Ahí estaba él con sus 15 minutos de fama. Infló el pecho como un gallito de riña, encendió su voz grave en el micrófono y empezó con el casete. Marcos Cleri, el diputado del Frente para la Victoria de Santa Fe, se despachó con el discurso bien aprendido por el dogmatismo de La Cámpora. “Yo no lo voy a juzgar por lo que hizo su padre cuando fue ministro” dijo y paso siguiente en contradicción a lo antedicho, como si una amnesia repentina lo hubiera apoderado, empezó la diatriba contra el padre muerto del actual ministro: el 24 de marzo, la privatización de Somisa, la entrega de trabajadores, etc.
Cleri nos vino a demostrar a los argentinos que él sí tiene memoria, que a él no se le escapa el linaje de Jorge Triaca (h), nos venía a prevenir que de tal palo, tal astilla. A fin de cuentas, que él tiene la única verdad de la historia reciente y que además, conoce el futuro desolador del actual gobierno.
Triaca, que desde muy pequeño supo superar los desafíos que la vida le puso en frente, lo escuchó en silencio. Cuando Cleri ya había terminado, le hicieron saber desde su bancada que se había pasado de mambo.
Este cocorito cualunque, este tribunero de cabotaje mandó sus disculpas en privado, casi solapadamente. Triaca las aceptó, como corresponde. Pero además puso en claro que nadie era dueño de la verdad. Dijo, con emoción evidente, que los muertos no pueden defenderse, que había nacido en un hospital sindical, que el 24 de marzo para él también era una fecha sensible (su padre estuvo preso en un barco, en Devoto y Caseros, y su familia sufrió tres atentados) y, por sobre todas las cosas, que no se le podía endilgar a los hijos lo que habían hecho sus padres.
Pero olvidémonos de Cleri y su arrogancia. Al fin y al cabo es un personaje menor de la política argentina. Vayamos a lo argumental. Lo que veo son dos cuarentones, con historias diferentes pero iguales. Dos personas que nacieron en la dictadura y que crecieron en democracia. Dos orientados a la política, dos que quieren a su país. Pero veo a uno (como a muchos que conocemos) que expresa su visión de la historia como si fueran estrofas de una canción rockera y contestataria. Lo escucho y es la Marcha de la bronca de Pedro y Pablo que empieza una y otra vez, como en loop. Es una procesión a paso firme y sin dudas, con la certeza de su memoria y testimonio. Pero también veo al otro, que escucha, se banca las injurias, acepta la disculpas, expresa la complejidad de su historia y la comparte con todos a pesar de estar resquebrajado por las emociones. Eso también es testimonio, es memoria.
Rescato de este hecho que a los dos les enseñaron que pedir disculpas y aceptarlas es lo correcto y necesario. Y, sobre todo, que en este tipo de intercambios intersubjetivos donde los testimonios se expresan se vislumbra cómo fueron realmente los hechos del pasado. Ojo, acá no hay defensa de la teoría de los dos demonios, nunca la hubo. Lo aclaro por si a algún lector distraído se le ocurre prender el casete de Cleri. Lo que hay acá es la necesidad de que un día la sociedad argentina debata sin golpes bajos ni hipocresía lo que nos sucedió en los últimos cuarenta años. Para eso, hay que estar dispuesto a la autocrítica propia y ajena. Para eso hay que saber pedir disculpas y aceptarlas.
* Politólogo (Twitter: @martinkunik).