Hace dos domingos, Jorge Sigal escribió en PERFIL: “... por momentos el kirchnerismo parece recién estrenado. Su negación es tan elocuente que hasta hay sectores de la oposición que parecen temerle. ‘Desfilan con armas de madera y algunos piensan que están cargadas’, grafica un veterano combatiente de la resistencia peronista adicto a las metáforas. Y agrega: ‘Son como los dirigentes montoneros: los están destrozando y largan la contraofensiva’”.
Fruto de ese sentimiento surge la idea de que Scioli gane en primera vuelta con el 40% más un voto, con una oposición fragmentada en la que nadie supere el 30%, y que por ese 10% de diferencia se consagre electo en primera vuelta.
Esa forma de triunfalismo K incluye el reconocimiento de que pierden en segunda vuelta, y aceptar que la mayoría no los prefiere representa una contradicción para un espacio político popular.
Pero, aun así, alcanzar el 40% de los votos parece una tarea poco probable. Un buen ejemplo es lo que viene sucediendo en las elecciones de Venezuela y Brasil, donde el chavismo y el PT lograron ganar, pero en cada elección fueron perdiendo votos. Y no podría el desgaste de 12 años de gobierno hacerles perder votos al socialismo bolivariano en Venezuela y al PT en Brasil siéndole inocuo al PJ-Frente para la Victoria en Argentina.
Otra coincidencia es la relación entre la baja del precio del petróleo y de la soja, la baja del crecimiento del producto bruto de esos países y la baja del apoyo de los habitantes a sus gobiernos.
La esperanza K es el sistema electoral argentino, que con 40% y más de 10% sobre el segundo permite que no haya segunda vuelta, mientras que en Venezuela y Brasil el gobierno debe ser electo con más del 50% de los votos también en primera vuelta.
La fortaleza del Frente para la Victoria-PJ residiría en la debilidad de la oposición, porque en Brasil la caída del PT de Lula fue acompañada de un continuo crecimiento del partido del ex presidente Fernando Henrique Cardoso, el PSDB, que pasó de 39% de los votos en las elecciones de 2006 a 44% en las de 2010 y a 48% en las de 2014, generando un virtual bipartidismo. Mientras que en la Argentina –ya sea De Narváez en su momento, Massa el año pasado y Macri el año próximo–, siempre hay un contrincante fuerte que les quita a la UCR y al panradicalismo-socialismo ese lugar de partido opositor indiscutido, con capacidad de veto y de alternancia.
El poder, en el caso del kirchnerismo, dependería más de la falta de recursos de la oposición que de los propios. Michel Foucault explicó el poder como un sistema de relaciones por el cual no deben únicamente analizarse los mecanismos con los que el poder es ejercido, sino también contemplar fortalezas y debilidades de las resistencias que se le oponen.
Quien fue director de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París y colaborador de Lacan, Michel de Certeau, dijo: “La estrategia y la táctica (metáfora del campo militar) son prácticas cotidianas que corresponden a distintos sujetos. La estrategia es una práctica cotidiana que corresponde a los sujetos con poder y que son dueños de un lugar propio que les permite conocer al otro distinto, acumular beneficios y planificar relaciones de fuerzas (modelo de la racionalidad científica o económica). La táctica es una práctica cotidiana que corresponde a los sujetos sin poder (dominados, débiles) y que es realizada en lugares ajenos. El débil está pendiente de la ocasión, momento en el cual burlar la mirada panóptica del fuerte, y recurre a astucias”.
Pensar que es el oficialismo o es la oposición quien usa estrategias o tácticas dependerá de un sistema de creencias atravesado por las emociones de cada observador. Para unos, esas astucias serían las que muestra Carrió siendo disruptiva en UNEN y acercándose sola a Macri, o a las que apela Massa logrando sumar para su Frente Renovador un radical más cada vez o proponiendo planes alternativos tanto para el juicio de los holdouts como para el nuevo Código Procesal, mientras que el poder verdadero de la estrategia y el control del territorio político estarían en el oficialismo. Para otros es el kirchnerismo el que despliega una amalgama de decorados y con astucia les hace creer a muchos que sus armas de madera son armas de verdad.
Reglas. En Microfísica del poder, Foucault escribió: “La humanidad no progresa lentamente, de combate en combate, hasta una reciprocidad universal en la que las reglas sustituirán para siempre a la guerra, (sino que) instala cada una de estas violencias en un (nuevo) sistema de reglas y va así de dominación en dominación”. “En sí mismas las reglas están vacías, están hechas para servir a esto o a aquello, y ser empleadas a voluntad de éste o aquél”.
Desde esta perspectiva, es el kirchnerismo quien, con su mayoría parlamentaria –que quizás no alcance un gobierno de otro signo–, instala hoy las reglas a través de la Ley de Medios, la nueva Ley de Telecomunicaciones, el nuevo Código Procesal o la nueva ley de exploración y explotación de hidrocarburos.
Pero las reglas a las que se refería Foucault eran dispositivos más profundos que leyes y constituían el estatuto de verdad: “La verdad está producida gracias a múltiples imposiciones. Tiene efectos reglamentados de poder. Cada sociedad tiene su régimen de verdad, su política general de verdad: es decir, los tipos de discurso que ella acoge y hace funcionar como verdaderos, los mecanismos y las instancias que permiten distinguir los enunciados verdaderos o falsos, y la manera de sancionar a unos y otros...”.
Y en ese combate podría decirse que, por sustentar su relato, el kirchnerismo viene perdiendo semana tras semana.