Cada día cuesta más coincidir ideológicamente con los buenos. Para alcanzar algún grado viable de comunión doméstica, hay que estar a favor o en contra de. Del Gobierno, de la oposición, de Riquelme, de luquivenga. Rapidito y sin pensarlo dos veces. Futbolísticamente. Televisivamente. Descargada la tanda, y a otra cosa, mariposa. Ya está, dale, fue. ¿Otro café? Difícil para quien tenga un pasado dialéctico que aún lo proteja del maniqueísmo. Pero lo pasado pisado, man. ¿A quién le importa si fuiste un lúcido universitario de izquierda o un bruto facho pro golpista? Hoy es hoy, y si al menos no admitís el progreso institucional, es porque estás con la contra. ¿Eh? ¿Qué contra? Macristas, lilistas, sciolulos, cletómanos, chicheros, soláfilos, sojamen e ainda mais. ¿Yo? Y, sí, criticás demasiado y así, sin querer queriendo, le hacés el juego a la reacción promilica. ¿La qué? Pero aún hay algo peor que esto: los progres del justo medio y la cautela top. Esos que juran que aplaudirían cualquier buena obra de un anteayer repudiable enemigo político porque, nobleza obliga, eso es democracia, ¿no? Dios mío, exclamaría un agnóstico. Joder con el niño, un republicano galaico. Mamita querida, un Marrone de cotillón. A ver. Llega un momento de la vida en que uno sospecha que ya no debería confundirse tanto. Que lo vivido podría tener un valor no atávico ni perimido, sino pasible de ayudarlo en el presente. Y piensa, y recuerda. En los duros 70, un reaccionario era alguien que estaba a favor del gobierno de turno aunque éste no fuese democrático. Y un centrista, el que coqueteaba con todas las ponencias opositoras, listo a poner blanda distancia de la que de pronto le pareciera peligrosa, para continuar luego su rumbosa trepada hacia la cresta de la coyuntural ola. Ay, ¿cuántos surfers de esta laya conocemos en acción aquí y ahora? Y también son de esa cría, sépanlo o no, los buenos que nos aconsejan que basta de utopías, que seamos realistas, que esto es lo que hay. Dijo el filósofo Manuel Cruz en Cómo hacer cosas con recuerdos o sobre la utilidad de la memoria y la conveniencia de rendir cuentas: “El orden establecido recela siempre de los contenidos subversivos de la memoria”. Y, sí, de no aflojar se trata.
*Escritor y periodista.