En las últimas semanas circula la opinión de que el kirchnerismo podría ganar la elección presidencial de 2015 en primera vuelta. Dos factores alimentados por las encuestas han contribuido a esa idea: la imagen bastante alta de la Presidenta y la firme posición de Daniel Scioli como candidato del Frente para la Victoria, quien sigue disputando los primeros lugares en las intenciones de voto, según registran casi todas las encuestas que se conocen. Pero el resultado electoral está todavía abierto.
Para ganar en primera vuelta, el FpV debe obtener por lo menos el 40% de los votos, y además ningún otro candidato debe obtener el 30%, para lo cual es preciso que compitan por lo menos tres candidatos opositores y que el voto opositor no se polarice; si fuesen solamente dos, y si el oficialismo obtuviese el 40% –y no más–, obviamente sería imposible que alguno de los dos obtuviera el 30%. Son demasiadas condiciones, y algunas de ellas están lejos de verificarse, por ahora. La conclusión es que el escenario de un triunfo en primera vuelta, sin ser imposible, es poco probable.
En cambio, es más posible que un candidato oficialista triunfe en la segunda vuelta. La expresión “candidato oficialista” por ahora tiene un solo nombre y apellido: Daniel Scioli. Hay muchos precandidatos oficialistas, pero solamente Scioli es, por el momento, suficientemente competitivo en la carrera presidencial, y eso está generando en la interna del oficialismo casi tanto ruido como el que se genera en la interna de UNEN –que es hasta ahora el espacio no oficialista más decididamente opositor–.
Los razonamientos sobre probabilidades electorales que circulan por el espacio público no suelen estar sostenidos en supuestos y en premisas muy sólidos; a menudo son una mezcla de alguna información y bastantes expresiones de deseos –y como la información, para la mayoría de la gente, es obtenida por la vía de los medios de prensa, éstos son a menudo los principales propulsores de esos razonamientos; de los deseos se ocupa cada uno de los ciudadanos, pero también en cierta medida son estimulados por la prensa–.
Un análisis aritmético de la situación electoral me lleva a las siguientes conjeturas (el análisis lo baso en datos de Ipsos). Por un lado, hoy los tres candidatos mejor situados –Scioli, Massa y Macri– cuentan aproximadamente con el 25% de los votos cada uno. Las encuestas registran diferencias de unos 3 puntos en más y en menos para cada uno, esto es, diferencias de la magnitud de los márgenes de “error” estadístico. Es cierto que no pocas veces las elecciones se definen por diferencias de esa magnitud –como bien lo experimentó hace pocos días la presidenta Rousseff, del Brasil– y nadie objeta el resultado por ser estadísticamente incierto; la incertidumbre se refiere a nuestra capacidad de estimar correctamente lo que sucede en el mundo, y no a lo que realmente sucede. Por eso tiene sentido que un candidato se sienta contento si lleva una ventaja de 3 puntos; pero, más allá de su alegría, la estadística le dice que no puede estar seguro de estar llevando esa ventaja.
Por otro lado, hay una división de las preferencias electorales. Según la división en la que me estoy basando, los ciudadanos kirchneristas son hoy a lo sumo el 25% –y raramente fueron más del 30%–. Esto es, cuando el kirchnerismo obtuvo más votos, como por ejemplo en 2011, en que llegó al 54%, muchos de esos votos le fueron aportados por votantes que no eran kirchneristas pero prefirieron la candidatura oficialista a cualquier otra. El hecho importante es que los ciudadanos que no son kirchneristas (el 75% del total) no son todos antikirchneristas; alrededor del 30% no son ni lo uno ni lo otro, a veces votan al oficialismo, a veces a otros. De hecho, son ellos los que definen las elecciones; ellos le dieron el triunfo a la Presidenta en 2011 y ellos sellaron la derrota del FpV en 2013. Hoy, esos votantes “intermedios” entre oficialismo y oposición dividen sus preferencias entre Massa, Scioli y Macri. Está claro, por lo tanto, que no todos los oficialistas votan a Scioli y que muchos no oficialistas lo votan; y también está claro que los votantes anti K tienen su voto muy dividido. Cuando esos votantes vayan decidiendo su voto de manera más estable –en muchos casos será recién a partir de los resultados de las PASO–, la elección se irá definiendo.
Es imposible saber hoy qué dirección tomarán esas definiciones. Está claro que Scioli necesita consolidar detrás de sí el voto oficialista, sin perder esos votos del medio; y que Massa y Macri necesitan consolidar el voto anti K, y también deben cuidar al mismo tiempo el voto del medio. Todos –la gente y los medios– hablan de los opositores y los oficialistas; pero los que tienen la batuta son los del medio, los que no son ni oficialistas ni opositores.
*Sociólogo.