¿De qué podría una hablar hoy si no fuera del eclipse? Eclipse dije, no elipse. Aunque pensándolo bien las dos situaciones son hermanas gemelas nacidas del mismo núcleo, de modo que a rendirse a lo irremediable. O quizá no. Quizás haya una manera de salir del embrollo si nos da por mirar alrededor y pensar en qué se parecen y en qué se diferencian la perplejidad y el fenómeno del los cielos. Que, confesémoslo, tampoco es tan sideral. No es que al sol y ni siquiera a la luna le pasen cosas. Es que nos pasan a nosotros, que tenemos la vista corta y el entendimiento largo. Justamente andaba yo no hace mucho de excursión por los cielos cercanos, leyendo un libro del señor Levinas que me contaba algo, apenas un alguito pasajero, fugaz y mínimo, acerca de lo que la humanidad ha pensado cada vez que miraba para arriba. Y es que somos la única especie que mira para arriba. Intencionalmente, digo; no por casualidad. Y aun más: la única especie que mira para arriba y que se pregunta qué diablos será eso. Bueno, parece que esta humanidad no sólo miraba sin que se preguntaba, de lejos hace muchísimo tiempo, qué será eso que se ve por allá. Claro, como la humanidad adquirió el Hubble no hace mucho, allá antes en los años y los siglos se las arregló para deducir, inventar, preguntarse por la preciosa cabellera de luces que se veía cuando no había tormenta ni terremoto ni alguna otra catástrofe por las tierras y los suelos y los cielos. Algunas cosas maravillosas se les fueron ocurriendo a las gentes. Desde los agujeros por los cuales se lo veía a Dios, hasta las joyas de las diosas rubias y regordetas que se bañaban en el agua de las nubes. Dígame, estimado señor, si todo eso no es más atractivo que mirar por las lentes de los catalejos y catacercas. A mí lo que más me gusta es lo de los bucles, ondas, rodetes e ainda mais de las diosas. Eso, sí, las pelambres rubias morenas pelirrojas o lo que sea, de las diosas que habitan los cielos celestiales, si se me permite el disparate. ¿Y por qué no? Si existen las constelaciones y las cabelleras de las diosas, por qué no van a tener ellas raudas cabelleras de estrellas, ¿eh? ¿Por qué no? Sí, ya lo sé, y aun si lo supiera de veras y documentadamente, vendría de seguro algún señor con su catalejo a explicarme cómo son las cosas. Y bien, no quiero. Me niego. Prefiero pensar que son las preciosas cabelleras de las diosas, amén. Prefiero mi ignorancia, le juro.