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Bienvenidos a la era del odio

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Cabeza de Medusa, Caravaggio 1596. | cedoc

El odio se ha instalado en el siglo XXI. Odio que impide el razonamiento. Odio que evita la reflexión. Odio que anula la inteligencia. Del homo sapiens al homo odium: bienvenidos a la era del odio.

El odio no permite raciocinio. No se debaten ideas. Ni se discuten argumentos. Hay un “ellos” que se enfrenta a un “nosotros”, en campos de pertenencia que rechazan cualquier tipo de entendimiento. La pandemia llevó a un punto extremo esa fragmentación.

En Argentina se analizan estadísticas científicas o argumentos epidemiológicos con el fanatismo y la banalidad de un River-Boca. Y se plantean dilemas absurdos, que establecen una falsa dicotomía entre la vida y la economía, como si en el Frente de Todos o en Juntos por el Cambio hubiera gente dispuesta a promover una hecatombe sanitaria o financiera.

El odio no es, sin embargo, una originalidad local. El mundo entero también se ha polarizado a causa del covid. El distanciamiento social exacerbó comportamientos antisociales. Y las antinomias no se previenen con barbijos o alcohol en gel. Pero el odio no se inició con el coronavirus. 

El odio se ha instalado en el siglo XXI. Odio que impide el razonamiento. Odio que evita la reflexión. Odio que anula la inteligencia. Del homo sapiens al homo odium: bienvenidos a la era del odio.

El siglo XX  también fue un siglo de odio. Un odio que terminó con la vida de millones de personas. Dos guerras mundiales, el Holocausto y la instauración del genocidio. Hitler, Stalin y dos bombas atómicas arrojadas por Estados Unidos. El siglo de la paz caliente y la guerra fría que dividió al mundo en dos irreconciliables espacios ideológicos.

Un siglo de odio. O, como diría Hobsbsawm, un siglo en el que cualquiera estaba dispuesto a matar a morir.

Argentina no estuvo exenta del virus del odio en el siglo veinte. El siglo de las dictaduras, el terrorismo de Estado y las violaciones a los derechos humanos. De las torturas y los desaparecidos. El siglo de la lucha armada y los atentados guerrilleros. El siglo de una feroz e interminable antinomia peronismo-antiperonismo que desintegró al país.

¿Qué hay de nuevo entonces en el odio de la actualidad? ¿Por qué nos preocupa tanto el “odio moderno”? Algunas respuestas pueden rastrearse en El dilema social, que se estrenó hace pocos días en Netflix para advertir sobre la relación entre el mercado de las empresas de internet y el ensanchamiento de la grieta política.

Con entrevistas a “arrepentidos” de Google, Facebook, Instagram, Twitter, Pinterest, entre otras, aparecen testimonios de ex directores de las principales empresas de internet que renunciaron por “conflictos éticos”. Así se profundiza en algo ya conocido, pero que impacta porque muestra, por primera vez, historias que provienen desde el interior del monstruo: la industria IT (information technology).

El documental de Jeff Orlowski refleja cómo las distintas aplicaciones buscan mantener la atención permanente de los “usuarios” –definición, según se recuerda, solo utilizada por apps y narcotraficantes–, a través de un sistema de inteligencia artificial que ofrece videos e imágenes que coinciden con los patrones de conducta de cada persona.

Nada nuevo en la sociedad de consumo. Pero la diferencia entre los comerciales de radio y televisión para babyboomers y las campañas programáticas en redes sociales para posmillennials, radica en que las nuevas tecnologías seducen con posteos que refuerzan creencias culturales y políticas.

Curiosa ironía trajo la tecnología: permitió alcanzar el ideal democrático de Platón, todos pueden opinar en la “plaza pública”, pero fomentó el odio basado en un algoritmo que se potencia con cada “me gusta”.

Se crea así un escenario en el que la polarización se potencia. El documental muestra estudios que señalan que en Estados Unidos las fake news se viralizaron en los últimos años seis veces más que las noticias reales, y demuestra encuestas de Pew Research Center que advierten que el enfrentamiento entre demócratas y republicanos está en su punto máximo en las últimas dos décadas, precisamente, cuando se consolidó la revolución de internet.

Que curiosa ironía ha deparado la tecnología: permitió alcanzar el ideal democrático de La República idealizada por Platón, en la que todos pueden opinar libremente en la “plaza pública”, a la vez que fomentó el odio basado en un algoritmo que se potencia con cada “me gusta”.


*Doctor en Ciencias Sociales. Director de Perfil Educación.