Una vez, mientras veía una película, escuché un par de acordes y dije ¡Shine on you crazy diamond! Exactamente al mismo tiempo, el espectador que estaba a la derecha hizo lo mismo. Era un francés de mi edad, pero la coincidencia se podría haber producido entre un marroquí y un filipino. Todos escuchamos a Pink Floyd, todos compramos alguno de los millones de discos que vendieron. Todos (o casi todos) pensamos que ése era un tema sublime.
Me acordé de esta anécdota cuando el otro día leí a un crítico argentino que citaba a un crítico español que a su vez citaba a un crítico británico que después de muchos años había leído El cazador oculto y se había desilusionado gravemente. El encanto de la obra había cedido el paso a la convicción de que Salinger escribía (acaso sin saberlo) para un lector que quería sentirse inteligente y sensible, pero que no hacía más que reproducir el conformismo de la época.
Meditaba sobre el paso del tiempo, el cambio en los gustos y otros temas profundos cuando tropecé en la biblioteca con un libro llamado Rojo Floyd, del italiano Michele Mari, que es una especie de historia novelada de la famosa banda y en particular del extraño caso de Syd Barrett, su fundador y primer líder, que fue expulsado de ella por sus compañeros y luego vivió en un sótano por más de treinta años hasta morir esquizofrénico. Pero no del todo olvidado, ya que es una de las mayores leyendas oscuras del rock.
Aunque, como dije, he consumido mi dosis de Pink Floyd, nunca fui un fanático ni un especialista. El libro de Mari parece pensado para interesar a quienes no lo son, ya que no tiene prerrequisitos y usa una estructura muy atractiva.
Mari hace hablar de Barrett, y de otros conflictos internos a una variedad de personajes, desde los otros integrantes de Pink Floyd hasta la familia, los amigos de la infancia y los allegados a la banda. Los monólogos son ficcionales, las historias que cuentan no son necesariamente ciertas, el sexo está absolutamente ausente, pero el libro está bien narrado y es lo suficientemente verosímil para sostenerse como un buen retrato de los personajes y sus vidas.
Internet permite que nuestros gustos musicales se puedan poner a prueba sin dilaciones. Y eso hice: me pasé un día escuchando a Barrett, es decir, el primer álbum de Pink Floyd y los tres que grabó como solista cinco años después de comenzado el ostracismo. También escuché algunos discos posteriores de la banda, entre otros El lado oscuro de la Luna y Wish you were here. La conclusión fue rotunda: Barrett era encantador e inspirado y su música sigue tan fresca como entonces. En cambio, Pink Floyd sin él fue un insoportable monumento a la pesadez. Pero no es que lo sea ahora: también lo era entonces aunque no me diera cuenta. (Si bien debería haberme dado cuenta de que si le encargaron una película a Alan Parker no podían valer gran cosa como artistas.)
Vuelvo a los libros. Si El cazador oculto era un acto de complacencia con sus contemporáneos, lo era ya entonces y no sólo ahora. La simultaneidad no es excusa para la ceguera. No hay que esperar cuarenta años para advertir, por ejemplo, que las crónicas o las biografías noveladas, tan de moda hoy, pueden ser correctas, estar informadas y bien construidas como Rojo Floyd, pero su vampirismo las aleja de la literatura.