COLUMNISTAS
EL NUEVO ROL DE BIANCHI COMO MANAGER DE BOCA

Ante una tarea histórica

No es poco para un solo verano: el fútbol argentino se sacó de encima a Eduardo López, presidente de facto de Newell’s por más de una década, y recuperó a Carlos Bianchi. Nuestro deporte más popular necesitaba que, al menos, uno de los tantos buenos exponentes que dan vueltas por otros cielos viniera al nuestro, aunque más no fuera como manager, cargo que Bianchi ocupa en Boca a partir del día de Reyes de 2009.

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No es poco para un solo verano: el fútbol argentino se sacó de encima a Eduardo López, presidente de facto de Newell’s por más de una década, y recuperó a Carlos Bianchi. Nuestro deporte más popular necesitaba que, al menos, uno de los tantos buenos exponentes que dan vueltas por otros cielos viniera al nuestro, aunque más no fuera como manager, cargo que Bianchi ocupa en Boca a partir del día de Reyes de 2009. Es una jugada maestra inteligente de un dirigente de bajísimo perfil y gran capacidad, como el hoy presidente de Boca, Jorge Amor Ameal.
Conozco a Ameal desde hace casi veinticinco años. Lo sé honesto y trabajador, pero, ante todo, lo sé un tipo preparado para el cargo que desempeña. Es un activo militante de la política de Boca. Fue un acérrimo opositor a la gestión de Alegre y Heller, y llegó a la política interna a través de la presidencia de Mauricio Macri, en cuya lista encontró su manera de servirle al club (y no de “servirse de él”) y de alcanzar posiciones que le permitieran tomar decisiones importantes. Aun sabiendo que Pedro Pompilio (amigo y vecino de Amor Ameal) fue quien dio el primer paso para esta vuelta de Bianchi a Brandsen y Del Valle Iberlucea, fue Amor Ameal quien tomó la decisión final. Se presentó ante Bianchi y le dijo: “Yo no entiendo nada de fútbol, ocupate vos”. El Virrey se rio, pensando en todos los dirigentes de fútbol que “no entienden nada” y creen que sí lo hacen. Sonrió y aceptó; un poco en homenaje a la memoria de Pompilio, y otro tanto por semejante demostración de humildad del presidente xeneize.
Este punto, el de la humildad, es fundamental. Los alejamientos de Bianchi de Boca (sobre todo el último) fueron con conflictos internos. Sintió varias veces que –por ejemplo– Macri prefería Orlando Salvestrini –hombre del riñón de papá Franco, especialista en el básquetbol del club, de relación tirante con Bianchi y varios futbolistas– a él. “Los que ganamos las copas y los campeonatos somos los jugadores y yo”, manifestó una vez en privado, cuando su salida de Boca era irremediable. Pidió consenso en la Comisión Directiva y no lo consiguió. Encima, perdió la Copa Libertadores en esa fea final contra el Once Caldas. Bianchi ya había decidido irse, la derrota sólo fue la excusa final. Algún dirigente sonrió pensando que Bianchi iba a tener una medalla menos, pero en verdad, a Carlos no era lo que más le afectaba. Obviamente, la derrota le dolía, pero más lo laceraba la espantosa imagen de cada uno por su lado, de desunión, de que había tipos dueños de un egoísmo tal que preferían perder antes que verlo feliz una vez más al Virrey.
Ahora tampoco estaban todos de acuerdo con su llegada. El dirigente Juan Carlos Crespi, por ejemplo, quería seguir en su cargo del Departamento de Fútbol Profesional. Pero a Carlos ya no le importó; se preocupó más por aquella idea de Pompilio y Amor Ameal que por discrepancias coyunturales. Además, sentará un precedente. La ya antigua “Comisión de Fútbol Profesional”, esa por la cual los dirigentes se mataban por estar, pasará a ser un recuerdo. Esos lugares –si lo de Bianchi prospera– serán ocupados por hombres reales de fútbol: ex técnicos, ex jugadores y algunos dirigentes notables para un cargo sin muchos antecedentes en el país.
Bianchi hizo dejar claro en el contrato que, aunque Ischia renuncie, él no va a tomar el equipo, en una clara demostración de que sabe cómo es el hincha, que en cuanto al actual DT no le vaya bien le pedirá que se haga cargo de la situación. El martes pasado, en la conferencia de prensa, se protegió de preguntas indecentes. Sobre todo, de los periodistas oficiales, que lo odian con el alma. A diferencia de más de la mitad de sus colegas, Carlos Bianchi jamás les concedió privilegios. Es más, siempre despreció ese discurso único que tanto daño le hizo al espectador medio, ese nefasto mensaje triunfalista y adulador que transformó al simpatizante apasionado y discepoliano en un ser cholulo, ordinario, egoísta e intolerante. Y siempre los odió porque lo único que valoraron de su trabajo fue la suerte. Que la tuvo, es cierto. Pero no hablar de lo que Bianchi generó en jugadores como Riquelme (recordar que con Veira era carrilero por la izquierda) o Samuel (cuando llegó Bianchi, el titular era Fabbri) es mostrar una ignorancia suprema. Nunca entendieron que Matellán, por ejemplo, jugó más de lo que podía por Bianchi y que escandaletes internos como el que terminó con las carreras xeneizes de Marchant y Arce (dos pibes que él mismo había promovido) no se convirtieron en comidilla de programas basura y no pudrieron el interior del grupo porque Bianchi (e Ischia, es justo aclararlo) manejaron todo con mano maestra.
Un técnico no es el mejor sólo porque haya ganado un par de definiciones por penales. Bianchi es el mejor de la historia de Boca porque todo lo que tuvo a su cargo lo potenció. Jugadores y equipos que parecían de 6 puntos, jugaron para 10. Hubo problemas internos que jamás conocieron la luz y los suplentes nunca hicieron un solo planteo.
Justamente eso que mencionamos a la pasada es lo que Jorge Amor Ameal, el presidente de Boca, vio en Carlos Bianchi. Convirtió todo lo que tuvo a su cargo en algo importante, definitivo, redituable. Desde este punto de vista, el Virrey tiene ahora una tarea aún más compleja: tiene que potenciar al club todo. Ya no alcanza con que Riquelme juegue bien o con acertar en la marca correcta del mejor adversario. Ahora hay que hacer las cuentas, mirar a las inferiores, conversar con el representante del juvenil que promete y que se cree Rojitas y que piensa que el DT es un burro por no ponerlo, bancarse las miradas torvas de los dirigentes que estaban en ese lugar y fueron desplazados…
La tarea que le espera es grande, fundamental e histórica. Tiene a su favor a un club ordenado, campeón y con jugadores y cuerpo técnico que lo quieren y lo respetan.
O sea, está todo como Bianchi empezó a ponerlo en el invierno de 1998...