El Washigton Post empieza la semana con un artículo titulado: Asesores top de Barack Obama reprenden a Wall Street. El jefe de asesores Rahm Emanuel le achaca al sector financiero falta de responsabilidad y su oposición a una agencia de Defensa al Consumidor. Otro asesor dijo que los sobresueldos para los ejecutivos (bonuses) resultan insultantes y que los bancos deberían detener el lobby destinado a bloquear las nuevas regulaciones financieras que se hornean en el Congreso.
El propio Obama expresó similares críticas. En sintonía, hasta un medio “de adentro” (el Wall Street Journal) expresó que la reforma financiera parecía estancada mientras que los jugosos paquetes de remuneraciones volvían a llover, al igual que las apuestas riesgosas (productos financieros exóticos, dijo, parecidos a los que apalearon a los mercados un año atrás).
Lo cierto es que –más allá de algunas efusiones verbales– la política del nuevo gobierno ha resultado cautelosa frente al sector de las finanzas. De hecho, el secretario del Tesoro, Tim Geithner, y el jefe de asesores económicos, Larry Summers, provienen del mundo financiero.
¿Obama sabrá, querrá, podrá? Vacilaciones, que un Marx remasterizado catalogaría como contradicciones de la burguesía. El jueves, la Reserva Federal y Kenneth Feinberg, el “Zar” oficial de las compensaciones para los ejecutivos de las entidades socorridas, anunciaron sus propuestas de restricciones, las que regirían a partir de noviembre.
En los Estados Unidos las actitudes frente a la crisis pueden agruparse en tres sectores. El primero, formado por republicanos portadores sanos de Wall Street, “laissezfairistas” duros (“laissez faire”, dejar hacer), propiciaban la menor intervención posible, dejando que la crisis cumpliera su ciclo y los mercados se depuraran. Coherentes, no tuvieron ninguna influencia en las políticas elegidas.
El segundo bando –el ganador– se constituye con los grandes bancos que, a pesar de la fragilidad de su solvencia, se fortalecen políticamente con la crisis porque –como lo destaca Simon Johnson–, el terror a las consecuencias de un mega derrumbe explica el principio “demasiado grandes para caer”. Si el espectro social tiene en un extremo a los desocupados, en el otro los grandes bancos son el sector que mayor capitalización de mercado ha logrado últimamente. Más aún, continúa en alza esta tendencia, así como en el polo opuesto (verdadero Polo Norte climático) lo hace el índice de desempleo. El analista de mercado Horacio Costa denomina a la fórmula “PGPS v. XXI” (“privatizar ganancias y socializar pérdidas versión Siglo XXI”).
El tercer grupo, constituido por opinión independiente, incluye a economistas como Paul Krugman, con buena inserción en el mundo académico norteamericano y poca influencia en el plano de las decisiones políticas. Coincide con el auxilio estatal, pero denuncia los abusos de los bancos y la ligereza de cascos del celo público. Krugman, al igual que Simon Johnson y Nuriel Roubini, propusieron la nacionalización transitoria de los bancos que no pudieran sostenerse.
Es interesante destacar que con relación a este tipo de posiciones, la crítica más fecunda no proviene precisamente de la izquierda. No militan en ella Martin Woolf, columnista top del Finantial Times, ni Simon Johnson, actual profesor en una escuela de negocios del MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts). Tampoco Luigi Zingales, que enseña en la Universidad de Chicago. ¿Qué tienen en común estos hombres? Conocen desde adentro el orden financiero global. Todos ellos, desde un principio, auspician alguna forma de salvataje, pero también critican activamente –por demasiado fraternos para con los bancos– varios de los instrumentos diseñados para tal fin. Traducen un extendido sentimiento de indignación moral.
Al referirse a la –costosa– campaña mediática de Goldman Sachs para justificar el retorno a toda vela de los bonuses para su gente, Zingales dice que le produce el efecto de un “cerdo pintándose los labios”. Oportunamente había propiciado una modificación en la estructura de capital de los bancos en problemas, cambiando deuda por capital. Al pasar, también recordaba que durante 6 de los últimos 13 años, el secretario del Tesoro ha sido un “ex “ (alumnus) de Goldman Sachs. El modo como se reparten las pérdidas en una crisis es una buena medida de la perspectiva política de una sociedad.
Escribe Martin Woolf en el Finantial Times del martes pasado que mientras crece el desempleo y las esperanzas de millones de personas se frustran, los sobrevivientes del sector financiero lucen lustrosos. Cuando el dinero del Banco Central fluye casi sin costo, el precio de los activos de riesgo tiende a recuperarse, desaparecen los competidores y ganar plata es fácil para los sobrevivientes poderosos. No es extraño que un centro de investigación londinense concluya que los bonuses para la city aumentarán un 50% este año. Los banqueros, beneficiarios del rescate público más generoso de la historia, comprarán palacios, mientras que los humildes sufren por su trabajo y su vivienda y se preguntan por qué los rigores del mercado caen más brutalmente sobre los inocentes de causar la catástrofe.
De acuerdo con el “Panorama Económico Mundial” (FMI), los desembolsos en las economías avanzadas en aportes de capital, compra de activos, garantías y previsiones, llegan al 30% del PBI. Mervyn King, gobernador del Banco de Inglaterra, pudo decir en una intervención: “Parafraseando a un gran líder en tiempos de guerra, nunca en el campo financiero, tanto dinero ha sido debido por tan pocos a tanta gente”.
El asunto de los bonuses está directamente relacionado con el hecho de que los incentivos alientan el exceso de riesgo y aquí debería centrarse la regulación. Este rescate puede conducir a tomar más riesgos y por lo tanto a una crisis peor en un futuro no muy distante.
¿El saldo final? Un traslado brutal de la carga financiera. Los grandes bancos mejoran rápidamente sus impresentables balances (más allá de la contabilidad creativa que les está permitiendo en el último trimestre reducir las previsiones) y sus acciones suben desde marzo más de un 200%. En la columna de al lado, un gran morral de deuda recae sobre la comunidad. Un psicólogo catalogaría la conducta como “compulsión a la repetición”. Pero, como se sabe, el infierno son los otros, y a ellos traslada el sector financiero el sentimiento de culpa, esto es, la herramienta que emplea el ego para poner límites. El infierno, los otros. Nosotros.