La reacción en la Casa Rosada fue de azoro. Los funcionarios que componen el núcleo duro del cristinismo no salían de su asombro. Nada hacían para ocultar su malhumor. Cuando desde el balcón de los apartamentos pontificios, el cardenal decano Jean-Louis Tauran anunció al mundo que el arzobispo de Buenos Aires, Jorge Mario Begoglio, había sido elegido nuevo Papa, no fue alegría lo que hubo en la Babel de Olivos. Le llevó dos horas a Cristina Fernández de Kirchner reponerse del impacto y difundir la carta de felicitación que le envió al nuevo Sumo Pontífice.
La carta es una muestra de ese descontento. Fue una carta inexpresiva, protocolar e impersonal que bien hubiera cabido en el caso de que el cardenal elegido hubiera sido de una nacionalidad distinta a la Argentina. No fue la carta que se espera del presidente de un país del cual el nuevo Papa es oriundo. Y mucho menos la carta de alguien que, como Fernández de Kirchner, exhibe frecuentemente actitudes que van en el sentido opuesto al formalismo de lo protocolar. Cuando la carta se hizo pública, hacía ya una hora que se conocía la nota de felicitación al cardenal Bergoglio enviada por Dilma Roussef, la presidenta de Brasil. Si alguna duda había de esa falta de contento de la jefa de Estado, estuvo luego su “Aló Presidenta”, desde Tecnópolis, en el que la alusión al nuevo Papa fue también distante. La cara de CFK lo decía todo. La andanada de “ninguneos” al nuevo pontífice siguió con la decisión del oficialismo de negarse a conceder un cuarto intermedio, para homenajearlo, en Diputados.
Tras ello vino el reflotamiento de las acusaciones contra el cardenal Bergoglio por su supuesta complicidad con la dictadura. Ahí también el oficialismo fracasó. La calidad de los testimonios que respaldaron la conducta del entonces superior de los jesuitas fue contundente.
Para oponer a estas actitudes, el Papa ha ofrecido como respuesta la grandeza. Y así, entonces, en un notable gesto, al primer jefe de Estado que recibirá es a Fernández de Kirchner. Los memoriosos recordarán lo dificultoso que le fue al entonces cardenal Bergoglio, en su condición de presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, conseguir que la Presidenta lo recibiera.
Hay en estos momentos dentro del Gobierno un debate de cómo pararse frente a este hecho conmocionante. Algunos genuinamente han recibido con alegría la elección de Bergoglio. Hay otros que no, pero que, ante el impacto mundial tan positivo que han despertado los gestos y las actitudes del nuevo Papa, han comenzado a modificar su postura.
Quien pasó facturas fue Daniel Scioli. El gobernador de la provincia de Buenos Aires, metido en un brete dramático para su gestión como consecuencia de la decisión de la Presidenta de no darle más un peso, no se calló e hizo público el escarnio al que fue sometido por el Gobierno cada vez que se entrevistó con el hoy Papa. La ausencia de Scioli en la misa de inauguración del nuevo pontífice no es un dato menor. Algo muy fuerte –de índole político– debe haberlo llevado a renunciar a una foto con el Santo Padre que hubiera recorrido la Argentina y el mundo, algo por lo que el gobernador muere. “No se olviden de Bergoglio; tiene chances de ser elegido” es algo que –palabras más, palabras menos– varios dirigentes le escucharon decir a Scioli, a cuyo pálpito respondieron con un gesto de incredulidad.
La situación de Scioli es incierta. La Provincia está atravesada por una crisis económica de la que sólo podrá salir con ayuda de la Nación. El conflicto con los docentes puede ser la punta del iceberg de una crisis mayor. La situación de los estatales es también difícil. Hay inconvenientes en los hospitales bonaerenses y con las prestaciones en el IOMA. Los pagos a proveedores están retrasados. A todo ello hay que agregarle el dramático tema de la inseguridad. La pueblada del fin de semana pasado en Junín fue grave. Las duras acusaciones que realizó su intendente, Mario Meoni (sobre la participación en esos hechos de personas vinculadas al kirchnerismo) son un alerta. El Gobierno está jugando con fuego.
El otro conflicto fuerte de la semana fue el originado por la decisión de la empresa Vale de abandonar el proyecto de exploración y explotación de potasio en Mendoza. La verdadera dimensión de la cuestión obliga a hacer una lectura política de semejante determinación. Hay que recordar, entonces, que en mayo pasado, Brasil suspendió las licencias automáticas de importación que afectaron a nuestro país. Eso fue una represalia a causa del cepo cambiario y de las limitaciones a las importaciones impuestas a instancias de Guillermo Moreno. El caso emblemático fue el de la empresa Nucete, que vio limitada la exportación de sus productos (aceitunas y aceite de oliva).
El episodio de Vale hay que sumarlo al de Petrobras que había padecido la suspensión de un proyecto en Neuquén. A ninguna de esas situaciones es ajeno el gobierno de Dilma Roussef. Si la Presidenta no lo ve así, está haciendo una lectura equivocada de esta situación, sobre todo porque la relación comercial con Brasil es fundamental para el mantenimiento de muchos otros emprendimientos industriales de nuestro país. Algunos se ilusionan con un encuentro en Roma entre las dos jefas de Estado como vía de solución a este conflicto que tiene un enorme impacto social: más de seis mil personas quedarán en la calle.
Este es el contexto en el que la Presidenta emprenderá hoy su viaje a Roma. En su hermético mundo, nadie sabe a ciencia cierta si tendrá la sabiduría para capitalizar este momento único e irrepetible de la Argentina: no habrá otro Papa argentino en los siglos por venir. La elección del cardenal Bergoglio ha producido un estado de alegría y unidad como no se vivía desde hacía años en nuestro país. Tal vez, la última vivencia de este tipo se tuvo en el campeonato mundial de fútbol de 1986. ¿Lo aprovecharán el Gobierno y la oposición para cambiar el clima de división e intolerancia que hoy reina en la sociedad?
Por primera vez, en muchísimos años, la Argentina es noticia a nivel mundial, no por sus descalabros (crisis económica, crisis política, corrupción, tragedias y catástrofes), sino por la elección de un Papa que, por la inmanencia de su cargo, impone un liderazgo moral que se extiende a todo el mundo. ¿Lo aprovecharán las dirigencias argentinas para trabajar en pos de un país más decente e igual? ¿O será Francisco una muestra más de la inacabable paradoja de la Argentina, el país del mañana mejor que nunca llega?
Producción periodística: Guido Baistrocchi.