecimientos no son obra de lo bien o mal que hace, sino porque los astros se alinearon en su contra como si fuera una predicción-maldición de Copérnico.