Paradojas de la vida política: justo se vino a caer la pared del fondo cuando era el mejor momento de Mauricio Macri. Al menos, según él y las encuestas, esa religión que cautiva al Presidente, tan monoteísta que contrata a una sola empresa (el resto de los competidores, de luto, casi para hacer piquetes a favor de Cristina). Justificaban ese convencimiento los besos con Obama, la firma de los holdouts, la lluvia de créditos por la salida del default y una avalancha judicial contra lúgubres personajes (Jaime, Báez, y otros) que contenían –se supone– el narcótico descenso social que implica la caída de ingresos este año. Podía ser cierto, pero apareció la novela del sastre de Panamá, un mayorista de Le Carré para inscribir sociedades fantasma u offshore que eran ineludibles en otras décadas para ciertas operaciones comerciales. Y el mandatario, inscripto sin aviso en dos de esa lista de millones, explicó a duras penas –y tres veces en cinco días– su participación en ellas. Saldo: lo que parecía una goleada, como en el fútbol, termina con el equipo pidiendo la hora.
Pocos saben, inclusive hasta los transmisores de la información antes encriptada en los Panamá Papers, la evolución contagiosa de este caso que sacudió a Macri, mucho más en el exterior que en la Argentina. En principio, el Gobierno minimizó la denuncia con un comunicado exiguo, inducido tal vez por el criterio que preconiza Jaime Duran Barba: la corrupción no es un tema que inquiete a la mayoría de la población, considera más importante ocuparse del bolsillo personal de los argentinos y de que Mauricio evite los ajustes, no se muestre como alguien que les saca la plata a los sectores menos pudientes. Enfrente, como ya lo planteó Elisa Carrió al objetar a Duran Barba, hay un grupo operativo que se entusiasma con las denuncias al saqueo cristinista –no estaba en sus cálculos, claro, las que llovieron sobre el Ejecutivo–, los jueces cómplices y figuras non sanctas que irritan a la clase media. Consideran, en suma, que la teoría del consultor ecuatoriano fracasó ya en su país, cuando asesoraba al presidente que no pudo cumplir su mandato, Jamil Mahuad. Es decir: le reconocen a Duran Barba un talento especial para ganar cualquier elección, facultad que no se extiende sin embargo para sostener al mandatario elegido.
Se apartó Macri de los consejos de Duran Barba y habilitó una ofensiva judicial que tomó vértigo propio en la que la tortuga se vuelve liebre (Casanello), el que beneficiaba a Cristina ahora hace feliz a Carrió (Ercolini) y, como agregado, la Corte vía Ricardo Lorenzetti –correspondida ahora por los jueces federales– instruyó que se termine con la impunidad, como si ellos mismos estuvieran desligados de lo ocurrido en la Argentina en los últimos 12 años. Invocando, también por sugerencia de las encuestas, que el público demanda castigo y velocidad ultrasónica para las causas. Del Derecho ni hablan. Igual se cargó sobre el cuerpo de magistrados (cuatro designados por el menemismo, uno por la Alianza, el resto por el kirchnerismo) que deberían realizar esa nueva tarea, hicieron renunciar a uno (Oyarbide), amenazan a otros y, en alguna medida, los volvieron a convertir en instrumentos del sistema político que les permitió vulnerar la banquina sin que el Consejo de la Magistratura, con mayoría de los partidos, procediera a observarlos o a despedirlos. Hasta se les achacó la maniobra de despedazar causas cercanas a Cristina y su gobierno, desmembrarlas en diferentes juzgados, en lugar de unificarlas, cuando las grandes causas como el megacanje, la deuda externa u otras que imputan por asociación ilícita han quedado también en suspenso.
Distracción. La falla, siempre, estuvo en otro lado, la instrumentación fue una excusa. Hasta se produce la curiosidad inédita de que la venalidad es unitaria, no federal como el país, ya que los delitos y las anomalías parecen haber ocurrido sólo en el área metropolitana, y en ninguna provincia hubo dolo o algún gobernador complicado. Hay inclusive transacciones o acuerdos del macrismo con Gerardo Zamora y su sucesión en Santiago del Estero, por ejemplo, o distracción sobre administraciones como la de Formosa, Tucumán o Jujuy, algunas de ellas en situación desesperante.
Prevalece entonces la tendencia reparadora y justiciera sobre millonarios repentinos, algo más que sospechados por el periodismo hace años. A los Báez o Cristóbal López –responsable de la financiación al cristinismo, según los cercanos a Macri, uno de quienes le dijo sin contemplaciones al empresario: “se terminó”–, sumados al impresentable Jaime, les sucederán Julio de Vido u otros emblemas, como la misma ex mandataria Cristina, caso de estudio por el refugio en su comarca sureña, más recluida en la Casa de la Provincia que en su domicilio. Aunque debe considerar ambos paraderos como propios, como si fuera un feudo del siglo XII. Aluvional este proceso, quizás comparable a la Italia de Di Pietro o el Brasil actual –aunque todavía no convidan al sarao a los empresarios privados que pactaron con el círculo– al que los adversarios quieren incluir a Macri y él, en su defensa, señala que no es lo mismo, que no lo comparen, que no sólo difiere en origen, también en conducta.
Tropieza el Gobierno con el dominio de la calle que instiga el cristinismo, necesitado de peronistas ad hoc como Fernando Espinoza, ex intendente de La Matanza, propiciando que Macri “salte” de la Casa Rosada, casi convertido en el Raúl Othacehé que desató la rebelión contra Fernando de la Rúa. Hay que incluir cierta incompetencia oficial, tal vez, para esterilizar esas movilizaciones. Más el descontento de quienes pierden ingresos o se escandalizan con los aumentos tarifarios, la falta de dinero para solventar obras en todo el país, caso testigo la gobernadora de Buenos Aires, una exhausta en lo económico María Eugenia Vidal, quien esta semana pidió asistencia social para una provincia indomable, en la que hasta se armó una huelga de la Policía a través de internet.
Y, por si fuera poco, se advierten disgustos en la conducción del Gobierno, en la que el ministro Alfonso Prat-Gay podría confesar malestar con colegas (Rogelio Frigerio, Marcos Peña), hoy ansioso por cerrar la cuestión de los holdouts, la apertura de los créditos y, después, plantear una organización diferente de funciones. Ministro demasiado sensible, diría Néstor Kirchner, quien lo tuvo como titular del Banco Central, imprevisible para actos futuros si no le conceden más confianza y él no lanza un plan de estabilización. No alcanza la súbita Justicia para pensar en el largo plazo.