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¿Así que esto no es hiperinflación?

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Papeles. La moneda argentina pulverizó su valor desde la salida de la convertibilidad. | cedoc

Mientras los economistas, encerrados en trajes aislantes de la realidad, explican en términos teóricos por qué lo que está padeciendo la sociedad argentina no es una hiperinflación, los ciudadanos de a pie pierden de vista día a día, los productos que necesitan para una vida digna. Los escuálidos pesos de los que disponen son impiadosamente derrotados por los precios de aquellos productos, ya sea que se trate de insumos para el consumo personal (como alimentos, ropa, remedios o medicina prepaga), para la producción industrial o de reposición de mercadería en sus comercios. En realidad, no hay referencias. Todo puede valer cualquier precio, según el día, la hora, el lugar o el estado de ánimo de quien lo fija. O de la cara del cliente, por qué no. Es la hora del sálvese quien pueda y a costa de quién sea.

Ésta es la verdad de la vida, la experiencia que se registra en el cuerpo y en la salud mental. Lo demás es una serie de especulaciones teóricas y cálculos caprichosos (cada gurú estima lo que le parece), tan caprichosos y absurdos como los del ministro de Economía que, según su costumbre de valerse de cualquier medio para sus ambiciones personales, había prometido al asumir que se proponía bajar la inflación un punto por mes para llegar a abril de este año con un 3% con la idea de un índice interanual del 60%. Con eso ya se veía presidente, aunque fingía que el cargo no era su meta. La realidad es insobornable, a diferencia de las personas. Y la realidad se rió en la cara del improvisado ministro. El 10% mensual afila los dientes y la inflación interanual se calcula en 148%, o 150% para diciembre próximo.

Estas son las cifras reales del padecimiento diario de quienes tienen trabajo. Ni hablar de quienes lo tienen en negro (o informal, como suele decirse en lenguaje técnica y políticamente correcto), una legión que ha crecido durante el peor gobierno de la democracia (éste sí es un “logro” del que puede ufanarse el presidente nominal). Lo demás, hay que repetirlo, es teoría. Y la palabra hiperinflación nació precisamente de una teoría, en el año 1955, cuando Phillip Cagan (1927-2012), profesor emérito de Economía en la Universidad de Columbia, la escribió en su artículo “La dinámica monetaria de la hiperinflación”, definiéndola como el fenómeno que se produce cuando la inflación alcanza el 50% mensual de manera sostenida. ¿Por qué el 50% y no cualquier otra cifra, o la que, en el mundo real, fuera de los gabinetes a prueba de experiencias verdaderas, se sufre cotidianamente? La respuesta es: porque sí. El propio Cagan señaló en su momento que la cifra es arbitraria. Y aclaró que la proponía como instrumento de trabajo, como una herramienta para investigar el fenómeno inflacionario. Un año más tarde introdujo la teoría de las expectativas adaptativas, según la cual los consumidores calculan la inflación venidera a partir de los porcentajes del pasado. Algo que, a la luz de los hechos, en la Argentina es siempre un cálculo fallido. Y acaso esto sea lo cierto porque, como gusta repetir el ensayista libanés Nassim Nicholas Taleb (padre de la categoría del cisne negro), lo que ocurrió en el pasado no sirve para predecir el futuro, puesto que el pasado ya ocurrió y el futuro es siempre una incógnita sobre la que no hay pruebas.

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Parece obvio que Phillip Cagan formuló su teoría en otro momento y en otro lugar y que, con la misma arbitrariedad con que él se permitió elaborarla en un espacio abstracto, cualquier habitante de la Argentina puede definir como hiperinflacionaria la realidad tangible que le toca vivir hoy y aquí. Puede hacerlo, aunque los gurúes de la economía lo reprueben en un examen imaginario. Y le digan que aun con un aumento mensual de precios del 49% esto no sería hiperinflación. Le faltaría un punto. Sería, sí, una buena noticia para el ministro que superó a sus fracasados antecesores y logró lo que ellos no tuvieron tiempo de alcanzar: los tres dígitos de inflación anual. En un país dislocado como el nuestro, eso puede llegar a ser un antecedente válido para aspirar a la presidencia. Joya.

*Escritor y periodista.