Zbigniew Brzezinski, el politólogo estadounidense nacido en Polonia –que fuera consejero de Seguridad Nacional de la administración Carter–, solía describir del siguiente modo cómo una parte del gobierno republicano imaginaba la hegemonía de Estados Unidos: las potencias mundiales sin competencia pertenecen a una categoría única. No aceptan a nadie como par y enseguida califican a sus seguidores leales como amigos o amicus populi romani. Ya no luchan, sólo castigan. Ya no participan en las guerras, sólo establecen la paz. Se indignan saturnalmente cuando un vasallo no actúa como tal. “Uno se ve tentado de agregar que no invaden otros países, sólo liberan.”
El investigador Dirk Messner escribió que lo que pareciera estar sucediendo en la actualidad es la transición desde un “orden mundial occidental” cuasi unilateral, dominado por Estados Unidos, hacia una constelación de poder multipolar, en la cual China e India –los países más poblados del mundo– desempeñan un papel trascendente. Entre uno y otros, la Unión Europea constituye el proyecto de cooperación regional más avanzado: no es la mera suma de los Estados nacionales, tampoco una asociación de Estados. Pero decididamente está muy lejos de la idea de un Estado federal.
Se ha sostenido que la Unión Europea ha hecho importantes apuestas políticas y económicas en la estabilidad y la seguridad de sus países miembros y, en consecuencia, también del sistema internacional, a pesar de que esta estrategia fue discutida por varios Estados. No menos cierto es que un multilateralismo justo no se va a producir por generación espontánea y que es necesario invertir en estabilización, cosa que no hacen las potencias en desarrollo. Con una transición como la resumida más arriba, la crisis que vive la Unión Europea no puede sino ser vista como un factor de desestabilización global. “Vamos camino a ser apenas la península occidental del continente asiático”, es una frase que comienza a ser repetida discretamente por europeos afligidos.
La crisis europea, que comenzó siendo económica y social, rápidamente derivó hacia la esfera política, lo que dejó en evidencia las dificultades para administrarla derivadas de la ausencia de un efectivo gobierno único, por parte de un conjunto de Estados con un ámbito común que no han dejado de ser Estados individuales. El gran paquete de ayuda se presentó con un rostro de satisfecha unidad para enfrentar al “ejército antieuro” (expresión acuñada por Tommaso Padoa-Schioppa, ex miembro del Consejo de Administración del Banco Central Europeo, BCE). Más bien, fue un parto en pleno monte. La difundida amenaza de abandonar el euro por parte del francés Nicolas Sarkozy durante el curso de una ronda de negociaciones en Bruselas, frente a una atónita Angela Merkel, fue tan inevitablemente desmentida como creíble. El conflicto ideológico subyace y el derrape de las Bolsas demuestra que los mercados –cuyo sismógrafo anticipa las tendencias de la economía– toman nota de la inconsistencia de las medidas.
De un lado, un paquete generoso de rescate, mayor incluso que el que en su momento desplegó Barack Obama. El día del anuncio, las Bolsas del mundo repuntaron alrededor del 6%. En rigor de verdad, los mecanismos e instrumentos para hacer efectiva la ayuda no se han acordado todavía.
Más grave aún, los países que requieran auxilio deberán comprometerse a un programa acordado con el FMI que no responderá –por lo que se ve– a los nuevos aires que (se decía) circulan por este organismo, sino a su vieja receta de reducir el gasto público como quien reduce la quebradura de una tibia o de un peroné.
En Estados Unidos, la incipiente y en general también consistente recuperación –que ahora el reflujo europeo intimida– se debió a que el Programa de Alivio para Activos en Problemas (TARP, Troubled Asset Relief Program) funcionó de la mano de las políticas anticíclicas del gobierno central, mientras que ahora, por ejemplo, España debe suspender obras públicas como resultado de las presiones que preventivamente sufre.
Más aún, conocidos economistas entienden que el único modo de evitar el default de los países de “Europa del Sur” consistiría en que el BCE, venciendo resistencias internas –incluida la de su economista jefe, Jürgen Stark–, redoble la compra de los bonos de aquellos países. Pero los alemanes, y el mismo Jean-Claude Trichet (nombre galo y tesitura germana) se opondrían vivamente a tal política. Por lo pronto, Trichet anunció que cada euro usado en el salvataje será “prudentemente esterilizado”.
La compra masiva de tales bonos haría bajar más todavía el euro y esta fuerte devaluación frente al dólar, al yen y al franco suizo aliviaría (un poco y nada es para siempre) la penuria europea. De todos modos, la propia Angela Merkel declaró que el gran paquete de ayuda sólo ganaba tiempo. La pesadilla europea y el más probable escenario para Simon Johnson (recordemos que fue economista jefe del FMI) no es Grecia ni Portugal, sino el rendimiento de los bonos españoles e italianos, o sea la tasa de tal deuda pública.
Cualquier lector diría que el más esclarecido exponente de la segura “Europa del Norte” no puede ser otro que Alemania. Hete aquí que hace un tiempo un memorando interno de la Autoridad de Supervisión Financiera (BaFin) alemana advirtió sobre la necesidad de que los bancos purguen (write-off, reducción en valores reconocidos) sus balances por un monto estimado en 800 billones de euros (millones de millones), el doble de las reservas de los bancos. La sorpresiva medida adoptada a comienzos de esta semana por autoridades germanas prohibiendo una modalidad de ventas a la baja en valores financieros que incluyen bonos de la deuda pública europea así como los CDS (credit default swaps, seguros contra incumplimiento de deuda), para los diez principales bancos, fue más un disgusto para los mercados que una efectiva protección a los bancos locales tenedores de los aludidos valores cuya caída se exacerbaba con aquellas movidas especulativas.
Volviendo al punto donde comenzamos, la decisión en Alemania de prohibir las posiciones cortas al descubierto sobre bonos para corregir los fuertes cambios de los últimos días obtuvo de la Comisión Europea el reclamo de que estas decisiones se dieran de forma coordinada. Unión Europea: desafortunadamente, hay una tendencia más hacia la diáspora que hacia la congregación, y además ni los “países del Norte” son tan norteños ni los “países del Sur” tan sureños.