Por qué razón se me da por visitar las páginas web de las editoriales? No lo sé. Supongo que debe ser un vicio ingenuo, mucho menos perverso y obsceno que varias otras actividades que se hacen por internet (como mirar páginas pornográficas y leer las secciones políticas de los diarios). Así llegué a la página de Nudista, pequeña editorial cordobesa, donde hallé un par de cosas interesantes. Por ejemplo, la frase final del texto biográfico de Irene Gruss (“Actualmente edita los blogs elmundoincompleto.blogspot.com –el mundo incompleto– y lamitadelaverdad.blogspot.com –casta diva–. Le hablo a la pared”), o la bella frase con que la editorial comienza su Presentación (“La literatura es nuestro punto de partida”). Todavía no subieron a la página los datos de Antonio Jiménez Morato, pero no dudo de que lo harán pronto.
Jiménez Morato nació en Madrid en 1976. Reconocido entre nosotros como un agudo crítico literario, que conoce al dedillo la literatura latinoamericana contemporánea, bien podría integrar la larga legión de personajes extranjeros y excéntricos que saben de nosotros más que nosotros mismos. Generoso y polemista, incluso en el error (el otro día lo vi despotricando en Facebook porque “veo cómo se apilan los libros de autores jóvenes que me regalan los editores con una sensación constante de decepción”: pues a mí los libros de autores jóvenes que me regala un editor del barrio de Almagro me suelen parecen muy buenos), supo ayudar a divulgar a más de un escritor latinoamericano en España. Luego, según me cuentan (no lo conozco personalmente: lo vi una sola vez en mi vida, en un bar en Madrid, pero él estaba de espaldas), se habría dedicado a la vida académica en Estados Unidos y habría dado el mal paso de escribir una novela, llamada Lima y limón, novela que precisamente Nudista acaba de distribuir en estos días. Pero Lima y limón no es en absoluto un mal paso; al contrario, es una novela interesante que gira en torno al amor y al desamor. O mejor dicho: Lima y limón es una novela sobre el recuerdo del amor. ¿Dónde quedan las marcas del amor? ¿En dónde se depositan? Lo interesante del texto reside en la respuesta: en la tecnología. En el disco duro de una PC, en el mp3, en el contestador automático. Esa idea pone la novela en una situación incómoda, cerca del peligro de pisar el umbral de cierta narrativa contemporánea española que ha escrito mucho y mal sobre las nuevas tecnologías, en la tradición del optimismo tecnológico que se fascina con la última novedad del mercado (que en verdad, siempre es la penúltima: lo último siempre está por venir, y eso hace que esa literatura fascinada por la tecnología llegue siempre, siempre, siempre irremediablemente tarde). Pero mientras en esa literatura española (secreta heredera de lo peor de la literatura argentina de los 90) sólo hay impresionismo, es decir un catálogo de la vida contemporánea bajo el modo de la sección Tech del Corte Inglés, Lima y limón evita esa tentación y corre el texto hacia un lugar que incluye el eco de la tradición romántica del fantasma de la máquina.
Los recuerdos quedan guardados en la tecnología, verdadera alma de nuestra época. Y el amor mismo, entonces, puede ser pensado como una tecnología (¿hay también un eco de Foucault detrás?), como un dispositivo de conocimiento.