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Aromas felices

Los olores son una poderosa fuente de inspiración. Por ejemplo, cada ciudad tiene su olor personal (urbano, si queremos ser exactos en el uso del lenguaje) y no voy a entrar en detalles porque ya lo dije y lo escribí antes y no es cuestión de andar repitiéndonos.

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Los olores son una poderosa fuente de inspiración. Por ejemplo, cada ciudad tiene su olor personal (urbano, si queremos ser exactos en el uso del lenguaje) y no voy a entrar en detalles porque ya lo dije y lo escribí antes y no es cuestión de andar repitiéndonos. Pero lo digo a propósito de esa cosa nueva que han inventado los zares de la informática, tipo cuadernito o pizarrita en la que se pueden leer setecientos sesenta y tres o cuatro libros. Yo quiero una. Lo malo es la cuestión del olor. Me gusta el olor a papel, a cuero (aunque sea cuerina o como le dicen ahora en forma políticamente correcta, cuero ecológico), a goma de pegar, a tinta, a libro leído y vuelto a leer. Lo que pasa es que la tentación de tener bajo las yemas de los dedos taaaaaaaantos libros es demasiado fuerte. No tengo ningún interés en volver a leer (tuve que leer algunos capítulos en el colegio) Los trabajos de Persiles y Segismunda, juro. Pero el sólo hecho de saber que a pesar de que esté agotado, descatalogado y perdido y no encontrado y que sin embargo yo lo puedo tener ahí en la pizarrita y sin que ocupe lugar, como el saber, me pone más orgullosa que gallo de riña. Entonces, una se debate entre ese orgullo desmedido, absurdo pero no tanto porque una tiene lo que los demás no, y las ganas de tener el libro con olor a papel, cuerina etcétera. Y ahí por los bordes anda el miedo que algunos álguienes expresan con voz temblorosa, de que la famosa pizarrita mate forever al libro que una ama. Libro en general, digo, no precisamente el plomazo de Persiles y Segismunda. Y ahí viene la pregunta crucial: ¿olor a qué tiene la pizarrita? No a papel, claro, ni a cuero ecológico. Debe tener olor a material plástico (negro, pero me han dicho que también las hay a color) y a electricidad. O a electrónica mejor. Sólo que no sé a qué huele la electrónica. Sí sé a qué huelen la electricidad, el gas y las almendras amargas, entre otras sustancias o fluidos malignos, pero ni idea del olor a electrónica. Tal vez mis nietos. Sí, eso es. Hay que preguntarles a los mocosos, ésos que ignoran el placer que se desprende del olor a libro muy leído. No saben lo que se pierden.