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guerreras

Amor a la oriental

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Algunos sueñan con las amazonas, otros piensan en Juana Azurduy, hay quien imagina a Cristina y a Evita como las guerreras que luchan contra la injusticia del mundo y la voracidad de las corporaciones (no la Barrick Gold, desde luego). Yo, después de rever algunas beligerantes películas de Kurosawa, leo y releo las pocas páginas que existen acerca de Tomoe Gozen, la samurai japonesa celebrada en El cantar de Heike (Heike Monogatari). Las versiones acerca del personaje difieren, pasan de la irrisión al mito. De todos modos, las mujeres-guerrero de Japón existieron, y aunque el período Heian prefirió volverlas pálidas muñecas cortesanas y mujeres de interiores que escribían maravillosos poemas y novelas que resumieron la historia del género, lo que se cuenta de Tomoe manda a uno a preguntarse cómo es que Junichiro Tanizaki no la empleó para una de sus novelas de corte histórico.

Tomoe nació en 1175, se educó en el uso marcial de la naginata y domaba caballos salvajes, y se dice que en una batalla, cuando el general enemigo intentó capturarla tirándola de la manga para bajarla del caballo, le cortó la cabeza y le presentó el trofeo a su esposo Minamoto no Yoshinaka. En otra batalla, como el destino le era adverso, Minamoto intentó morir honrosamente cometiendo seppuku (los hombres se destripaban; las mujeres, más decorosas, se cortaban la garganta) y Tomoe se adentró en lo más arduo de la batalla para distraer la atención de los combatientes y brindarle la oportunidad del retiro a su marido; logró al menos decapitar a varios rivales y de paso generar el ruido suficiente, pero el pobre Minamoto no alcanzó a cumplir con su cometido y fue atravesado por una flecha, lo que desanimó tanto a Tomoe que bajó la guardia y se dejó matar.

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En japonés, Tome significa “círculo perfecto”.