Cada uno de nosotros, de los que se levanta, aguanta y sigue, cumple con el trabajo por el que le pagan, contiene hijos, consuela amigos, intenta comprender, resiste soluciones extremas, voces autoritarias y, en general, todos los que putean pero dejan el piloto de la esperanza encendido deberíamos cobrar a buen precio la energía que hay que ponerle al día. Por si fuera poco el esfuerzo para sacarla de donde a veces ya no queda nada, si algo de calentura útil todavía sobra a la noche, encima la devolvemos mansamente a la red de la convivencia.
Hasta que el cuerpo agota el suministro y vuelve la perilla a cero.
¿Cómo calcular el despilfarro de sordos gases acumulados en la espera? ¿El costo de sus efectos sobre el ánimo, el humor, el amor? ¿Cuánto vale, si hay que ponerle precio, el consumo necesario para resistir las mafias judiciales, policiales, políticas, gremiales que imponen sus condiciones? Sin contar a los cómplices, los imbéciles, los que callan, los que arreglan y los que se hacen los boludos.
En algún futuro, un auténtico Estado de bienestar tendría que debatir y considerar en sus presupuestos al menos un reintegro simbólico a los que ya han dado todo, como para que puedan dejar un recuerdo a los nietos. Que les cuelguen una medalla al cuello o entreguen un diploma al mérito de ser argentino y sobrevivir aquí. Tal vez, todo junto, acompañado de un servicio fúnebre gratuito. Sería una constancia material de que la decencia, la dignidad, los valores que les transmitió su abuelo fueron finalmente recompensados
Al cabo de tantos años, cuando ya el cálculo da que estás caminando los metros finales, un empleado municipal vendría a entregarte una chapita con tu nombre y el número de celular grabado para que te cuelgues al cuello por si te perdés cuando vas hasta la plaza del barrio. Además, también en mano, debería acompañar un simbólico pergamino enrollado, a modo de posta, en el que se certifica que el fulano de tal, o sea vos, fue distinguido por gasificar sin gritos, ni ruidos, ni olores nauseabundos, el tiempo que pasaste aguardando que alguna vez se haga justicia.
El presidente de la asociación vecinal que organizó el último viaje en micro a las termas de Río Hondo te confirmaría que, paso a paso, al orgulloso impulso de tus propios gases, hechos en casa, artesanales, estás primero en la lista de beneficiarios del sistema de reparto. Engolado, haría el anuncio de circunstancias: “Cuando usted disponga, don Carlos, me avisa y le hago estacionar en la puerta el vehículo que lo va a llevar. No se preocupe por nada, está todo pago, incluidas las bolsas de consorcio para sus cosas”.
Sería un gran gesto, al fin. Un detalle amable. El día señalado, a la vista de los vecinos asomados, compungidos, en medio de un silencio conmovedor, interrumpido tal vez por el sollozo de los que te han querido, el recolector de residuos de turno en tu calle recogerá las muletas o el andador y te ayudará a subirte a la boca trasera de un impecable camión de la flota que Moyano dispondrá para traslados. El servicio especial, público y gratuito, seguramente habrá sido acordado a cambio de un aumento considerable del contrato de recolección de la basura, previo descuento del retorno para el funcionario de turno.
Un último gas, tu mano que sale desde el fondo oscuro de la caja para despedirse, el chofer que activa el mecanismo, el camión recolector que te traga, y fuiste. La familia te vería partir sin dolor. Tus gritos quedarían sofocados por los chirridos de la máquina. El sistema ahorraría gastos inútiles en ceremonias fúnebres y rebajaría también los costos en la manutención de cementerios. Los restos deshechos, tu cuerpo hecho trizas, serviría para relleno en sitios arbolados. Al cabo de algunos años, la suma de residuos orgánicos acumulados produciría nuevamente gases que, bien entubados, podrían proveer de luz a los farolitos en las plazas y las colinas de los jardines de paz.
Ya no sería necesario entonces mirar las estrellas para saber que los viejos queridos están siempre ahí y nos siguen alumbrando con su ejemplo y su energía.
*Periodista.