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Aniquilación

Cuando visité Venezuela en el año 2003, Chávez había montado un sistema para desmantelar anímica y moralmente a las clases acomodadas venezolanas.

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Existen formas de destruir al pueblo. Formas de destruir a la clase media. Formas de destruir a las clases bajas. Y formas de destruir a las clases altas. | Marta Toledo

Existen formas de destruir al pueblo. Formas de destruir a la clase media. Formas de destruir a las clases bajas. Y formas de destruir a las clases altas. Días atrás, cerca de la laguna de Lobos, el dueño de una cabaña que no recibía visitantes hacía semanas, me tomó de rehén auditivo. Como suele suceder en las calles de Buenos Aires, me dijo: “Este tipo no entiende nada, no sabe qué está haciendo, hizo todo mal… No es que prefiera lo anterior, pero por lo menos podíamos trabajar… Yo voy a tener que vender, no sé qué voy a hacer si Macri sigue un año más, se tiene que ir”, y me señaló una cabaña a medio construir, rodeada de hierros y ladrillos humedecidos: “Desde hace un año y medio está parada la construcción. No puedo pagarle a un albañil”. A mi pregunta de si no creía que la devaluación incentivaría el turismo en pesos en el verano inmediato, me contestó algo de lo más sensato: “Yo trabajo con la clase media y la clase media baja, que están destruidas. No es que van a dejar de irse afuera, no van a ir a ningún lado. A nadie le queda un peso en el bolsillo para las vacaciones. A mí no me queda un peso después de pagar diez mil pesos de gas en el invierno”. Horas más tarde, recorriendo la zona, entendí que las expectativas turísticas eran bajas para este verano y varios complejos de cabañas tenían el cartel de venta, que en crisis es equivalente a “liquido antes del apocalipsis”.   

La aniquilación total de la diferencia de clase puede darse gracias a una revolución o por culpa de gobiernos ineptos. Cuando visité Venezuela en el año 2003, Chávez había montado un sistema para desmantelar anímica y moralmente a las clases acomodadas venezolanas. Tras esa victoria anímica procedió, con variantes improvisadas de una fantasiosa doctrina “bolivariana”, a suprimir los privilegios de esa clase –y de cualquier otra– y emparejar en el mismo subsuelo de desgracia a toda la población: hiperinflación, escasez, desempleo, precarización laboral. En 2003, de cualquier manera, no era tan ostensible el fracaso del proyecto socialista bolivariano y había cierto optimismo respecto a esa revolución no requerida. Las regalías petroleras todavía producían un derrame y alcanzaban para mantener el espejismo de un Estado de bienestar en marcha. Existía una oposición articulada. Los beneficiarios de ese Estado fueron los últimos en ser destruidos, pero destruidos y traicionados en última instancia por los herederos del chavismo.

Producto de todo esto, en la última década hubo un flujo de inmigrantes venezolanos calificados que recalaron en Argentina y, hasta ganarse un lugar en sus respectivos oficios, se vieron obligados a desempeñarse en trabajos subcalificados. Todo gracias a un líder político místico que tuvo un heredero fraudulento. No son estas líneas una crítica a las banderas de la izquierda populista, sino a la ineptitud y al discurso bananero que tiene su versión new age en el actual gobierno. ¿Quién dijo que entre el macrismo y el chavismo no hay ninguna similitud? Hay algunas continuidades, como un presidente fuera de control, timbreos, maniobras cambiarias precarias, hiperendeudamiento, discurso evangelista/new age, destrucción paulatina del poder adquisitivo de las capas medias y bajas. Si el Fondo Monetario interviene tan amablemente, se debe a que no quieren en el mundo el ejemplo de una Venezuela de derecha. Al menos por ahora.

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