Estuve en París esta semana y encontré aquello que me habían anticipado: salvo el comercio, todas las actividades están clausuradas, hay toque de queda a partir de las ocho de la noche y reclusión salvo excepciones justificables. Nada grato. A pesar de estar en París poco más de 72 horas tuve que hacerme un test PCR para poder volver entrar a España. El protocolo incluye una declaración jurada en la que hay que aportar datos íntimos (síntomas, contactos, periplos, etc.) y la realización del test; a cambio se recibe un código QR que hay que exhibir al llegar a Madrid. Una vez que descendí del avión en Barajas, personal de sanidad me pidió dicho código y acto seguido me derivaron a otros sanitarios a quienes debí mostrar el test. Recién después de todo eso, puede salir del aeropuerto.
Mientras esto acontecía en mi vida y la de quienes nos desplazamos estos días, comenzaba la vacunación en la Comunidad Europea y las autoridades auguran que en el próximo verano boreal comenzará la segunda ola de la nueva normalidad. La actual, que se inició después de los confinamientos del primer semestre de este año, ha traído más contagios, más muerte y una mayor retracción económica.
La tercera ola de la pandemia con datos crueles, al alza, en los países del Mediterráneo, Alemania y, en especial, el Reino Unido con un nuevo linaje del virus al cual los científicos asignan un 70% más de agresividad (es decir, una persona puede contagiar a dos: alarma roja), augura un complicado comienzo de año y un mal viaje al final de este invierno.
Así las cosas, The Economist, ha elegido como país del año a Malawi, ya que en ese país sudafricano ha recuperado el proceso democrático gracias a la pandemia en tanto que la Covid-19 ha hecho retroceder los derechos humanos en ochenta países. El semanario inglés apunta dos señales en su informe con respecto a la crisis sanitaria. Por un lado, la gestión de Jacinta Ardern en Nueva Zelanda y por otro, el modo de contener al virus en Taiwán. Con solo cien casos declarados, Ardern cerró las fronteras, confinó en su casa a todos los neozelandeses y les llamó a conformar el «equipo de los 5 millones» (la población del país) a cuidar unos de otros. Taiwán no solo detuvo la pandemia, sino que es uno de los pocos países en el mundo que mantuvo su economía sana. Ironiza The Economist apuntando que se le debería dar el premio a la mejor dictadura del año.
Con respecto a este último punto hubo un debate meses atrás del que participó Byung Chul Han y gira en torno a por qué en los países asiáticos se han manejado con mejores resultados que los europeos en la gestión de la pandemia. Se tomaron como referentes China, Corea y Japón. Es sabido que China es una dictadura con lo cual, el uso de medidas autoritarias a discreción no sirve como parámetro a la hora de hacer comparaciones con Europa pero, Corea y Japón cuentan con sistemas democráticos. Claro está que Corea también ha implementado un sistema de rastreo y control digital policial con al consentimiento de la población, pero no ha sido así en Japón, donde fueron acatadas medidas extremas sin que existieran multas por su incumplimiento (llegar al aeropuerto de Barajas sin un PCR implica asumir una multa de 6 mil euros). Han apunta que, a pesar de esto –o justamente por esto– no cambiaría Berlín, donde actualmente reside por Seul, su lugar de origen.
La respuesta de las diferentes conductas parece residir, sistemas coercitivos al margen, al arraigado sentido comunitario oriental (la libertad individual no puede perjudicar al grupo) frente al liberalismo europeo en el que esa libertad se manifiesta por encima de todo. La expresión más radical de este rasgo cultural la hemos visto en Suecia donde la laxitud de las medidas sanitarias puso en riesgo a un país donde se ha privilegiado históricamente a la sanidad pública. Los analistas han llegado a decir que cada punto de PIB que ha salvado con sus medidas Suecia, con respecto a Dinamarca, le ha costado 5 mil muertes.
Este panorama muestra un mundo que no va a volver a ser el mismo. En el horizonte tendrá que haber no solo un duelo por todos aquellos que han dejado su vida en este trance sino por un modo de vida que abandonamos definitivamente.
Como consecuencia de esta crisis han irrumpido en los gobiernos primero los científicos y a continuación los cientistas sociales y tecnológicos. Esto ha traído aparejado un movimiento no menor ya que por primera vez desde la caída del Muro de Berlín, la política ha disputado el poder a la gobernanza global económica. Es decir, se están tomando medidas desde el campo político consensuadas, obvio, con el poder económico, pero esto rompe con la correa de transmisión de las decisiones económicas para ser ejecutadas por los políticos. Las ayudas casi irrestrictas desde la UE a sus países socios como así también, la coordinación en la logística de la vacunación, ambas, son prueba de un tiempo distinto. Es que el que se aproxima será tan diferente a aquello que vivíamos ayer que reclama unas reglas que por lo menos ayuden a levantarnos mañana.
*Escritor y periodista.