Cualquier última nota del año que se precie de tal merece aunque sea un mínimo espacio dedicado al optimismo y los mejores deseos de paz y prosperidad para todos pensando en el que viene.
Estos son días predestinados culturalmente a creer desde la fe o a confiar desde la ingenuidad o a desear desde lo carnal o a suponer desde un racional escepticismo que todo lo por venir será mejor. O que al menos tiene chances de serlo.
Son días de ojalá, un arabismo que no significa “si Dios quiere”, como muchos pretenden saber, sino “si Dios quisiera”, lo cual le imprime al buen augurio la tonalidad de una utopía que parece no depender mucho de nosotros, ya que todos los fines de diciembre nos los pasamos diciéndonos que ojalá pase lo que no pasó. Y si no pasó será porque al final fue Dios quien no quiso que pasara y tal vez quiera que pase pronto, acaso en 2011.
En fechas como estas, un día mi padre me dijo aquello de:
—Una cosa es el optimismo, hijo, y otra muy distinta es la boludez –diferencia que no siento haber aprendido a fondo hasta hoy y no pienso aprender justo ahora, con todo lo que cuesta reponerse de los excesivos ¡felicidades! y achampaneados ojalaes de la Nochebuena en plena jornada laboral. Algo tan difícil como detenerse meditar las profundidades de la Navidad, una fecha que en sí misma nos habla del alumbramiento, la resurrección y el perdón de los pecados, cuando la palabra clave del último trimestre político en la Argentina ha sido muerte.
Entre el homicidio del militante de izquierda Mariano Ferreyra el 20 de octubre y el suicidio del secretario de Comunicación porteño, Gregorio Centurión, el domingo pasado, el 27 de octubre falleció Néstor Kirchner, el 25 de noviembre fueron asesinados dos aborígenes y un policía en Formosa e igual destino siguieron entre el 9 y el 10 de diciembre tres tomadores de tierras en el Parque Indoamericano de Villa Soldati. Ninguna muerte es cualquier muerte, pero estas nueve definieron una agenda enlutada por la violencia social, gremial y policial (casos Ferreyra, Formosa y Soldati), por los excesos adrenalínicos en el ejercicio del poder (caso Kirchner) y por los efectos de las denuncias de corrupción en las administraciones públicas (caso Centurión). Gente sin tierra, gente sin casas, policías bravos, gremialistas mafiosos, barrabravas pistoleros, funcionarios acusados de ser amigos de lo ajeno, punteros barriales que trabajan de pesados y una Presidenta viuda constituyen un saldo que cuesta un Perú concebir como trampolín hacia un año electoral pacífico, respirable. Encima, tanto Cristina como Macri vaticinan un enero caliente (ver página 4). Pensando en esas cosas, santificando muertos y echándonos las culpas se nos va 2010.
Platón definía a la filosofía como una meditación de la muerte, que era entendida por el gran Spinoza como el principal límite al deseo fundamental del hombre, es decir, su propia subsistencia (ser uno mismo) y sus ansias de eternidad (ser más). Kierkegaard inspiró a Unamuno en esto de filosofar en cuanto aprendizaje de la tragedia de la vida.
Ningún festejo se nutre de velorios. La necrofilia es pesimismo en estado de éxtasis.
Ojalá quede clara la diferencia entre mañana y demasiado tarde.