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japon y el espionaje

Aliados de ayer, rivales de hoy

Las necesidades y demandas de inteligencia exterior cambian con el mundo, y Japón no tiene ni las fortalezas ni las necesidades requeridas por la nueva “guerra fría”.

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Escribe Churchill luego de la Segunda Guerra: “Los cambios en una esfera tan íntima y tan relacionada con temas secretos perjudican la continuidad y eficacia de la dirección de los negocios públicos”. Y unas páginas antes: “Vivíamos en una corriente de pensamientos coherentes, transformables con gran rapidez en actos ejecutivos”.

Hablaba de una época crítica, y sienta principios útiles para un mundo que, al tiempo en que cambia, confirma un puñado de preceptos. Hoy, con guerras localizadas, se asiste a escenarios no imaginables pocos años atrás, que conviven con máximas de la Carta Magna.

Según Moshe Arens, quienes más duramente atacaron la aceptación de Netanyahu a hablar sobre Irán en una sesión conjunta del Congreso (por invitación de sus autoridades) “pretenden que causaría un daño irreparable a las relaciones entre Israel y Estados Unidos”. Mientras se dice esto, el presidente de la Comisión Europea –Jean-Claude Juncker– pide crear un ejército europeo para escaldar a Rusia. Y el proceso de construcción del Canal Interoceánico en Nicaragua –que competirá con el de Panamá–, por una empresa china, suscita una reflexión de los obispos locales sobre la importancia del “gozo de acercarnos a los demás”, aludiendo a las discusiones y violencias que despertó la obra. El mundo conocido se desliza por entre los dedos hacia un espacio conjetural, y algunas enseñanzas del ayer sirven para que el hoy no se quede sin futuro.

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La crisis de los rehenes ejecutados por Estado Islámico en enero demostró a Japón que los tiempos de la Guerra Fría en los que –respecto de Rusia– le era útil a los EE.UU. han cambiado; que ya no puede pedirles datos de inteligencia de manera oportuna y que algo debe hacer. En declaraciones a Reuters, el legislador del Partido Liberal (oficialista) Takeshi Iwaya dijo que en una época en la que “no sabemos cuándo ni dónde vidas japonesas estarán en riesgo, necesitamos recolectar más información exterior”. A partir de su derrota en la Segunda Guerra Mundial, junto con sus Fuerzas Armadas, el imperio del sol naciente desmanteló el aparato de inteligencia imperial, descentralizándolo (Stratfor).

De hecho, durante la reciente crisis quienes le brindaron información fueron Turquía y Jordania. Esto fue público: mientras la suerte del periodista Kenji Goto era incierta, el portavoz japonés expresó que los esfuerzos para liberarlo incluían trabajar con esos países, y con Israel. Pero el 31 de enero Kenji fue decapitado por John, el inglés yihadista, quien criticó a Japón por ser parte de la coalición contra el Califato y dijo que a partir de entonces comenzaba “la pesadilla” para el país.

La propuesta de crear una nueva agencia para obtener inteligencia sobre situaciones riesgosas para Japón originadas en ultramar implica una reforma que incluiría la creación de una agencia altamente concentrada con medios y fuerzas locales. Es el esquema sobre el que trabaja el Partido Liberal Democrático del señor Shizo Abe, en el gobierno. Trascendió que legisladores del LDP dijeron que están trabajando en un proyecto de ley para el próximo otoño boreal luego de cumplir con visitas programadas, incluyendo una a Gran Bretaña.

El 1º de febrero, Abe habló para referirse al asesinato de Goto, e implícitamente al de Haruna Yukawa (a quien Goto se había juramentado rescatar y que fue asesinado la semana anterior), y dijo que Japón trabajaría “con la comunidad internacional para llevar ante la Justicia a los responsables por este crimen. Japón nunca se someterá ante el terrorismo”. Pero no va a limitarse a trabajar con la comunidad internacional.

En la actualidad, un pentáculo de agencias conforman el aparato de inteligencia: la Oficina de Inteligencia del Gabinete; el Ministerio de Exteriores; Inteligencia para la Defensa; la Agencia de Inteligencia para la Seguridad Pública (grupos subversivos domésticos), y la Agencia Nacional de Policía (contra-terrorismo y crimen internacional).

De semejante dispersión surge el salpicón de doctrinas que conviven con el sistema en su conjunto. Adicionalmente, al reportar todas al Primer Ministro, se hace dificultosa la “explotación del material colectado”, y todo conduce a una atropellada asunción de las crisis cuando se han producido y a una escasa capacidad de prevención, alerta e intervención en las etapas iniciales.

El mecanismo carece de una instancia que amalgame la inteligencia adquirida por cada rama y suministre “análisis integrado para los funcionarios clave, asegurando que la información se comparta efectivamente entre agencias”. Por lo tanto, un nuevo organismo espera.

Por último, algo crucial: lo que se suele llamar head hunting (selección de personal). Sería un error continuar con lo que hay y no aprovechar la volada para incorporar nuevas mentes y visiones.

Churchill, cuando se refiere a la vital sección militar del Gabinete de Guerra, anota que trabajaba allí un grupo de jóvenes oficiales “especialmente seleccionados entre los tres servicios de armas”. Afortunadamente Japón no está en guerra, pero por algo comienza a rediseñar su servicio de inteligencia visitando a Gran Bretaña.

Las necesidades y demandas de inteligencia exterior cambian con el mundo, y Japón no sólo no tiene ni las fortalezas ni las necesidades requeridas por la “guerra fría”, sino que, involucrado en Medio Oriente y Africa, debe mirar a Corea del Norte con otra intensidad y multiplicar sus ojos para mirar a China. Por algo la canciller alemana Merkel, el 9 de marzo y en Tokio, le pidió al señor Abe que aluda a la conducta del Imperio durante la Segunda Guerra, que concluyó hace setenta años. Frau Merkel puso a Alemania como ejemplo y citó al finado presidente Weizsaecker, quien llamó a la derrota alemana de 1945 “un día de liberación”.

Es improbable que Abe atienda la sugerencia de la canciller, quien no se privó de sugerir que los habitantes de Japón también deberían sumarse al espíritu de reconciliación.
 

Thomas Mann seguramente quedaría pasmado, ¿no?