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hacia un consenso

Batalla de Palmira

Indicios sugieren que se acerca un punto de inflexión en la lucha para destruir a Estado Islámico. Falta convencer a dos actores regionales clave: Turquía y Arabia Saudita.

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Mientras Daesh, o Estado Islámico, reclamaba la responsabilidad de los tres atentados en Bruselas que causaron la muerte de más de treinta personas el pasado 22 de marzo y en su comunicado prometía “días oscuros” a todos sus enemigos, tres días después sufría dos importantes reveses militares en Siria. Según anunció el propio secretario de Defensa Ashton Carter, el 25 de marzo, Abd al-Rahman Mustafa al-Qaduli, conocido como Haj Imam, un alto comando en EI y responsable de sus finanzas, ha sido abatido por los militares estadounidenses. Con su muerte, la organización islamista ha recibido un golpe tan duro que no han sido poco aquellos analistas que siguen a EI desde su emergencia en la escena del Levante y aseguraron que han quedado vivos sólo dos líderes: el propio Abu Bakr al-Baghdadi, o el autoproclamado califa, y su vocero, Abu Muhammad al-Adnani, y su eliminación podría significar la derrota y disolución del grupo. Sería muy temprano arriesgar este tipo de pronóstico; al contrario, aunque desde la proclamación del Califato, EI y las organizaciones islamistas en Siria, como Al Nusra, leal
a Al Qaeda, se enfrentaron por el control territorial y compitieron en Europa en la reivindicación de la responsabilidad de ataques terroristas, Bruce Hoffmann, un experto en el terrorismo, en una nota de análisis en Foreign Affairs del 29 de marzo no descarta la unificación de ambos grupos argumentando que son mucho más sus coincidencias que sus diferencias.
Más importante, sin embargo, es la recuperación de parte de las fuerzas sirias de la ciudad antigua de Palmira, que los islamistas habían capturado en marzo de 2015 para, luego, dedicarse a la venta o destrucción de las ruinas de uno de los patrimonios de la humanidad. En realidad, la ofensiva siria había empezado días atrás y el timing de los atentados en Bruselas bien puede tener un vínculo con los reveses que EI empezaba a tener en el campo de batalla. Es decir, la pérdida de territorio se “compensaba” con un atentado particularmente violento cuyo mensaje es demostrar su vigencia como fuerza islamista capaz tanto de conquista territorial como de expansión global de la Yihad.
A diferencia de Al Qaeda, que recurrió al terrorismo en la lógica de una guerra asimétrica, EI sofisticó su estrategia lanzando simultáneamente una campaña militar para la captura territorial como prueba de la reemergencia del Califato, y otra terrorista para la conquista del “corazón y mente” de potenciales islamistas. A estas dos campañas se les puede agregar una tercera dimensión de su estrategia de la Yihad, que no sería otra que su visión milenarista de la batalla del fin de los tiempos, como indica el título de su revista, Dabiq, que es el nombre de aquella ciudad en el norte de Siria mencionada en un Hadis, dichos y hechos del Profeta recopilados por sus seguidores, acerca del Armagedón, donde se enfrentarían las fuerzas del islam y los infieles para que después empiece el Apocalipsis. Esta estrategia de una triple campaña geopolítica, ideológica y milenarista hace de EI un fenómeno que no se encuadra en una racionalidad común de estado territorial y soberanía nacional. El restablecimiento del Califato, la reagrupación de la Umma y la preparación activa para el fin de los tiempos serían su proyecto político que, evidentemente, revela el grado de su amenaza hasta para aquellos Estados que lo apoyaron o le facilitaron la logística para manipularlo en sus cálculos de balance de poder en la región.
La derrota de EI en Palmira es un evento de mayor significancia en el curso del conflicto en Siria pero llamativamente pasó a un segundo plano como noticia. Los atentados en Bruselas explican en parte esta relativa indiferencia de los medios de comunicación. Sólo la directora general de la Unesco, Irina Bokova, saludó el avance de las fuerzas sirias para rescatar las ruinas de 2 mil años de historia de la “ciudad mártir” de “la limpieza cultural”. El júbilo de Bokova obviamente no convenció a un portavoz de la oposición siria que no dudó en declarar en Riad que el régimen de Al-Assad y EI “se pusieron de acuerdo” para la entrega de Palmira a las fuerzas oficiales. En la misma línea de teorías conspirativas, circularon acusaciones de robo de antigüedades ahora por los mismos soldados que entraron en Palmira, mientras otros artículos atribuyeron la reconquista de la antigua ciudad al apoyo ruso y a la participación de Hezbollah. Sin cuestionar los fundamentos que pueden dar credibilidad a estas noticias, lo cierto es que el éxito militar de Al-Assad consolida su posición en las negociaciones en torno del conflicto que se piensa retomar el 9 o 10 de abril.
Todavía es muy temprano para acertar que la derrota de EI en Palmira marca un punto de inflexión y que la organización islamista estará derrotada definitivamente en el transcurso del año. Pero varios acontecimientos paralelos a la reconquista de Palmira sugieren una suerte de consenso internacional para asegurar el comienzo de las negociaciones para una resolución del conflicto y no su perpetuación; y tal objetivo no se logra sin el aniquilamiento de EI. Así, los kurdos en el norte de Siria ya declararon la autonomía de su región haciendo acordar con toda razón que el mérito de parar la expansión territorial de EI les pertenece por la resistencia en Kobani, que los islamistas no pudieron tomar en enero de 2015. La confirmación del secretario de Estado John Kerry de que los islamistas están cometiendo un genocidio y, por lo tanto, la silenciosa sugerencia de que la intervención humanitaria se justifica plenamente. Las serias preparaciones en Irak para una ofensiva sobre Mosul para retomar la ciudad que fue la primera en caer en las manos de los seguidores de Al-Baghdadi. Y una declaración muy llamativa del rey Abdulah de Jordania que abiertamente acusó a Turquía de apoyar a EI… Aún queda para ver cuán sólido es el consenso y, sobre todo, si logrará convencer a los dos actores regionales más comprometidos por su obvia pero no declarada intervención en Siria: Turquía y
Arabia Saudita.   
        
*PhD en Estudios Internacionales de la University of Miami. Profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad de San Andrés.