La conferencia de prensa que Cristina Fernández de Kirchner dictó a los periodistas el día después de las elecciones parlamentarias fue algo así como “el infierno tan temido” que ficciona Juan Carlos Onetti en aquel relato extraordinario. Por desgracia, una vez más CFK demostró que desde el poder puede exhibir una excesiva suspicacia y lesionar al interlocutor, en este caso, profesionales de la prensa. Gente que hace su trabajo como puede, en situaciones adversas, sin derecho a la repregunta, en absoluta desigualdad de condiciones. Nueve preguntas, en total. Por sorteo. Allí estaban, solitos su alma, los preguntantes. Retados, ninguneados, reprendidos, examinados (con y sin ironías varias).Una vez más, como en las pocas oportunidades en las que tuvo contacto con los medios, la señora Presidenta ofreció una representación ajena a lo que la mayoría de los argentinos esperábamos. La sensación que tuvimos los que vimos el espectáculo por TV fue de sufrimiento y vergüenza ajena.
Los preguntantes –en un punto– también éramos nosotros. Nos metimos en su piel hasta el último minuto, con cierta ilusión agónica, pero esperanza al fin. Sólo aspirábamos a recibir lo que todo un pueblo, frente a la derrota de sus gobernantes, puede anhelar. Una palabra que CFK parece olvidar y no saber ejercer: contención. Saber contener es cualidad de pocos, es cierto. Pero es la contención democrática y plural –esa virtud que aquí faltó– la que sostiene con holgura a los verdaderos líderes republicanos, mucho más que la exposición de un discurso que se desgrana con la reiterada intención de resultar una confrontación “inteligente”.
No se puede confundir inteligencia con muestreo erudito-didáctico. La inteligencia, si existe en profundidad, supera el desarrollo de un discurso dialéctico instruido, perito en cifras, alerta a la capacidad de memorizar y controlar (“¿por un punto? ¿dos puntos?”) y varios etcéteras de igual tenor, con una obstinación microscópica de “control” digna de la atención de Foucault.
No se puede, o al menos, no se debe refutar con ira mal disimulada a un señor que realiza su pregunta públicamente en nombre de su medio y de otros dos sobre “manipulaciones” –en verdad, ésa es la palabra y no otra– por toda una nación conocida en torno al INDEC, de triste fama. No se debe refutar antes de contestar, porque la refutación en sí misma, desde el lugar que ocupa la Presidenta, implica un acto de prepotencia. Es no respetar –desde la altura– el pequeño lugar del Otro. Una cosa es la autoridad como potestad y legitimidad. Y otra, muy diferente, es el ejercicio hiperbólico de la autoridad. Eso se llama autoritarismo. Y esa actitud (como suele decirse en el deporte) marca las diferencias.
Al parecer, CFK confunde (no las cifras, que se aprenden finalmente, o se corrigen, o se ajustan) la capacidad perceptiva de sus interlocutores. Todos se dan cuenta de que tras su máscara de sonrisas irónicas, movimientos de cabeza que rondan la desmesura, y un permanente yoismo universal (“como dije, yo siempre digo, me llamó Bachelet, me decía el presidente de Ecuador, gané en El Calafate, mi lugar en el mundo”…), su vulnerabilidad, frente al dolor de la derrota, está demasiado a flor de piel. ¿Por qué ocultarla?¿ Por qué seguir apostando a un rol que el imaginario colectivo relaciona con el de la odiada –por impiadosa– protagonista de Doña Bárbara, que un canal repite diariamente por la tarde? Se sabe que en las telenovelas, las que hacen de malas –siempre detestadas– nunca terminan triunfando. Siempre, claro, en escenas producto del consenso, en actos democráticos acordados por los autores del guión.
De aquella biografía marketinera –Reina Cristina– sólo queda el recuerdo especular. Está visto que el reinado de aquel estilo pide a gritos un cambio (no de ropa, que para eso no hay quién supere a Imelda Marcos), sino de sensibilidad inteligente y receptiva. ¿Y por qué no? De cierta vaga ternura, sin que esto suene a kitsch. La contención democrática, pacífica, republicana y armónica que los ciudadanos le piden a CFK se parece a esa virtud que seguramente la Presidenta tiene y esconde. Vaya uno a saber por qué.
*Periodista y escritora.