Escuchaba mucha música en casa antes de la llegada de los niños. Me sentaba con un mate y me ponía a oír lo que sea, durante horas a veces. Así como muchos leen, yo escuchaba. Me hice escuchón. Desde que nacieron los niños –para dejarlos dormir, porque se me tiraban encima o me pedían cosas– dejé de escuchar música en casa y lo hago mientras manejo.
No me gusta manejar, pero me gusta manejar si escucho música. Es decir que en esa suspensión del tiempo, ir de un lado a otro, a veces atravesar la ciudad en horas pico o durante la noche, o mientras llueve ligeramente sobre el techo del auto, es un momento especial no exento de epifanías. Hoy por ejemplo, venía escuchando un disco de Andrés Calamaro y antes de que irrumpiera el tema 15 Andrés empezó a cantar un fragmento de Volver, de Gardel y Le Pera. Y cuando terminaba el fragmento la melodía mutó a Flaca. El devenir de Volver a Flaca me produjo una emoción inaudita. ¿Por qué? Porque me di cuenta de que las canciones están hechas para soportar y embellecer la vida, como los amigos. Que Calamaro es uno de nuestros supremos artífices de canciones.
Así como Alberto Girri se consideraba hacedor de poemas, él podría considerarse hacedor de canciones. Varios de los momentos de mi vida están resaltados por alguna canción de Andrés Calamaro. La época inicial del periodismo, sentado en la redacción al lado de Piqui Caravario, maravillándonos de esos versos de la canción Los dientes apretados en la que Calamaro dice algo así como “Veira quedaba en libertad, yo estaba mal por mil motivos”.
O esa noche en Iowa City en la que conocí a un joven actor argentino que estaba becado en Estados Unidos, un desesperado que, me dijo, actuaba un pequeño papel en Caballos salvajes. Vi, cuando regresé a casa, esa película sólo para verlo a él –hacía de cana– y más que la película, me quedó un tema de Calamaro que formaba parte de la banda de sonido, Algún lugar encontraré” magnífico.
Y también hay una tarde, volviendo en taxi desde el centro hacia mi casa, mi vida iba a cambiar pero no lo sabía, creía que estaba acabado pero estaba en la flor de la edad. Y la voz de la radio del taxi dijo: “¡Ahora un hermoso tema nuevo de Andrés Calamaro!”. Y empezaron a sonar los primeros acordes de Flaca, que hoy por la tarde me hicieron llorar.
Entre la escucha de ese Flaca y este de hoy pasó media vida. Calamaro sigue conmigo.