Del episodio del cierre a escondidas de la fábrica Fanazul, única planta productora de TNT de Sudamérica, se puede leer poco y nada. No importa cuán consabida sea la fórmula de desmantelamiento del Estado: la difusión del conflicto está vedada en los medios y solo queda entrevistar directamente a los empleados cesanteados, que –sin aviso previo– descubrieron que los colectivos que los llevaban a trabajar (la planta queda a 35 km de Azul) se habían ido a Córdoba, a nada hacer.
El relato recién empieza y esperemos no resulte trágico para la querida ciudad de Azul, otrora sede del Festival Cervantino y meca obligada en la ruta misteriosa del delirante arquitecto Francisco Salamone. Los empleados de Fanazul son estatales de Fabricaciones Militares. En Villa María y en Beltrán (Santa Fe) también hubo reducción, pero lo de Azul reviste características de atropello, por la cantidad (de 249 solo quedaron 19 empleados) y por la forma. Cuando los obreros quisieron hablar con el director, Oscar Espinosa, un agente de policía, miembro del cuerpo militarizado que súbitamente resguardaba el lugar, les dijo que no los podía atender porque se estaba bañando. Se estuvo bañando entre las 15:00 y las 19:30. Y no los atendió. Solo mandó decir por el policía que le sostenía las toallas que no tenía nada que hablar y que al día siguiente habría asueto.
Huelga describir el paisaje de desesperación en Azul, cuyo intendente se convirtió del peronismo a Cambiemos por un dinero para pavimento, solo para ver que ahora lo quieren reemplazar por un PRO puro. Como otras localidades a la vera de los ferrocarriles cerrados, muchas viven hoy al capricho de un modelo en el cual la industria está muy mal vista. El interventor de Fabricaciones Militares, Luis Riva, se reunió con los obreros, que estaban como contratados desde el gobierno de Kirchner, y les dijo: “¿Para qué quieren firmar contratos, si los contratos de ustedes son una basura?” Riva negó que la fábrica se fuera a cerrar y aclaró que los 19 que quedaban se dedicarán a la seguridad de los explosivos allí acumulados. A los demás, algunos de 59 años, les ofrecerán trabajo en unas canteras, picando piedra a la vieja usanza ahora que ni siquiera tendrán TNT de fabricación patria, canteras que se abrirían seguramente en muy poquito tiempo.
La fábrica se cerró horas después.
Hemos llegado a esa etapa en la que el trabajo, en sí mal visto y sospechado de crimen en general, comienza a llamarse simplemente basura.