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el ECONOMISTA DE LA SEMANA

Alto riesgo y costos laborales debilitan la creación de empleo

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Con el título “Una recuperación mezquina en empleos”, un artículo publicado en PERFIL el 14 de agosto de 2010 por este columnista alertaba acerca de una de las peculiaridades del actual ciclo económico. Subrayaba que la suba de costos laborales era uno de los factores explicativos, pero no el único. En el tiempo transcurrido desde entonces, y con la ayuda del análisis comparado con Brasil, no sólo se confirma el fenómeno de anemia del mercado laboral, sino que aparecen con nitidez elementos explicativos adicionales.

Hasta el tercer trimestre de 2008 el crecimiento del empleo privado era uno de los indicadores más robustos de la economía argentina. La interrupción temporal de la curva ascendente, como derivación de la crisis internacional, fue algo esperado. Sin embargo, pese a que el ciclo económico se normalizó desde mediados de 2009, el mercado laboral no logró recuperar su dinamismo. Con datos hasta el tercer trimestre de 2010, se tiene que el empleo sólo creció 0,4% respecto de igual período de 2008, considerando el segmento privado formal. Este estancamiento contrasta con la tendencia en Brasil, en donde el empleo privado formal moderó su expansión en 2009, pero sin entrar en terreno negativo, para recuperar dinamismo en los trimestres siguientes. En tres años se abrió una brecha de 8,5 puntos porcentuales en la creación de nuevos puestos de trabajo formales del sector privado entre Brasil y la Argentina, ya que el nivel de empleo actual del vecino país es 15,3% superior al del tercer trimestre de 2007, variación que se limita a 6,8% para el caso de nuestro país.

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Ambos países experimentaron un alza significativa en los salarios pagados por las empresas. Por ejemplo, el costo laboral unitario de la industria medido en dólares subió 44,1% en la Argentina entre 2007 y 2010, mientras que en Brasil lo hizo un 35,8%. Hubo una pérdida de competitividad de parte de nuestro país, que obviamente puede haber afectado el ritmo de las contrataciones laborales, pero no de tanta magnitud para explicar la brecha en los indicadores de empleo.
Es posible que cuestiones como la ascendente conflictividad gremial, o la multiplicación de la llamada “industria del juicio” en accidentes de trabajo denunciada por empresarios, puedan adicionarse como explicativos.

También podría anotarse en este listado el hecho que algunos de los planes sociales más importantes que entraron en vigencia en el período tienden a desincentivar la búsqueda de empleo formal.
Pero la brecha de empleo entre Brasil y la Argentina de los últimos tres años también puede estar respondiendo a factores macroeconómicos. En 2007, cuando el empleo evolucionaba a buen ritmo en ambos países, el riesgo país era similar, en torno a los 200 puntos básicos, con una pequeña ventaja para Brasil. Desde entonces, la percepción por parte de los inversores se diferenció y, actualmente, el riesgo país de la Argentina triplica el spread de Brasil.

Esta divergencia es relevante por la siguiente razón: en Brasil, cuando los costos laborales comenzaron a presionar sobre los balances de las empresas, la compensación vino de la mano de un abaratamiento del costo del capital. La profundidad de su mercado de capitales, el empuje crediticio (del cual no fue ajeno el Bndes), la fluidez de la inversión extranjera directa, fueron todos factores que permitieron seguir creando empleos aun en un contexto de sostenido encarecimiento de las erogaciones salariales. Algunos pocos datos fijan este concepto: las emisiones primarias de acciones y otros títulos en la Bolsa de San Pablo, que habían sumado una cifra equivalente a US$ 48,7 mil millones en 2007 pasaron a US$ 130,7 mil millones en 2010; el stock de créditos relativos al PIB pasó de 35,2% a 46,7% en los años mencionados; la inversión extranjera directa, que en 2007 había sido de US$ 34,6 mil millones, trepó a US$ 48,5 mil millones en 2010. Todos estos indicadores son más débiles para el caso argentino.
Brasil recogió dividendos del reducido riesgo país y esto se correspondió con la decisión del gobierno del entonces presidente Lula de mantener el esquema de tipo de cambio flotante, metas de inflación y superávit primario, pese a las presiones originadas en la crisis internacional de 2008/09.

Así, la política fiscal del vecino país experimentó un debilitamiento temporal en función contracíclica. El superávit primario del sector público, de 3,3 puntos del PBI en 2007, pasó a 2,1 puntos en 2009, para volver a 2,8% del PBI en 2010. Brasil mantuvo abierta la posibilidad de financiarse en el mercado de capitales global y el riesgo país fue declinando a medida que la liquidez internacional mejoraba, hasta ubicarse según los últimos datos en una banda de 170 a 180 puntos.
La Argentina, con una deuda pública relativamente moderada en términos del PBI, quedó con un riesgo país que triplica al de Brasil. Esto podría explicarse por una concurrencia de factores: a) la controversia alrededor de los índices, que afecta la paridad de los títulos ajustables por CER, b) el deterioro del cuadro fiscal; c) la falta de acceso a los mercados de capitales, en parte por la subsistencia de frentes abiertos (Club de París, por ejemplo).
En el plano fiscal debe consignarse que, de un superávit primario del sector público nacional superior a los 3 puntos del PBI hasta 2006, la Argentina pasó a un andarivel de 2,2% en 2007 para entrar en terreno negativo a posteriori, hasta un déficit de 1,6 punto del PBI en 2009 y 2010. Si bien formalmente se contabiliza un superávit, esto se debe al uso cada vez más intenso de recursos extraordinarios, estimados en 3,4 puntos del PBI para 2010, con una creciente participación del Banco Central.

Parece razonable que el Banco Central sea un “prestamista de última instancia”, pero si pasa a ser un recurso de primera instancia para el Tesoro, entonces pierde nitidez la política monetaria (alimentando expectativas inflacionarias) y la política fiscal (dejando un piso demasiado elevado para el riesgo país). Para un país históricamente volátil esa menor nitidez puede provocar incertidumbre entre quienes toman decisiones de inversión y de nuevos empleos. Cada nueva contratación laboral que se realiza es un gran compromiso y éste demanda horizonte.
No es posible anticipar los acontecimientos. Pero en un mundo que se encarga todo el tiempo de advertirnos sobre riesgos, por lo menos se necesita convicción acerca de que el gobierno dispondrá de los instrumentos adecuados para hacer frente a nuevas crisis. Desde Japón hasta Medio Oriente, pasando por una muy deteriorada periferia europea, las señales no permiten relajarse.
A juzgar por el actual nivel de riesgo país, el uso de reservas del Banco Central para hacer frente a los compromisos no fue un sustituto perfecto de una política fiscal más previsible y de un plan financiero definido. Pero no sólo eso. Al utilizarse en forma recurrente, se pone un lastre a la expansión de las reservas, lo que quita potencia a ese instrumento para enfrentar eventuales crisis del futuro. Obsérvese que el nivel actual de reservas, en torno a los 52,4 mil millones de dólares (un número importante), implica un aumento de sólo 13,4% respecto del volumen alcanzado en 2007. Las reservas del Banco Central de Brasil, en cambio, pasaron de 180 a 309 mil millones de dólares en el período, con un incremento de 71,6%.