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brecha social

Avanzar en la igualdad educativa

Victorino de la Plaza es un personaje poco conocido de la historia argentina, pese a que fue presidente de la Nación y a quien le tocó presidir el país en 1916, cuando se realiza la primera elección con el voto secreto y obligatorio.

Rosendofraga
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Victorino de la Plaza es un personaje poco conocido de la historia argentina, pese a que fue presidente de la Nación y a quien le tocó presidir el país en 1916, cuando se realiza la primera elección con el voto secreto y obligatorio.

Nace en Salta en 1840, en un hogar muy humilde. Su madre tiene que hacerse cargo de mantener la familia y dice la tradición que, descalzo en su niñez, vendía dulces que ella elaboraba, en la plaza central de su ciudad natal, la capital de Salta.

Aprende las primeras letras en la escuela de la catedral, donde aprende a leer y escribir. Su inteligencia es singular y entonces el canónigo Pascual Arze lo nombra preceptor de la escuela elemental gratuita donde había estudiado, comenzando a su vez estudios en gramática y latín.

Comienza a ejercer la procuración y a los dieciséis años el gobernador Puch lo designa escribano público en el Juzgado de Letras en lo Criminal. Urquiza, como presidente de la Confederación, organiza el Colegio de Concepción del Uruguay, para el cual pide a los gobernadores que elijan dos jóvenes de inteligencia sobresaliente para becarlos, a fin de que sigan los estudios en el instituto.

Victorino es uno de los dos elegidos por el gobernador salteño. En el Colegio sus compañeros serán la elite de la llamada Generación del Ochenta, de la cual forma parte. Se relaciona con uno de los dos becados por la provincia de Tucumán, Julio A. Roca, con quien establece una relación que durará medio siglo. Participa como joven oficial en la Guerra del Paraguay y, a su regreso, se gradúa de abogado en 1868.

De ahí en más su carrera pública será muy destacada. En 1876 es ministro de Hacienda –actual Economía– del presidente Avellaneda; en 1880 elabora un plan monetario y Roca, al asumir la presidencia, lo envía como delegado financiero a Londres –centro entonces de las finanzas mundiales– para negociar la deuda externa argentina; en su gobierno será sucesivamente ministro de Relaciones Exteriores y de Hacienda; en los posteriores volverá a ser ministro de Relaciones Exteriores, nuevamente representante financiero argentino en Londres y será embajador ante varias capitales europeas y legislador nacional en más de una oportunidad.

En 1910 es electo vicepresidente de la Nación, integrando la fórmula con Roque Sáenz Peña, a cuya muerte, en 1914, asumirá la presidencia, cumpliendo el programa de saneamiento electoral de su predecesor y entregando el poder a Hipólito Yrigoyen en 1916.

Desde la presidencia le tocó enfrentar los efectos de la crisis económica que desató el cierre del comercio internacional por el estallido de la Primera Guerra Mundial y lo hizo con decisión y eficacia. Nunca ocultó sus orígenes humildes y su fisonomía era claramente mestiza. Durante su presidencia, las revistas de actualidad –como lo era Caras y Caretas– lo caricaturizaban vestido de chino por su aire aindiado. Su mansión y última morada se mantiene intacta y es la gran casa que está en la ciudad de Buenos Aires en Libertad y Arenales, donde actualmente funciona la Escuela Superior de la SIDE.

¿Podría repetirse hoy un caso como fue el de Victorino de la Plaza durante la Generación del Ochenta? Concretamente: ¿podría hoy un niño nacido en una villa de emergencia llegar a los mejores niveles educativos de los colegios y de las universidades con sus correspondientes posgrados? La respuesta es claramente que no, salvo que se pongan en marchas políticas muy específicas y eficaces para detectar los talentos en la niñez y permitirles, mediante un sistema de becas, acceder a la educación de calidad, hoy limitada a los sectores de mayores ingresos.

Las ONG no pueden resolver los problemas generales, cuya solución depende de las decisiones y acciones de los gobiernos. Pero pueden resolver casos particulares y a través de ello, generar modelos y ejemplos concretos, que sirven para el desarrollo de las políticas públicas.

En este caso, la Fundación Germinare viene realizando un programa denominado líderes comunitarios, a través del cual se detectan chicos con condiciones intelectuales destacadas de los sectores de menores ingresos, a los cuales, a través de un sistema de becas y apoyo permanente, se los lleva a cursar los estudios en las escuelas con enseñanza de primera calidad, ya sean públicas o privadas.

Este programa dura siete años de ejecución y los niños seleccionados, que han demostrado una gran capacidad de adaptación a las mejores escuelas, reciben de la Fundación un apoyo general e integral, que comienza con los estudios necesarios para nivelar los conocimientos con las escuelas en las cuales son becados.

Esta experiencia está demostrando que cuando se nivela la calidad educativa, chicos de menores ingresos pueden obtener el mismo rendimiento que los pertenecientes a los sectores más altos y ello confirma que avanzar en la igualdad educativa es la única política eficaz para reducir la desigualdad social. La brecha educativa entre el promedio de la educación pública y la privada, dentro de la cual también los niveles son muy diversos, es la clave del mantenimiento o aumento de la desigualdad social en el largo plazo. Ya sean esfuerzos públicos o privados, mientras no se logre una mejora en los niveles promedio de la educación pública –que es la única a la cual acceden a los sectores de menores ingresos–, resultan fundamentales los programas destinados a becar a los niños más capaces de este segmento para que tengan la posibilidad de desarrollar sus capacidades en un ámbito educativo de mayor calidad.


*Director del Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría.