COLUMNISTAS
OPINIONES Y PROPUESTAS

Argentina, un país donde sobran políticas de Estado

Héctor Alterio, en su papel del teniente coronel Zavala, en la escena final de La Patagonia rebelde.
Héctor Alterio, en su papel del teniente coronel Zavala, en la escena final de La Patagonia rebelde. | Cedoc

La Patagonia rebelde, una película de Héctor Olivera, está basada en la novela Los vengadores de la Patagonia Trágica, escrita por Osvaldo Bayer. En ella, Héctor Alterio interpreta al teniente coronel Zavala. Según cuenta la novela, a Zavala se le asigna la tarea de evaluar el malestar de los trabajadores en varias estancias patagónicas. Durante su primera visita, Zavala se interioriza de los problemas y se angustia por ellos. Al regresar a Buenos Aires, presenta un informe lapidario contra las estancias, instando al gobierno a intervenir rápidamente para mejorar las condiciones de trabajo. Sin embargo, el gobierno de Hipólito Yrigoyen ignora el informe y, en cambio, le solicita regresar, esta vez no para evaluar la situación, sino para reprimir lo que se había convertido en una revuelta incipiente. Lo que sigue es una masacre. Dicho esto, la escena final de la película es reveladora al punto de resignificar toda la historia. En esa escena, los dueños de las estancias organizan una comida de agradecimiento para Zavala. Mientras cantan la conocida canción británica For He’s a Jolly Good Fellow, la cámara hace un plano que se va cerrando sobre los ojos de Alterio, que experimenta una suerte de epifanía: sus ojos se contraen y se tensan en la dolorosa comprensión de que había luchado del lado incorrecto.

Recordé esta escena la semana pasada cuando escuché a Elisa Carrió declarar que algunos líderes políticos de la oposición estaban planeando un ajuste brutal contra las clases medias. Estas declaraciones me parecen relevantes porque Elisa Carrió representa, indiscutiblemente, un faro moral para la república. Es alguien de intachable honestidad y de dedicación casi religiosa al país y a nuestro sistema republicano de gobierno. Yo tuve el honor de constatar estas cualidades suyas en persona, cuando fuimos contemporáneos en la Cámara de Diputados. Recuerdo verla dar más batalla contra los embates kirchneristas a la república que todo el resto de nosotros juntos. También recuerdo cuando, siendo yo presidente del Banco Ciudad, un oficial de crédito me comentó un día al pasar que ella había solicitado un modesto crédito para reparar una casa cuyo techo había sido dañado por una tormenta. Más allá de que nuestra política crediticia estaba blindada ante cualquier pedido político, a ella nunca se le ocurrió pedirme ayuda. Y no podemos olvidar su contribución más importante: un renunciamiento personal que abrió la puerta para que Juntos por el Cambio naciera, aglutinando las fuerzas republicanas de centro y produciendo, así, el primer contrapeso real al peronismo en décadas. Vayamos ahora al punto central de por qué considero notable que alguien con estas credenciales haya hecho semejantes declaraciones. Mi análisis se centra en que en el debate político argentino utilizamos una conceptualización radicalmente equivocada de la palabra “ajuste”.

La protección de Tierra del Fuego expuso una perla: protección de 200% al ensamble de TV

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

En su libro Por qué fracasan los países, Acemoglu y Robinson sostienen que el conflicto es intrínseco a toda sociedad. Distinguen a las pocas sociedades exitosas por haber logrado limitar el poder de los intereses concentrados, propiciando lo que denominan instituciones económicas inclusivas: aquellas que salvaguardan la capacidad de cualquier individuo de desafiar al poder económico dominante. Según los autores, es en esta posibilidad de desafío donde reside la semilla de la innovación y el progreso. Claramente, Argentina no ha logrado consolidar esta dinámica. Los poderes económicos se pavonean intactos. Los sindicalistas se mantienen en sus puestos no solo por años, sino por décadas, aprovechando el privilegio monopólico que la ley les otorga para controlar los recursos de nuestro sistema de salud. Los empresarios de la Asociación Empresaria Argentina (AEA) mantienen negocios tan seguros que persisten década tras década. En EE.UU., por el contrario, los empresarios de cada década son completamente distintos a los de la anterior. La Unión Industrial Argentina (UIA) recientemente sugirió que la clave del éxito para el período 2023-2025 es una ley de incentivos a la inversión productiva, es decir, que el Estado les otorgue más privilegios, como si no fuera eso lo que venimos haciendo desde que Argentina empezó su declive. A menudo escucho que lo que Argentina necesita son políticas de Estado. Pero ¡caramba!, ya contamos con una política de Estado persistente e inmutable: la preservación de estos intereses. Nuestro particular Pacto de la Moncloa.

