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Arte culinario

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Suelo acordarme de mis tías y de mis tías abuelas y suelo recodarlas mirándome acusadoras mientras decían algunas frases célebres como por ejemplo “Hay de todo en la villa del Señor”, o “El diablo sabe por diablo pero más sabe por viejo”, o “Sobre gustos no hay nada escrito”, o alguna otra maravilla que la doxa aprobaría sin pensarlo dos veces.

No sé lo del Señor y lo del diablo (fíjese en el detalle de la mayúscula y de la no mayúscula, en honor a mis difuntas tías), que son figuras demasiado excelsas como para traerlas a estas humildes líneas, pero lo de los gustos es sumamente importante porque se puede aplicar a montones de situaciones de la vida diaria.
Por ejemplo, a mi papá le horrorizaban los pantalones de tiro muy alto que los jóvenes usaban allá en los tiempos del café Petit. A mí me encantaban, claro está. Y no le digo nada de la música o la pintura. Otro ejemplo: me gustan esos peinados tipo cresta que se hacen algunos muchachitos por ahí, mientras que mucha gente se desmaya de horror y espanto a mi alrededor. ¿Y de la cocina? ¿Qué me cuenta de la cocina?

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Cuando yo era chica no me gustaban las espinacas y hoy sí y sí. A los críos no les gustan las verduras y sí las hamburguesas con grasa por todos los costados, puajjj. También les gustan las milanesas y si son con papas fritas mejor. A mí las papas fritas sí pero las milanesas no. Prefiero una buena costeleta, de ésas que se salen del plato y que traen un rico hueso para roer, siempre que la cosa sea en casa porque en la comida de la Embajada de Francia queda feo aparte de que es difícil que en una reunión social en una embajada le den a una una costeleta.
No, las milanesas no me gustan. Nunca me gustaron. Y he sabido cocinarlas con todo arte en illo tempore cuando cocinaba, que lo que es ahora nones: tiré la toalla, mejor dicho la espumadera, el cucharón y la chaira. Y si no me cree pregúnteles a mis hijos y a mi hija, hoy en día ya no críos que comen milanesas sino serias y respetables personas que no le van a saber mentir y que actualmente hacen gala de sus saberes culinarios y en el restaurante piden cosas como manchons de canard confits y vinos con un fondo de color violáceo y regusto aterciopelado a frutos del bosque.

Ahora, si usted quiere la receta de las milanesas, aquéllas que yo cocinaba cuando el mundo era más ancho y más ajeno, no tiene más que pedírmela, que se la voy a dar con gusto. Eso sí, le voy a recomendar que me haga caso y para hacerlas compre la carne más gustosa, más sabrosa, más pulposa, más tierna que pueda encontrar. Lomo si es posible, y si no jamón cuadrado o pulpa especial (caramba, no sé cómo se llaman estos cortes en la vecina localidad de Buenos Aires pero en fin, consulte con su carnicero de cabecera). Perejil y ajo picados, pan rallado en casa y huevos de campo, imprescindibles.
Y por favor, no se deje engañar.
Vea que en el terreno de las milanesas pululan los chantas que se creen que las milanesas se hacen en un fastrás sin técnica ni arte. ¡Cuidado!