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METAMORFOSIS

Aníbal y el síndrome Randazzo

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La desconfianza con el giro copernicano de Daniel Scioli y la insólita coincidencia con Elisa Carrió para reclamar transparencia en el proceso en apariencia amañado que seguiría el gobierno nacional en las PASO constituyen los rasgos más visibles de la metamorfosis política que atraviesa en los días previos a esos comicios Aníbal Fernández.

Si el caso no reúne méritos suficientes para inscribirse en la larga lista de travestimo dirigencial alentado por los K en esta década, es porque se trata del jefe del Gabinete de Cristina Fernández. Por el tipo de rebelión planteada en el plano de lo teórico contra el verticalismo presidencial, tiene más similitud con el de Florencio Randazzo. Una experiencia traumática a la que remite sin escalas.

La resistencia del ministro del Interior y Transporte a declinar competir por la presidencia ayuda a comprender el fracaso para que Aníbal desista de hacerlo por la gobernación bonaerense. El esfuerzo para evitar que simbolice el fin de ciclo es directamente proporcional a la anemia de esas maniobras.

Que el aparato oficial del Estado se volcará a retener la provincia de Buenos Aires con la fórmula de Julián Domínguez y Fernando
Espinoza es la sospecha menos sutil que hermana al jefe del Gabinete con la oposición cuando los sondeos marcan que la alianza Cambiemos, con María Eugenia Vidal de candidata, obtendría el segundo lugar en las primarias por delante del presidente de la Cámara de Diputados y el intendente de La Matanza. 

Dicho de otra forma: Aníbal depende de Mauricio Macri para ser gobernador. Más precisamente, de que el próximo 9 de agosto la coalición que integra sea la primera minoría en el territorio que concentra el 38% del padrón electoral. El interés por incidir sobre el resultado excede las posibilidades didácticas de un cálculo simple y directo.

La complicación que la mala imagen del jefe de los ministros podría acarrear a una victoria en primera vuelta fue el modo alambicado en que se dio a conocer el preferido para Daniel Scioli. Más que ese pronunciamiento, a los intendentes del Conurbano los inquieta que coincida con la irregular entrega de boletas. Una vía indirecta para quebrar la neutralidad que en público juran mantener.

Pero la oposición y Fernández comparten también una debilidad. Carecen de los recursos para fiscalizar en simultáneo las 34.500 mesas habilitadas. Requisito sólo compatible con el despliegue de la logística oficialista que llamativamente intentó imponer Laureano Durán.
Obligado peregrino de un desierto prefabricado, Aníbal descubrió como un oasis las bondades de tener oposición y hasta se permitió tildar de despropósito la medida, revocada a las pocas horas por la Cámara Electoral. La inédita coincidencia con el Frente de Izquierda o con Carrió, habitual querellada, tal vez quede en el recuerdo de los más memoriosos como un borroso espejismo. 

No así la extraña aquiescencia de un espacio político donde la disidencia es una herejía. La declarada intención de apelar la disposición de Durán pareció implicar un desafío subliminal a la propia Ley de Subrogancias que defendió con vehemencia y gracias a la cual un secretario contratado sin carrera en el Poder Judicial ocupa un juzgado clave como el Electoral Nº 1.

¿Se resolverá en las primarias el futuro inmediato de Fernández? Nadie puede asegurarlo. Pero si Randazzo es un indicio, conviene seguir de cerca los pasos de Scioli. El gobernador dio por superado cualquier entredicho con el ministro, a quien daría continuidad en su gabinete si es electo presidente. Mejor prevenir un síndrome antes que sea diagnosticado.

*Titular de la cátedra Planificación Comunicacional. Universidad Nacional de Lomas de Zamora.