Sergio Vila-Sanjuán (Barcelona, 1957) dirige el que muy probablemente sea, junto al ABCD, el mejor suplemento cultural de España: el Culturas del diario La Vanguardia. Vila-Sanjuán dedicó casi toda su vida profesional a reflexionar y escribir sobre el ejercicio del periodismo cultural y el funcionamiento de la industria editorial, y reunió el resultado de su trabajo en tres libros: Pasando página. Autores y editores en la España democrática (2003), Crónicas culturales (2004) y El síndrome de Frankfurt. Viaje a la gran feria mundial del libro (2007). En el prólogo de este último (una breve y práctica guía sobre la Feria de Frankfurt) es donde define el agobio que suele generar la Buchmesse en una primera visita: “Se trata de una variante cultural del apabullamiento: la sensación de que a uno le cae encima una sobrecarga de información indigerible, de que todo el mundo parece saber muy bien lo que lleva entre manos mientras tú no sabes por dónde empezar”. En Frankfurt (que para Vila-Sanjuán se trata del equivalente al Festival de Cannes para el cine o la Bienal de Venecia para el arte) se presentan cada año 350 mil nuevos títulos en un espacio de 100 mil metros cuadrados (unas catorce canchas de fútbol) a través de más de 6 mil expositores de 110 países distintos. La feria, donde cada octubre se cierra la mayoría de los contratos de edición y traducción para todo el mundo, está dedicada por eso mismo y en primer lugar a los profesionales del libro, luego a los periodistas, y por último a los ciudadanos.
Desde 1988 los organizadores seleccionan a un país invitado, y para 2010 esa opción recayó sobre la Argentina. Es por eso que desde hace un tiempo el Gobierno nacional y el porteño se debaten acerca de cómo mostrar el país: si a través de sus íconos (Diego Maradona, Carlos Gardel, Eva Perón o el Che Guevara) o de una imagen que intente evitar los lugares comunes y la simplificación. Los países que mejor resolvieron el problema fueron los que buscaron una síntesis. En 1994 Brasil dividió su atención entre su literatura y temas como el Amazonas, el fútbol y el carnaval. Irlanda exhibió en 1996 una muestra de sus artistas plásticos pero montó al mismo tiempo un pub Guinness donde se pasaba música y se realizaban lecturas. Casi todos (y esto resulta indispensable) se ocuparon de editar y distribuir un libro trilingüe (en alemán, inglés y castellano) que funcione como introducción a sus literaturas nacionales.
De lo que no hay duda es de que se trata, para los países periféricos, de una oportunidad única para proyectar una imagen de su cultura al mundo. La Argentina deberá elegir qué escritor o intelectual leerá el discurso inaugural. Y ofrecer en sus lecturas, conciertos, debates y conferencias una imagen de lo que se espera de ella, pero que al mismo tiempo sorprenda. ¿Invitará el Gobierno a Marta Argerich, se animará a programar un ciclo de tango joven? ¿Se expondrán los archivos de fotografías de escritores de Sara Facio, pero también los de Alejandra López o Daniel Mordzinsky? ¿Se proyectarán, además de los consabidos documentales sobre Borges y Cortázar, las entrevistas hechas por la Audiovideoteca de Escritores? El problema no está en esquivar los tópicos asociados a la Argentina sino, sobre todo, en cómo representarlos. Y no queda demasiado tiempo.
*Desde Barcelona.