¿Cómo, cuándo, por qué un autor se convierte en best seller? Se trata de uno de los más grandes enigmas de la literatura. Lo mismo pasa con el acto de escribir: uno puede aprender, llegar a escribir muy bien, incluso excelentemente. Pero hacer literatura es otra cosa. Para lograr un módico suceso de ventas existen razones identificables (el oportunismo de un argumento, las operaciones de difusión y marketing), pero en el fondo sigue siendo un misterio. Bueno, esto está sucediendo con Roberto Bolaño: desde su muerte, el mito no deja de crecer. Cada vez que una nueva partida de sus libros se distribuye, desaparecen de las librerías en cuestión de horas. Este año, con la publicación de los poemas de La universidad desconocida y los textos breves de El secreto del mal su obra quedó, al parecer, clausurada –incluso los cuentos de El secreto del mal, por decirlo de alguna manera, no hacen honor al gran cuentista que fue Bolaño, comparados con los de Llamadas telefónicas o Putas asesinas. Pero por fortuna siempre está lo otro, lo no puramente ficcional: diarios, cuadernos, conferencias, intervenciones públicas. La Universidad Diego Portales (Santiago, Chile) publicó, en este sentido, un libro imprescindible: Bolaño por sí mismo, entrevistas escogidas, editado por Andrés Braithwaite.
El libro, que no se consigue en la Argentina, está dividido en tres partes e incluye algunas de las entrevistas más conocidas con el autor de Los detectives salvajes, como la de Mónica Maristain para Playboy días antes de su muerte. Pero “Balas pasadas” –una serie de definiciones contundentes agrupadas, de manera sutil, bajo ejes temáticos– es, tal vez, su núcleo central: opiniones, bravuconadas, malicias casi siempre arbitrarias, a veces luminosas, siempre lúcidas. “Afortunadas desmesuras”, como las llama Juan Villoro en el prólogo. Es allí donde Bolaño se inscribe, voluntariamente, como un heredero de las boutades orales borgeanas. De hecho, la presencia de Borges es permanente (“Yo viviría debajo de la mesa de Borges, leyendo cada una de sus páginas”; “A Borges no lo conocí, pero es el autor moderno que más releo. Y el que más me ha enseñado”). Como en Borges, la preocupación por los lectores casi no aparece en las reflexiones de Bolaño (“Cada lector es dueño de su propio rostro y yo no tengo nada que ver con el estado en que quede ese rostro. Y si por casualidad cada lector ha podido ver en mis libros a alguien cercano a él, pues yo me daría por satisfecho”). Como en Borges, lo esencial no es el acto de escribir (“Escribir no es lo más importante; lo más importante es leer”). Hay quienes deploran que la literatura de Bolaño gira, casi exclusivamente, alrededor de un mundo de poetas y escritores. El, claro, lo sabía. “Si fuera carnicero escribiría sobre carniceros y canicerías, y si fuera un mago profesional escribiría sobre el mundo, a veces lleno de rencor, de los magos. Soy, o fui, poeta, que es lo mismo que no ser nada. Y escribo sobre lo que más conozco. También sobre lo que más me ha defraudado. Y sobre lo que más admiro”, dice. Pese a esto, sus escritores y poetas nunca son seres abstraídos del mundo, sino sumidos, perdidos en él: peleadores de batallas perdidas de antemano.
En el libro hay buenos y malos entrevistadores, preguntas triviales, sosas. Pero las respuetas –Bolaño por lo general contestaba los cuestionarios por escrito– jamás defraudan. También están las declaraciones sobre su método de trabajo. Así, los lectores se enteran de que Bolaño escuchaba música con auriculares a todo volumen mientras escribía (“generalmente rock”), que no podía hacerlo sin tomar antes manzanilla con miel o sin cigarrillos. ¿Cuánto escribía cada día? “Normalmente tres folios. Si me va bien, unos diez. Si me va mal, uno.” ¿Por qué lo hacía? “Me lo han preguntado alguna vez en los últimos años y no tengo respuesta.” “Estoy condenado, afortunadamente, a tener pocos lectores, pero fieles”, dice en un pasaje de “Balas pasadas”. Desde su muerte, en julio de 2003, eso está cambiando.