El horizonte al que nos dirigimos cuanto pretendemos alcanzar nuestro bienestar integral se denomina convivencia. Efectivamente convivir, un verbo que el hombre parece tantas veces ignorar, es el resultado de un trabajo creativo que pone en juego nuestros impulsos de vida (amor e interés por el semejante) y en cuyo transcurso se va desarrollando un crecimiento individual y grupal indisolublemente ligado y conduce a la felicidad posible (humana, verdadera), una meta alcanzable.
La convivencia implica estar inserto en una trama que para su construcción (porque de eso se trata) exige una serie de condiciones y otra de recaudos. Ante todo, otorgar un lugar prioritario más bien indispensable al vínculo amoroso, responsable, solidario y honesto con el otro. Esto significa percibir, aceptar y aprovechar esa diferencia que hace de cada cual una singularidad, y desde esa distancia o hueco poder unirnos o aliarnos. La omnipotencia que borra esa brecha fagocitando al otro tiene como trofeo una fusión letárgica. Convivir es coexistir y hacer de las grietas que constituyen lo múltiple, lo plural y lo diverso, una fuente de enriquecimiento y, vale la pena subrayarlo, reaseguramiento. Otra condición para convivir es la responsabilidad. Quiere decir participar, integrarse y hacerse cargo de la propia conducta. No puede haber armonía que, como nos enseñaron algunos célebres filósofos, significa coherencia, equilibrio dinámico entre razón y pasión, si las conductas individuales y grupales lesionan la dignidad del prójimo y arrasan con su autoestima dejando al sujeto con una vivencia de desvalorización y debilidad que inhiben sintomáticamente su potencia generativa. No puede lograrse el bienestar donde, vestidos de un narcisismo patológico, los poderosos eventuales u ocasionales se burlan de las reglas y de aquellos que las acatan. La herida que impotentiza se reproduce y estalla la violencia difusa.
Cuando no existe el amor e interés por la vida, el lugar vacante lo ocupan el odio y la agresión. La historia está poblada de ejemplos. Por eso, la construcción de un devenir convenible, objetivo que no debe ser negociado, reclama nuestra voluntad e involucramiento positivo.
*Médico psiquiatra, escritor.