La política de protección de Tierra del Fuego es otro ejemplo de nuestras políticas de Estado. Juan Carlos Hallak recientemente expuso una nueva perla del sistema: el ensamblaje de televisores con una protección del casi 200%. Así, esta política de Estado continúa atrasándonos, a pesar de costarnos 70 mil puestos de trabajo y de meterle mano al bolsillo de millones de argentinos todos los días. La burocracia estatal, y ni hablar de la de las empresas públicas, goza de privilegios innombrables e impensables para el ciudadano común. Estos privilegios son tan grotescos que tan solo conocerlos los haría insostenibles (como cuando divulgué los salarios de los choferes del Banco Central). El ocultamiento también es otra de nuestras políticas de Estado. El peronismo llena, rebasa, inunda el gobierno con puestos inventados para sus militantes, con salarios que serían la aspiración de cualquier argentino. Podría continuar; no alcanzaría el espacio de toda esta edición dominical para mencionar los privilegios que acumulamos.

La mayor tragedia reside en que todas estas rentas, exenciones y privilegios las paga el pueblo argentino mediante una carga tributaria exorbitante. Últimamente, en su fase más descarada, estos intereses lograron que los privilegios se financien con un impuesto oculto: la inflación, es decir, el impuesto más regresivo de todos.

Entonces, si vamos a hablar de “ajuste”, hablemos de la situación actual. Porque todos estos privilegios hay que pagarlos y, cuanto más grandes son, más tendrá que “ajustarse” el pueblo argentino para costearlos. Sin embargo, en un logro discursivo extraordinario, las corporaciones han convencido incluso a sus propias víctimas de que atacar sus privilegios sería atentar contra “el pueblo”. Es decir, quienes extraen ingresos del pueblo logran que el mismo pueblo justifique que les expolien sus ingresos.

"Estos beneficios hay que pagarlos y cuanto más grandes son más tendrá que ajustarse el pueblo"

Precisamente por este motivo, tildar de ajustador al político que propone reducir estos privilegios es instrumental al statu quo. En este giro de lógica reside el éxito más extraordinario del statu quo: logra que las víctimas luchen en defensa de sus victimarios. Si un político plantea reducir el Estado superfluo, liberando así al pueblo argentino del yugo de la inflación que nos hunde en la pobreza, el relato dice que se estaría produciendo un “ajuste neoliberal”. Si se propone eliminar los subsidios que alimentan los altísimos sueldos de Aerolíneas Argentina por un servicio que otras compañías ofrecen sin requerir recursos públicos y que pagan quienes nunca viajaron en avión, se acusaría a los proponentes de atentar contra la soberanía nacional. Si reducimos la protección a la industria electrónica de Tierra del Fuego, devolviendo capacidad de compra a los argentinos y logrando un salto tecnológico, se nos acusaría de sabotear la tecnificación del país. Si dejáramos a cada familia tener libertad plena para tomar la decisión más importante que toma cada familia que es la elección de su prestador médico, estaríamos atentando contra su salud.

Una y otra vez se disfraza el privilegio de unos pocos de conquista colectiva. Ni siquiera la monarquía británica se atreve a tanto: le cuesta al contribuyente británico menos de la mitad que nos cuesta a nosotros mantener Aerolíneas. De esta manera el statu quo logra enredarnos y nos hace creer que devolverle al pueblo los recursos que se le sacan sea ajuste, cuando es exactamente al revés. Las declaraciones de Carrió me sirvieron de pretexto para discutir este punto, porque ella representa una figura intachable e imprescindible en nuestra sociedad. Que ella levante esta bandera ilustra lo extraordinariamente exitoso que ha sido el sistema en su tarea de confundir. Me pregunto si algún día, como el personaje de Alterio en La Patagonia rebelde, tendremos nuestra propia epifanía. Mientras tanto, seguiremos pagando.

*Profesor plenario de la Universidad de San Andrés, profesor adjunto en Harvard Kennedy School, profesor honoris causa en HEC París y expresidente del BCRA.