Son días de relax para el Gobierno en la cuestión política.
Salvo algunas bravuconadas de La Cámpora, en miniatura, en alguno que otro acto conmemorativo. O la movida de algunos respetables dirigentes o intelectuales por el destino de Milagro Sala, cuando en realidad no conocen el poder arbitrario, autoritario y antiinstitucional de esa mujer, que mantuvo en el puño y a su antojo a una provincia entera. No esperan al dictamen de la Justicia, que es la que tiene que actuar.
El Presidente viaja al interior del país. Sus hombres procuran negociar cuanto antes con la “oposición”, que no es violenta sino dialoguista. Otros presidentes del hemisferio norte prometen visitarlo este mismo mes para estrechar vínculos perdidos en el túnel de la historia. Se preparan nuevos planes. Se descubren errores garrafales de la anterior administración y una distribución de fondos en algunos casos escandalosa. Parecería que en este afán de ser “correcto” y no agresivo con el nuevo gobierno, intentan no hablar de algunos equívocos oficiales.
Pese a haberles sugerido a las autoridades que presenten el balance de toda la aturdida carga que recibieron del cristinismo cuanto antes, no lo han hecho. Hay ciudadanos que no entienden la mecánica inflacionaria o el error tremendo de haber mantenido las tarifas de servicios congeladas por años.
Algunas voces del oficialismo adelantan que se hará en el discurso presidencial del 1º de marzo, cuando se inaugure el nuevo ciclo de la Asamblea Legislativa.
Otros precisan que el balance hay que presentarlo ya, sin más, abiertamente. Que no se debe abusar del “desenchufe” del verano, cuando todos intentan descansar y olvidar los pesares de la vida cotidiana.
Es cierto que hay una especie de norma no escrita pero sí razonable de no apretar, no condicionar, no elevar cuestiones de fondo a la Presidencia y sus ministros porque cada uno trata de encontrar su asiento y amoldarse a él.
También es cierto que el periodismo, en general, busca cumplir la consigna de no quitarles el aire a las autoridades por algunos meses. Pero para cumplirlo no hay límites precisos. Se sabe que los buenos modales no se compran en la farmacia.
Para algunos economistas, el actual proceso inflacionario, que parecería desbocado, es natural como efecto de la devaluación. Otros consideran que hay “demasiados vivos” en la cadena de producción de los precios. Lo único cierto es que los aumentos que se están conociendo y los que están por venir en cualquier momento aturden y asustan porque “no hay bolsillo que aguante”.
El anuncio de los incrementos es un magno acto de comunicación, o debería serlo. Presentar un incremento del 500% en el servicio eléctrico sin explicar el porqué puede resultar un acto brutal y agresivo. En cualquier país sería escandaloso. Juan José Aranguren, ministro de Energía , dio explicaciones suponiendo que los que lo escuchaban representaban una sola y única audiencia. Resulta que esa audiencia es múltiple, heterogénea, controvertida, que vive de lo que escucha en los medios de transporte. No sabe, y el que no entiende puede odiar al emisor.
Están los medios gráficos donde se brinda información, con poca o mucha didáctica, pero sólo los leen la clase alta y la clase media, todos mayores de 30 o de 40 años. Están, en ese mismo mundo, los que leen cada página y los que lo soslayan, los que eligen vivir en las nubes.
No faltan los que se guían por los títulos que encuentran en las redes sociales o en los links con poder de convencimiento. Está la audiencia radial y la televisiva, múltiple, muy heterogénea. Hay prensa escapista, burlona, que no refleja la vida en el país ni en el mundo. Lo dejan en manos de especialistas invitados a distintos programas. Pero no muchos de esos especialistas utilizan un lenguaje sencillo y accesible.
Ergo: la verdad está en el comienzo. Funcionario que comunica debe hacerlo con fundamento, sencillez y amplio conocimiento. Y con especial paciencia, como una maestra de los primeros grados. Para que se comprenda. De lo contrario, en vez de demostrar todo lo mal hecho antes no se comprenderá el presente.
*Escritor.