Cuando se inicia la construcción de un edificio, el paisaje se vuelve desagradable: los trabajadores amontonan basura, excavan agujeros, remueven lodo, forjan los oscuros cimientos indispensables para que la obra sea duradera. En los dos años iniciales del gobierno de Mauricio Macri pasó algo semejante: se pusieron las bases para construir una Argentina progresista, que compita en un mundo que avanza vertiginosamente, en el que debemos lograr que nuestros ciudadanos vivan como los de los países más avanzados de la Tierra.
Hace dos años, a partir de que se conocieron los resultados de las elecciones, cundió la sensación de tranquilidad propia del fin de un ciclo totalitario en el que los K concentraron el poder, se creyeron portadores de un mensaje eterno, persiguieron a sus opositores y atropellaron las normas de convivencia democrática. Se experimentó algo semejante al destape español cuando la muerte de Franco, o la tranquilidad que vive Ecuador desde que se fue Correa. La gente respira con alivio porque desaparecieron los delirios de los autócratas.
Quienes viajamos constantemente vimos con alegría que Argentina saltaba en los medios internacionales de la sección de curiosidades tercermundistas a la de los países respetables. Pasamos de un canciller que atacaba un avión norteamericano con un desarmador, de una nave de locos que desembarcó en Angola para que el dúo Moreno-Kirchner pronunciara uno de los discursos mas hilarantes de la historia, de la epopeya cantinflesca de la lucha en contra de los “fondos buitre”, a recibir a los principales mandatarios del mundo, y a que en este mes el presidente argentino se ponga al frente del grupo de los veinte países más poderosos del mundo.
La lucha en contra del narcotráfico y la corrupción fueron el eje de la acción de un gobierno que sabe que no basta con que la Justicia persiga los ilícitos de sus adversarios, sino que es necesario un cambio de valores en el conjunto de la sociedad. En los países nórdicos casi no existe corrupción en las elites porque la sociedad es sana. No existen maestros que corretean por las calles tirando piedras al primer ministro, ni que cortan rutas apoyando a delincuentes enmascarados. Tampoco existen estudiantes que ocupan sus colegios durante meses para hacer campaña por una candidata y que tienen como aspiración vital ser dirigentes piqueteros.
Es difícil recuperar el respeto a las instituciones en una sociedad que sufrió décadas de violencia, pero si no superamos ese trauma nada cambiará. La ley debe estar por sobre el fanatismo. Los que aplauden la precipitación de algunos jueces que persiguen a las autoridades del último gobierno no recuerdan que el poder es efímero y es bueno que así sea para que sea posible la alternabilidad. Quienes apresan a los antiguos funcionarios atropellando el debido proceso, abusando de la detención preventiva, harán lo mismo con los actuales funcionarios el día de mañana. El Gobierno ha evitado inmiscuirse en el curso de la Justicia, y ése es otro de sus logros.
La comunicación del Gobierno, siempre criticada por comedidos, ha tenido un éxito resonante. Fue central para la serie ininterrumpida de triunfos que comenzó en 2005 y provoca sorpresa en los foros internacionales, que no logran entender cómo Macri obtuvo este año un triunfo tan contundente. Está claro que no fue una elección que tuvo a la economía como centro del mensaje: la situación del país lo obligó a tomar medidas impopulares, y los resultados virtuosos del programa económico apenas empiezan a verse. Lo que movilizó a los electores fue la esperanza, un liderazgo positivo, la fe en que gracias a la acción del Gobierno van a vivir mejor.
Como siempre, algunos creen que Mauricio ganó gracias a las denuncias en contra de Cristina, a que profundizó la grieta. Esto es simplemente falso: lo que hay detrás del éxito del Gobierno es un presidente que sabe comunicar, que está dedicado a solucionar los problemas de la gente y a cumplir con sus promesas de campaña. Raro en América Latina, pero en este caso real.
*Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.