Son increíbles las conversaciones que se escuchan en el Iberia, el bar en Avenida de Mayo donde yo suelo hacer noche. La otra vez, yendo hacia el baño, al pasar al lado de una mesa integrada por dos muchachos y una chica, escuché perfectamente este diálogo: “¿Viste que ahora los reseñistas se dedican también a criticar las contratapas de los libros? Hace poco leí a uno que no entendió ni la novela ni la contratapa… ¡Hizo strike!”. Cuando salí del baño me apresuré a pasar nuevamente por delante de esa mesa, pero los jóvenes ya se habían marchado. Las buenas conversaciones duran lo que un suspiro. Salí del bar, llegué a casa en perfecto estado, sobrio y a la vez alegre, despierto y dispuesto a leer un buen libro, o varios tal vez.
Yo no sé si estamos ya en el fin de ciclo, si comienza una nueva etapa o lo que sea, pero para mí las cosas son igual que ayer, que antes de ayer, y que antes de antes de ayer: no tengo un mango. Y cuando eso me ocurre –y últimamente me ocurre todo el tiempo– imposibilitado de comprar libros (tengo agendado para cuando tenga plata Las raíces del romanticismo, de Isaiah Berlin, que Taurus volvió a reeditar en estos días. Por cierto, al pasar, ya estoy algo perdido… ¿a quién pertenecía Taurus? ¿Es de las marcas que compró Penguin Random-House? ¿Sigue siendo de Santillana/Prisa, editores del diario El País? No importa, seguro que de alguien será, como será mío ese libro ni bien pueda) sin recursos para acceder a una librería, me vuelco sobre mi biblioteca y releo viejos libros que hace años, por no decir décadas, que no abría. Mirando, mirando, de repente me dieron ganas de releer a Luis Saslavsky, muy conocido como director de cine, pero mucho menos reconocido como escritor, pese a haber escrito buenos libros, como los cuentos de Camino para tres fantasmas (Losada, 1968, en cuya contratapa Arturo Jacinto Alvarez lo compara con Aldous Huxley), la novela El desenmascarado (Emecé, 1983, con uno de los peores diseño de tapa que recuerde), y Psicoanálisis de una prostituta (Falbo, 1966), aunque, para ser sincero, Psicoanálisis… sí es bastante fallido, muy lejos del interés que me despertaron los otros libros. Y que me despierta sobre todo La fábrica lloraba de noche. Recuerdos de Hollywood (Celtia, 1983, en la que no se priva de incluir en la contratapa un Blurb favorable tomado de una nota publicada originalmente en el diario Convicción…). La fábrica es un libro encantador, liviano, elegante, e incluso por momentos cursi, lo que lo vuelve aun más encantador. De hecho, por debajo de encuentros (con Maurice Chevalier, Jack Warner, etc.) y recuerdos (de aquí y de allá: la paginita del final en la que cuenta cómo fue proscripto por Perón, es perfecta), ya desde el título incluye una mirada oscura sobre la fábrica de sueños de Hollywood, a la que describe más de una vez como una “cárcel”.
David Viñas, en De Sarmiento a Dios. Viajeros argentinos a USA (Sudamericana, 1998), le dedica un capítulo con ese tono levemente insoportable que había adquirido su prosa en su madurez final, y pese a sus intentos (los de Viñas) por destruir el libro de Saslavsky, por reducirlo sólo a ser un viajante a USA enviado por “Jorge Mitre y el diario La Nación”, no sólo no lo logra, sino que muerde el polvo y termina reconociendo “la eficacia” del texto que se proponía derruir. En fin, por hoy nada más.