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Alpargatas sí, libros no

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La Sra. Fernández dice cualquier cosa, y ese cualquierismo daña su credibilidad pública.

En cada apertura de las sesiones ordinarias, ha escenificado su animadversión contra los docentes, acusándolos de vagos e irresponsables, de tomarse tres meses de vacaciones y abandonar a los educandos a su suerte, tomándose toda licencia a su alcance.

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En el imaginario de la Sra. Fernández está el lumpenproletariat y, bordando su margen, la profesión docente (lo que, en otro razonamiento, podría ser una analogía válida, pero no en éste).

El gasto educativo no es gasto sino inversión, ella lo subraya, y blande los porcentajes de “inversión educativa” (laptops, libros, edificios) como si esas dádivas fueran la condición de un pensamiento pedagógico. Se entiende su frustración: ella ha invertido tanto (levanta la mano, agitando su reloj de oro) que no se entienden los pobres resultados obtenidos y el parto anual de la paritaria: “¿Qué quieren?”

Los docentes reclamamos sueldos dignos, programas formativos sólidos, instituciones escolares que nos permitan ejercer aquello para lo que nos preparamos, alumnos bien alimentados, atentos y dispuestos a aprender, familias que confíen en el pacto de la educación pública y, como conviene siempre, el respeto de la sociedad para la que trabajamos.

A partir de una severísima descalificación desde el asiento más alto de los poderes públicos, es difícil sostener cualquier ilusión de respeto, lo que constituye un débil punto de partida para toda discusión posterior.