Argentina va en carreta hacia la catástrofe. La carreta de los condenados sumisos. Desde la educación hasta la más elemental exigencia de orden público, vemos el desbarrancamiento del Estado en anarquía. Anarquía para nada, ni siquiera con fibras de transformación. Todo lo vemos desde nuestro pacto de resignación con los ojos inertes de las vacas que miran desde el alambrado pasar los camiones por la ruta. Todo lo registramos como los notarios eunucos del Celeste Imperio en una infinita crónica sin decisiones.
Ahora nos cae algo mayor que el asesinato nuestro de cada día. Lo de Villa Soldati es el punto de prueba para nuestros políticos eternamente anticipados por la realidad. A pocos días del anuncio de premiar a otros usurpadores villeros con probables títulos de propiedad; un triste pueblo, al margen del último margen, se aposenta en 170 hectáreas del Estado. Hay familias, niños, desocupados, explotados, traficantes de paco, un setenta por ciento de extranjeros e indocumentados. Una minoría busca sobrevivir, asentarse, comer. Para ellos es como alcanzar no la vida, sino el umbral de tierra y polvo de la vida. Otros no tienen ni el derecho de la miseria, son simples oportunistas o delincuentes en un país de más indiferencia que permisividad.
El porteño sabe que el gobierno de su ciudad tiene menos poder que la gobernación más pobre. Padece un ejercicio de ninguneo constitucional permanente de parte de la Nación. Lo de Villa Soldati, como invasión pone a prueba no solamente a Macri sino a toda una clase política complaciente, menor, que olvida a la Nación, centro de todas las obligaciones del Estado. Argentina se fue acostumbrando a aceptar la ilegalidad. Acepta ser un país a contraconstitución. Padece la arbitrariedad cotidiana como si hubiese otra lógica jurídica. Desaloja la policía el predio de Villa Soldati (por orden de juez) y se destituyen policías. La única responsabilidad se detiene en los policías. Es como un país que no comprendiese el básico mandato de orden público. Los policías se sienten más amenazados e indefensos en la tarea represiva que les ordenan jueces y funcionarios, que los delincuentes mismos. La Corte no se expide ante esta realidad de lesa juridicidad. Los fiscales no se notan. Los ministros de la Corte esperan por mesa de entradas la denuncia del caos jurídico y judicial de la Argentina. El periodismo mobilero, sin comprenderlo, ejerce una bondadosa exculpación del crimen. Crea un elogio telerradial del delito, sin saberlo.
En Villa Soldati el Gobierno nacional se enfrenta a lo que sembró. Pero pretende que Macri cargue con las espinas. Nadie interviene por temor al muerto. (Hubo ya tres muertes “pero entre ellos”).
En estas situaciones de las villas y ahora en la nueva usurpación, el núcleo de familias y trabajadores queda rebalsado por los extranjeros indocumentados y el peligroso núcleo de delincuentes, especializados en la droga.
El Gobierno y la llamada oposición evaden enfrentar el imprescindible retorno a la ley y la juridicidad constitucional. Con disimulo han creado nacionalmente una “zona liberada” de ley y orden. Cualquiera corta la Panamericana, el acceso a Ezeiza o la cuadra de su barrio. Los “chicos” ocupan los colegios como un derecho (aprobado presidencialmente). Si pasa en Buenos Aires, “le pasa a Macri”. No se tiene una visión nacional solidaria ante el paso de la anarquía tolerada al vandalismo y a un odio social larvado. El ministro Alak, con solemnidad, informa que el orden público es un tema municipal. Teoría de irresponsabilidad, de país atomizado. La Presidenta no atiende al jefe de Gobierno. El desborde puede ser comienzo de algo muy grave, que mucho temen y que sectores conocidos y definidos alimentan en su esperanza de violencia civil.
El principio de autoridad es irrenunciable y toda la clase política debe apoyar la defensa del orden público con las armas del Derecho.
Villa Soldati es la inflación y la miseria pese a los regalos demagógicos del gobierno, pese al irrisorio Indec.
Estamos en un país donde se piensa mal, en contra del elemental sentido común, y sin básico sentido unitivo de Nación. Pero estamos en serio peligro de derrame incontenido de violencia.
Contradicción flagrante entre nuestra mediocridad política y la fuerza creadora y el horizonte de poder económico y financiero originado por nuestra riqueza exportadora. Riqueza que bien manejada solventaría el abandono social y la deformación urbana.
Mientras tanto, la carrera de mediocres que no dudan en decir vía cable: “Cuando yo sea presidente…”
*Escritor y diplomático.