Scioli perdió ganando. La exigua diferencia lo ubica como un ganador a lo Pirro, con el agravante de que Macri sacó el 53% de los votos en Córdoba y de que Vidal ganó la provincia de Buenos Aires.
Indudablemente, las claves de la derrota están en la Provincia y, simbólicamente, en Jujuy. En la derrota de Aníbal Fernández se unieron el reclamo contra las mafias y el Estado de represión y espionaje, es decir, una reivindicación de tipo progresista, y el planteo de la burguesía devaluacionista, especialmente agraria pero también de sectores industriales exportadores. El interior rural de la provincia se pintó de amarillo.
La derecha macrista supo quedarse con banderas de la centroizquierda de Stolbizer, que quedó en la marginalidad electoral. Un amplio sector popular y de los trabajadores confió en la salida fantasiosa de que la devaluación y el levantamiento del cepo reactivarán la economía. Nosotros dejamos sentado que el capital financiero vendrá en su propio rescate en un marco de fuga generalizada de capitales en la región, cuya contrapartida será el ajuste al bolsillo popular.
Pero la derrota de Aníbal Fernández es inescindible del retroceso de los “barones del Conurbano”, incluso arrastró a la derrota al sabbatellismo en Morón. El “fuego amigo” denunciado por Aníbal Fernández vino de arriba, desde un Scioli que repartió “boletitas” cortadas, y desde abajo, con intendentes que entraron en el sálvese quien pueda. La Iglesia no habría sido ajena a la campaña del voto “antinarco” desde los púlpitos parroquiales, un sector cuya ligazón con Julián Domínguez es pública y notoria. Los cortes de boleta evidenciaron no la “madurez” del peronismo, sino su descomposición. Este es el hecho dominante y es lo que explica la derrota de Fellner en la Jujuy de Milagro Sala. No olvidemos tampoco el antecedente del fraude tucumano, que marcó el comienzo de la campaña post PASO.
Aunque la devaluación y el ajuste, con su secuela de tarifazos y despidos, quedaron establecidos claramente en el “consenso de Mar del Plata” (Coloquio de IDEA) como ejes de la salida a las contradicciones explosivas que acumuló el Gobierno, los candidatos opositores se ingeniaron para desplazar el debate en un sentido anticorrupción. Scioli, con su apoyo en una Dilma que aplica el más brutal de los ajustes, no resultó creíble en su discurso “nacional y popular”. Al contrario, se generó la sensación de que haría la “gran Dilma”: convocar a votar contra el ajuste para aplicarlo.
El empate técnico que obliga al ballottage ha parido una crisis política. La “gobernabilidad” (del ajuste) que esgrimió Scioli por asentarse en la Liga de Gobernadores está averiada por completo. La burocracia sindical ya tomó nota de la onda perdedora del FpV y reclama un viraje que Scioli no puede dar y se prepara para ofrecer a Macri sus servicios de “paz social” a cambio de un lugar bajo el sol. Algo que Macri ha hecho con cierta pericia en la Capital, pero pondrá más temprano que tarde a la luz que el macrismo no renueva nada, sino que va al acuerdo con las fuerzas más oscuras.
El kirchnerismo ha entregado el país en bandeja a la derecha ejerciendo su propio derechismo, como el gobierno de la Barrick, de Chevron y de Berni. Es la debacle de las izquierdas K.
Pero el derrumbe K ha sido capitalizado por la derecha, no por la izquierda, lo que será gravoso para los trabajadores, quienes deberán recorrer una dura experiencia de lucha para superar las nuevas ilusiones políticas creadas. Los 800 mil votos presidenciales, el casi millón a diputados y la conquista de una nueva banca del FIT por la provincia sirven al objetivo preparatorio del movimiento obrero y el conjunto del movimiento popular para enfrentar este desafío.
El voto en blanco concurre a defender esta perspectiva, la defensa del salario y el derecho al trabajo, para que la crisis la paguen el capital financiero y los grupos económicos, y no la familia trabajadora.
*Diputado electo de la provincia de Buenos Aires por el FIT.