Hace poco más de un año, cuando me fue ofrecida y acepté esta función de ombudsman –o defensor de los lectores– de PERFIL, hice mi presentación señalando que veía tal función como un trípode: una de las patas se afirma en las inquietudes de quienes leen este diario y encuentran en él motivos de queja o errores a corregir; otra, asentada en la propia redacción, sus directivos, editores, redactores y fotógrafos, que son quienes deben entregar con cada edición el más alto grado de excelencia y aproximación a la verdad; y la tercera, transmitir hacia adentro y hacia los lectores valores éticos y principios del buen ejercicio del periodismo, para una mejor comprensión y ejercicio de este oficio.
Un lector, Osvaldo Oscar Albano, elogia mi trabajo en su carta publicada en la página anterior (con palabras excesivas, por cierto) y se inquieta al imaginar que la independencia de esta columna podría provocar reacciones adversas dentro del diario. Agradezco tanta caricia para el ego y quiero tranquilizarlo: nunca, desde que comencé con esta tarea, recibí presión alguna para modificar algún criterio, para morigerar alguna crítica o eliminar algún comentario que pudiera afectar a alguien del diario, desde el director hasta el más novato redactor. Sí hemos tenido ciertos chisporroteos con algunos, pero nunca la sangre llegó al río.
Hecho este reconocimiento a lo escrito por el señor Albano, entraré en el tema que quise abordar hoy, afirmado en la tercera de las patas del trípode y a dos semanas del aniversario del nacimiento de uno de los mejores periodistas y maestros, al que he conocido más por sus trabajos que en persona: Ryszard Kapuscinski, autor de libros formidables como El Emperador y Los cínicos no sirven para este oficio, veterano corresponsal de guerra y frecuente colaborador en medios de todo el mundo.
Para Kapuscinski, los cinco sentidos del periodista no coinciden con los de cualquier otro mortal: estar, ver, oír, compartir y pensar. No es la suya una simplificación brutal con el propósito de causar impacto, sino una perfecta definición de lo que nos cabe como trabajadores de este oficio. Y vale recordarlo en estos tiempos, cuando parte de estos sentidos de los periodistas se van atrofiando a medida que avanzan las nuevas tecnologías y los métodos de trabajo se modifican para mal. El estar del que habla el maestro polaco, única manera de oír y ver lo que pasa en el lugar donde pasa y en el tiempo en el que pasa, está siendo degradado por la excesiva tarea de escritorio y la dependencia casi enfermiza de los recursos electrónicos (el celular, internet) y sus aplicaciones. Entonces, compartir ha dejado de ser un encuentro del periodista que allí estuvo y quiere contarlo con el destinatario natural de sus vivencias: el lector, el oyente de radio, el televidente. ¿Qué comparte entonces quien está en este lado del mostrador? ¿Comparte lo que ve, lo que oye, lo que huele, lo que palpa, lo que siente con todo ello? ¿O sólo comparte lo que otros dicen que oyeron, vieron, lo que otros sintieron e interpretaron y le entregaron ya masticado y digerido? “Antes –dijo Kapuscinski en el diario El País de España– los periodistas eran un grupo muy reducido, se los valoraba. Ahora, el mundo de los medios de comunicación ha cambiado radicalmente. La revolución tecnológica ha creado una nueva clase de periodista. En Estados Unidos los llaman media worker. Los periodistas al estilo clásico son ahora una minoría. La mayoría no sabe ni escribir, en sentido profesional, claro. Este tipo de periodistas no tiene problemas éticos ni profesionales, ya no se hace preguntas. Antes, ser periodista era una manera de vivir, una profesión para toda la vida, una razón para vivir, una identidad. Ahora, la mayoría de estos media workers cambia constantemente de trabajo; durante un tiempo hacen de periodistas, luego trabajan en otro oficio, luego en una emisora de radio. No se identifican con su profesión”.
Claro está que hay excepciones a esta caracterización tan tajante, pero con sólo mirar lo que está pasando hoy en los medios alcanza para dar crédito a lo que Kapuscinski definió. Ayer, PERFIL publicó una excelente columna de la analista Ana María –habitual columnista en el blog de Tomás Abraham, Pan Rayado– sobre lo que está pasando en las radios de AM con periodistas de larga experiencia y creciente renombre. La conclusión es que no están haciendo periodismo; están haciendo otra cosa, más cercana al entretenimiento y la banalización de los hechos que al compromiso que el periodista debe tener con la noticia y con sus oyentes. Es una realidad asombrosa e inquietante, que por ahora no se ha trasladado a los medios gráficos de manera tan generalizada. Hay, sin embargo, algunos signos de alarma en los diarios, algunos de los cuales están cayendo en esa trampa que los lectores, cuando la descubren, castigan con lo peor que le puede pasar a un medio: dejan de comprarlo. Que esa trampa no atrape a PERFIL.